En el empeño de alertar a la humanidad sobre los riesgos del futuro cercano, en razón de la explosión demográfica, la explotación irracional de los recursos del planeta y la degradación del ambiente, se cae a menudo en exageraciones. Sin duda es importante señalar los varios problemas enfrentados en esta área de la ecología y sus connotaciones, pero no debe perderse la perspectiva justa y caer en el catastrofismo, pues éste de todas formas se haría presente, pero desde otra vía. Veamos como resolver esta aparente contradicción.
Hasta ahora la naturaleza ha sido siempre su propia y única reguladora y conservadora. Es muy reciente la historia del hombre sobre la tierra y quizás han sido muy pocas las oportunidades que han tenido de alterar en forma significativa, el medio ambiente en términos de tiempo, comparados con la edad de la Tierra. La aparición de la vida toma uno dos tercios del tiempo total del planeta, desde las primeras manifestaciones unicelulares mas simples. Recordemos que hacia el final de la edad plutónica conocida también como precámbrica o azoica se encuentran indicios fósiles, muy escasos, pero reveladores a cabalidad de la existencia de vida organizada y asentada totalmente en la superficie del globo.
En este orden de ideas es donde quiero enfatizar que la aparición del hombre sobre la Tierra data de muy reciente fecha, y aunque los últimos descubrimientos en Odlubai (Tangañica), y algunos mas recientes hacen retroceder el nacimiento del bípedo humanoide, hasta cerca de dos millones y medio de años, esto no es mas que un segmento muy breve de tiempo en términos de comparación cósmica con las edades precedentes. Para comparar con propiedad, la juventud del hombre sobre la faz terráquea, bastará situar un animal superior de lo últimos en aparecer, como es el caballo, que tiene su mas inmediato antepasado en el eohipus, cuya existencia se ha fijado en los pasados 55 a 58 millones de años.
El problema entre el hombre y su medio surge en su mas crítica situación, al observar que en brevísimo tiempo, a penas el último soplo del siglo precedente, lo que va desde la primera gran pandemia universal, la tristemente célebre «Gripe Española» se dan las condiciones que rápidamente llevan al ser humano a provocar significativas alteraciones en el medio físico que antes solo se dieron en el curso de milenios.
Ya dijimos que la naturaleza es autoreguladora. Siempre lo ha sido. Cuando una condición climática se hizo insostenible por sí misma, o por alguna concatenación de hechos con incidencia cíclica en algún entorno, un bioma, o una serie de parámetros físicos; se desencadenó la transformación que recreó un lugar, rehízo un ambiente, barrió a una especie, o estableció una tabla rasa y el reinicio desde un medio diferente y bajo distintos indicadores vitales. Fue así en el transcurso de las edades, con la desaparición de aquellos reptiles gigantescos, de las diversas glaciaciones, de los mares interiores que hoy son praderas, o los cataclismos que dieron origen a cadenas montañosas y reacomodaron otras.
No me explico porque debemos pensar hoy que la «acomodación» de la tierra, cual le hemos conocido nosotros, es inmutable. De una u otra forma variará y que tal variación pudiera ser de carácter catastrófico no tenemos porque excluirlo. Ahora bien, estaremos precipitando ese cambio mas violentamente aún… No podemos saberlo. Lo único cierto es que las glaciaciones han sido periódicas en la última era y debemos estar cerca de un cambio más o menos similar.
Lo vital es medir dentro de la mas justa perspectiva la influencia que estamos ejerciendo sobre el entorno en la época actual con nuestro endiablado ritmo de vida. Determinar que daños irreversibles podemos causar o estar provocando en segmentos tan breves de tiempo, que hacen imposible, un ritmo recuperador y restablecedor de las condiciones primarias. Corregir cuanto antes las actitudes, modos y costumbres que aceleran la degradación del ambiente, al par que hurgar con prontitud en una investigación analítica, que nos permita desentrañar la clave de los mecanismos reguladores del clima y el entorno, que entran en juego en los últimos milenios y producen las glaciaciones. De otra manera, sino nosotros, la naturaleza por sí misma hará lo que corresponda, «sin aviso y sin protestos».
No podemos cerrar los ojos al problema que hemos constituido hoy en día como de primer orden, como tampoco perder de vista que estamos muy lejos de manejar debidamente las delicadas y complejas leyes naturales que han determinado la evolución del planeta en el curso que le conocemos.
Por cuanto corresponde a la calidad de vida posible para una población 5, 10 o 20 veces mayor que la actual, pienso con un optimismo relativo que no llegaremos a ese punto. Antes, mucho antes, la naturaleza misma nos frenaría. Hasta hoy ninguna especie ha puesto en grave peligro la vida de los demás seres de la biosfera en forma impune. Cuando así ha sucedido, no ha tardado en desaparecer de la faz de la Tierra. No veo razones para que el homo sapiens, ahora «homo detritus contaminatiorum» después de haber morbotizado su espíritu por el mal uso consumístico de su inteligencia, escape a la ley general y se convierta en excepción.
Pedro J. Lozada