La lluvia y la neblina pintan este manto de ensueño sobre la ciudad, pero al margen de esa belleza, que es un verdadero regalo de los cielos, hay otra realidad, nada agradable: La de los estragos que causan la imprevisión de drenajes obstruidos, el desborde de quebradas y bucos, las inundaciones en densos sectores cuyos habitantes, entre otras calamidades, están condenados a carecer de agua para el consumo, la preparación de alimentos y el aseo personal.
Y a eso se añade otra tragedia que por estos días, como si se tratara de una infernal moda, afea y vuelve enfermizo el paisaje urbano: la pestilente proliferación de ríos de aguas negras.
Es entonces cuando uno exclama: ¡Ah mundo! Ah mundo cuando Barquisimeto era una urbe modelo en Venezuela, y figuraba entre las más aseadas y ordenadas. Cuando aquí había alcaldes reconocibles, rodeados de un tren ejecutivo municipal compuesto por personajes en su mayoría representativos, distinguidos, que rendían cuentas y se esforzaban en desarrollar una buena gestión, porque tenían un nombre, una trayectoria y una historia personal vinculada a la ciudad y su destino.
También brilló en esta comarca tan venida a menos la Fundación Sociedad Amigos de Barquisimeto, que auspiciara ese prohombre que se llamó Don Raúl Azparren.
Pero, azotado por mentes oscuras, bajo el reino de la infamia, el país todo fue barrido con demencial furia por la desidia, en esta orgía de la mediocridad, el crimen, el latrocinio, la vulgaridad, el cinismo y la indecencia. En este detestable festín de lo inmoral, que es el principal sello del poder en las infelices manos que, para nuestra desgracia, lo detentan.
Todo eso que nos daba la condición de ciudadanos y nos hacía partes de una sociedad que más allá de sus desequilibrios sabía convivir, hemos visto cómo sucumbe en el sopor de esta pesadilla de la cual ya es hora de despertar.
JAO