#OPINIÓN Sor Juana y Goethe: Del Barroco al Romanticismo (Parte III) #26Jul

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Escenario histórico

Dos mundos muy heterogéneos, distantes en el tiempo y en el espacio: la Nueva España de sor Juana y la Alemania de Goethe no podían ser realidades históricas más diferentes. Las separa el tiempo, la geografía y la historia. Dos elementos básicos de la cultura, lengua y religión, son allí tan distintos que son casi irreconciliables. La lengua germana y el castellano pertenecen a dos troncos lingüísticos muy alejados el uno del otro: los troncos indogermánicos y latinos.

La lengua germana se precia de no haber sido modificada nunca y de haberse conservado en su originalidad, como decía Fitche. El catolicismo del Concilio de Trento y de la Contrarreforma, su aparato propagandístico barroco domina en España y su descomunal imperio de ultramar al cual pertenecía Nueva España de sor Juana, pesado escenario histórico de donde ella nunca se ausentó. El mundo de sor Juana fue medio mundo, asienta Paz.

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Alemania es la cuna de la imprenta y del gran reformador religioso del siglo XVI, Martín Lutero, quien con sus ideas propiciará la escisión de Europa en dos culturas: la nórdica y la mediterránea. La libre interpretación de las Escrituras y el auto examen de conciencia liberaron a esa Europa noratlántica de la intolerancia y la ortodoxia fanática que se plantó firmemente en España y sus inmensas posesiones de ultramar. Nueva España no asimila el racionalismo del siglo XVIII y sería casi imposible que allí nacieran unas personas como un Voltaire o un Kant. La cultura barroca hispanoamericana fue en ese sentido un gigantesco fracaso histórico- sostiene Octavio Paz- que no asume la naciente modernidad. Por eso, agrega Paz, en muchos aspectos fundamentales México sigue siendo una nación premoderna y lo mismo puede decirse de la América española. Y nuestro Mariano Picón Salas escribe: “A pesar de dos siglos de enciclopedismo y de crítica moderna, los hispanoamericanos no nos evadimos enteramente aun del laberinto barroco. Pesa en nuestra sensibilidad estética y en muchas formas complicadas de psicología colectiva.”

Sor Juana vive en una provincia excéntrica de la cultura de occidente, alejada de los grandes centros del saber que conducirían a la modernidad a Europa noratlántica. Una mentalidad fundada en los anacrónicos silogismos de la Escolástica, que “tras los claustros del siglo XVII parecía amurallarse contra la Naturaleza”, como dice el agudo venezolano Mariano Picón Salas. Pero hubo figuras solitarias como Carlos Sigüenza y Góngora (1648-1700) que cultivaron las ciencias, pero todavía a medio camino de la modernidad. La naturaleza del idioma español -dice Octavio Paz- favorece el nacimiento de talentos extremados, solitarios y excéntricos. Sor Juana estaba atrapada en una sola lengua, el español, y en una lengua que dejaba de ser universal en el siglo XVII: el latín. En consecuencia no conoce lo que por aquellos años se escribía en francés o en inglés.

La Alemania de Goethe no existía como tal estado centralizado, pues eran unos 1.700 pequeños y minúsculos reinos que llegarían a formar una Nación después del fallecimiento del poeta, muy entrado el siglo XIX. Fue una unidad nacional muy tardía que se produjo siglos después de la de España y Francia. Sin embargo esa enorme dispersión política no fue óbice para que Alemania fuese muy rica culturalmente, fue la cuna de Kepler, Leibniz, Fitche Humboldt, Kant Novalis, Heine, Schopenhauer, Holderlin, Schelling, Herder, Beethoven. De habla alemana era el austriaco Mozart. Afirma el gran historiador de la cultura, el holandés Johan Huizinga que hay que reconocer que el espíritu alemán y la lengua alemana han ejercido una influencia inmensa en toda la Europa circundante. Que se siente la inexcusable necesidad de ciertos giros y expresiones alemanes para dar forma al pensamiento moderno. Es la lengua de inmensos pensadores: Leibniz, Kant, Marx, Freud, Einstein, Heisenberg.

Lo que resalta de inmediato es la inmensa figura de sor Juana, quien en un escenario tan adverso, prisionera de la lengua castellana y del latín, lengua que dejaba de ser una universal entonces, “nadie pudo predecir que de un convento en un mundo enclaustrado del México colonial, habría de escucharse la voz de una mujer, una monja, que se convertiría en uno de los grandes poetas barrocos del siglo XVII y, en opinión de muchos, uno de los grandes poetas de todos los tiempos”, escribe Carlos Fuentes. Es que “La naturaleza del idioma (español) favorece el nacimiento de talentos extremados, solitarios y excéntricos”, escribe Octavio Paz.

El poeta alemán es también una figura portentosa y descomunal, ¿quién, lo niega?, pero su provecta, infatigable y creativa vida se despliega en una atmósfera mucho más libre y tolerante que la de sor Juana. Alemania transita por el “Siglo de la Razón”, la centuria de la tolerancia y del respeto a los disidentes, por ello Goethe no tuvo perseguidores intolerantes y fanáticos que finalmente hundieron a sor Juana. No fue jamás obligado a retractarse o a renunciar a sus escritos. La Alemania de la Reforma protestante es mucho más respetuosa de la individualidad y del libre albedrío que la Nueva España opresiva de los oprobiosos y terribles tribunales de la Inquisición, un mundo que no se adaptó a la modernidad, y que, según Spengler, estaba condenado al desastre.

¿Qué es lo que hermana a Primero sueño con Fausto? Venciendo la tentación marxista y positivista de ver esos portentos de la literatura como reflejo del desarrollo de la sociedad y de sus contradicciones, como escribe Octavio Paz, me coloco al lado del crítico literario estadounidense recién fallecido, Harold Bloom, quien sostiene en El canon occidental que se trata de una formidable individualidad que conduce a la originalidad de la creación literaria. Primero sueño “es lo único que he escrito por mi gusto”, dice la monja y poetisa, es la búsqueda de un saber que no podía darle la religión, dice Octavio Paz; en Fausto nunca poeta alguno había volcado tanto de sí en su creación, contiene todos los aspectos de su personalidad, toda su vida real y toda su vida soñada, escribe Brion. Fausto consume la mayor parte de la vida de Goethe: 60 años; Primero sueño es la búsqueda del conocimiento que se despliega no en una noche sino en la vida. La universalidad de ambos textos reside en un anhelo, una ambición que ha marcado a Occidente: el deseo de saber y de conocer más, que es un legado de los griegos, y de Aristóteles en especial. Una aspiración que toca al sabio renacentista Pico de la Mirándola y al jesuita germano Atanasio Kircher, el último hombre que quiso saberlo todo. Spengler desplaza a una nación ese deseo: ensalza la esencia fáustica del alemán, que ya había anunciado Fichte al conferirle a Alemania el deber de civilizar al resto de la humanidad (Discurso a la nación alemana).

El romanticismo alemán proclama la soberanía del espíritu creativo por encima de las circunstancias que rodean al poeta. Cada individuo tiene la libertad para dar su propia interpretación de la existencia. Los románticos aprovecharon esta libertad, convirtiéndola en un culto desenfrenado al “yo”, lo cual condujo a una revalorización del genio artístico. Pero, ¿y el barroco? En la atmósfera aplastante de la Contrarreforma, el Concilio de Trento y de la Inquisición, un atolladero histórico, resulta poco menos que sorprendente que sea sor Juana “la primera mujer de nuestra cultura que no sólo tuvo conciencia de ser mujer y escritora sino que defendió su derecho a serlo”, asienta Octavio Paz.

Luis Cortés

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