#OPINIÓN Gaveta azul: Debemos saltar los caminos #5Jul

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No es raro observar la sub explotación de nuestros recursos hídricos, como también la flagrante contradicción de encontrar en algunos sectores del país parte de esos recursos amenazados y en peligro de extinción sin que jamás hayan sido explotados. Esto último proviene casi siempre de la ignorancia en el manejo, y/o en algunos casos el desconocimiento de su potencial aprovechamiento de donde surgen verdaderos atentados y notables crímenes ecológicos como los perpetrados en la cuenca del Lago de Valencia.

Si bien es evidente la sub explotación de los recursos hídricos particularmente como vía de comunicación, es igualmente notoria la carencia de recursos humanos calificados, tanto científicos como técnicos, en cifra y número suficientes, para atender una explotación sana del potencial brindado por la red fluvial del país, y por la hermosa y rica faja costera sobre el mar caribe.

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Por qué si estamos de cara al mar hemos sido tan renuentes a él como marinos y como pescadores? No es fácil responder a una interrogante afectada por tantas variables, dos de las cuales gravitan con especial peso: la ignorancia y la herencia socio histórica del último siglo virtualmente libre de una debacle que nos sacude internamente a título de una calamidad nacional o ciclos de fenómenos naturales. Tal parece que solo las necesidades y las tradiciones bien cultivadas, puedan servir de motores o de chispas motivadoras de una evolución progresiva.

Un pueblo al que la naturaleza es pródiga crea una sociedad que se niega a dar de sí en elevada medida. No lo necesita. Por si fuera poco, amén de esta relativa y larga jornada histórica libre de heridas lacerantes nos sobrevino el peso de una riqueza fácil, inesperada, que brotó por toda parte y lugar. Fue sencillo y expedito el mecanismo de soluciones a fin de resolver las necesidades vitales y algunas otras : comprar, comprar, comprar, no se necesitaba producir, había mucho dinero y seguía manando. Al día de hoy, no obstante las terribles crisis vividas, aún estamos viciados de facilismos.

Debemos empeñarnos en visualizar el por qué de nuestras contradicciones, la raíz de las limitaciones observadas, las razones de nuestro desfase, la incomprensible evaporación de esfuerzos en forma infructuosa … Qué otra cosa sino esto ha venido sucediendo con los recursos humanos para tantas necesidades observadas y diagnosticadas?.

A juzgar por las fuentes oficiales, las escuelas a diversos niveles y especialidades, deberían ser suficientes. Por otra parte, han arrojado en su funcionamiento, cantidades que por sí solas bastarían para decir : estamos preparados. Mas la confrontación con la realidad revela un panorama diferente y duramente afectado por un problema de tipo recurrente. No hay hombres, no hay gente, faltan profesionales, faltan técnicos, faltan científicos. ¿Qué está pasando? Quizás afrontamos la falta de motivaciones profundas y convicciones mejor arraigadas. En el fondo no es más que una crisis educacional, pero en su fin último y trascendente, enseñar a «ser».

En la medida en que analistas y pensadores tanto sociólogos como políticos, profundicen en las bases de nuestra idiosincrasia, en nuestro conocimiento de nuestras motivaciones como pueblo logren encontrar la naturaleza de nuestros anhelos y el origen de nuestras frustraciones, así estarán mejor armados para encarar la compleja relación subyacente en este fenómeno, tan peculiarmente nuestro, de tomar el primer camino que se nos ofrece a manera de atajo, para saltar de vía en la alternativa que se nos plantea y a la que nos forza un hecho anecdótico o meramente circunstancial. Así vemos proliferar el toderismo, su institucionalización es un hecho real y nos plantea siempre qué deseamos ser, qué anhelamos y qué queremos de nosotros mismos.

Tal vez, si podemos esclarecerlo, tomaremos la vía de comprendernos mejor como pueblo y delinearemos un futuro más viable en realizaciones, menos utópico, menos frustrante y con mayor economía de esfuerzos y recursos para obtener logros progresistas y encaminarnos al futuro que tantas veces nos ha sido prometido.

Pedro J. Lozada

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