#OPINIÓN Un puente para Aquiles #5Ago

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Quizás el arma más poderosa de cualquier régimen totalitario es su capacidad de proyectar al público, y sobre todo a sus adversarios, un aura de invencibilidad y unidad monolítica.

Por su parte, así como hay gente que suele culpar a otros por sus propios fracasos, en política existe una fuerte tendencia de atribuir éxitos del oponente a ventajas que en éste realidad no posee, mientras que una de las reglas políticas más constantes es que las victorias suelen ser de quienes menos se equivocan.

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El éxito más consistente de la dictadura venezolana ha sido la capacidad de convencer a la gente de su identidad con el régimen cubano, y de una insuperable unidad interna.

La persistencia del sistema cubano se debió sobre todo a la longevidad y arraigo popular de un despiadado líder carismático, a su desalmado uso del terror generalizado desde los primeros días, a la fuerte convicción ideológica de muchos dirigentes originarios, al destierro masivo de una gran masa de oponentes confiados en soluciones externas, y a la suerte de conseguir aliados externos que le permitieron atenuar su total fracaso económico y social.

Si bien algunos rasgos de la experiencia cubana están – parcialmente – presentes en la tragedia venezolana, uno de los errores más persistentes de parte de la resistencia democrática ha sido al reforzar lo que siempre trata de proyectar el régimen, atribuyéndole todas las características del régimen cubano.

La realidad venezolana es que la descabellada entelequia de un carismático megalómano etiquetada como “socialismo del siglo XXI” siempre fue una quimera contra natura destinada desde su inicio al fracaso económico, histórico y geopolítico; y que en todo momento ha estado en una permanente huida hacia adelante.

Por muchos años esa huida la facilitó el hoy dilapidado recurso petrolero, pero hoy – sin liderazgo ni recursos, parapetada apenas por algún precario comercio ilícito – queda al descubierto ese grupo de mediocridades sin talentos propios, que surgió a la sombra de un dirigente desaparecido para siempre.

El talón de Aquiles de este tipo de régimen siempre fue la miserable calidad humana de sus componentes; y la clave del éxito de la oposición en Venezuela está – y siempre estuvo – en combinar sanciones con incentivos para desarticular una anodina canalla sin lealtad ni principios, siempre brindando facilidades a los menos culpables y vías de futuro político a los seguidores.

Antes que soñar con guerras totales y rendiciones incondicionales conviene tener presente el proverbial puente de plata para un enemigo que huye.

Antonio A. Herrera-Vaillant

[email protected]

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