La lluvia y los mangos llegan de la mano una vez más, atendiendo puntualmente su cita anual que por siglos ha permanecido invariable. Los extensos sembradíos, los patios de las casas, las plazas públicas o las aceras de muchas calles de las grandes ciudades se inundan de los frutos que caen de los frondosos árboles y luego la lluvia se encarga de lavar todas las manchas amarillentas que quedan como recordatorio de la generosidad de la naturaleza.
Una fruta que consideramos tan nuestra se la debemos en realidad a algún emprendedor viajero que trajo a Venezuela su semilla en una fecha aún indeterminada por los historiadores. Agustín Codazzida razón de cultivos de mango en Venezuela desde el XVII. Alejandro de Humboldt testimonia su presencia en la ciudad de Angostura en 1800. Karl Apunn deja constancia de su existencia en las cercanías de Puerto Cabello en 1849, y el botánico Adolfo Ernst, lo reporta en Caracas en 1869. La evidencia más concreta de su llegada a tierras venezolanas se encuentra en unas cartas fechadas en 1789 en donde el comerciante Fermín de Sansinenea menciona la siembra en Angostura, hoy Ciudad Bolívar, de plantas y semillas diversas, entre ellas la del mango, traído de la lejana isla de Ceilán.
Entre los meses de mayo y bien entrado septiembre podemos encontrar por las calles vendedores ambulantes en carruchas, en improvisados tarantines y hasta en camiones. La nueva dinámica comercial impuesta por el largo confinamiento ha incorporado también el delivery en la venta de mangos. Voluntariosos vecinos ofrecen la fruta y llevan hasta la puerta de la casa o apartamento las cargadas y coloridas bolsas. ¿Quién lo iba a decir? El otrora silvestre fruto que recogían a manos llenas los muchachos en las calles al salir de la escuela, ahora es un producto que se comercializa a través de las redes sociales.
El “manguero” era un personaje bien conocido en la Caracas de mediados del siglo XX donde la actividad comercial de menudeo se centraba en los grandes mercados populares ya que los famosos “gochos” aún no se habían inventado sus puestos de venta a “cielo abierto”. Con sus pregones iban recorriendo las principales calles de la ciudad y al grito de “¡Llegó el manguero!” anunciaban su paso.
César del Ávila, el mismo que compuso El pavo real, canción popularizada a nivel internacional en la década de los 80’s por “El Puma”, José Luis Rodríguez, dedicó un maravilloso merengue a estos vendedores ambulantes que con su carreta iban recorriendo toda la ciudad improvisando ocurrentes versos con los que captaban la atención de sus clientes.
“¡Oiga que llegó el manguero;
traiga misia su canasta,
a veinticinco por medio;
bien maduritos para las muchachas.
Acércate a la carreta,
mira que son de Chacao.
Acércate aquí mi negra
para ponerte los mallugaos”.
Al parecer los mangos que se daban en Chacao gozaban de gran demanda entre el público caraqueño. Todavía en las urbanizaciones caraqueñas enclavadas en las faldas del Ávila se pueden apreciar frondosas arboledas en los jardines de las grandes casonas que aún quedan en pie en San Bernardino, La Florida, La Castellana, Altamira y Los Chorros, que brindan sus frutos a los transeúntes y a la gran variedad de aves que se alimentan de ellos. Incluso, son varias las avenidas que fueron bautizadas como Los Mangos por la gran cantidad de árboles de este fruto que se encuentran en sus aceras o islas centrales.
De las variedades que se cultivan en Venezuela, los mangos de hilacha o de “bocao’” (“bocado” para los más refinados) son los que se popularizaron a lo largo y ancho de todo el país y hasta un merengue caraqueño les dedicaron:
“El manguito de hilacha,
el manguito ‘e bocao’,
se le quita la concha
y se come pelao”
Aunque son cultivados de manera sistemática principalmente en los estados Aragua, Cojedes, Guárico, Apure y Miranda, los mangos aludidos en la canción se cosechaban principalmente en los jardines o patios de las casas, mientras que los grandes sembradíos se centraron en la producción de variantes más comerciales como el mango injerto o la manga de mayor tamaño y con colores de tonalidades rojizas en su piel. También se puede conseguir el mango Manila principalmente en el oriente del país o variedades menos conocidas y con caprichosos nombres como el mango piña, mango de agua, perrito, paleta, olivo, camburito, Tommy, pico de loro, entre otras variantes.
Su consumo como fruta presenta múltiples opciones. Lo habitual es comerlo maduro, disfrutando de sus dulces sabores a veces con tonos frutales de piña o melocotón. Hay quienes lo comen con su piel, aunque en algunas variedades puede resultar algo más dura y amarga. El mango verde se come en trozos a los que se le agrega sal o adobo que no es más que la mezcla de hierbas, especias y sal que se vende comercialmente. Se suelen tomar jugos, caratos y merengadas de mango muy refrescantes por estos meses de intenso calor.
La jalea de mango está en peligro de extinción a pesar de la abundancia de la materia prima, pero es tan laborioso su proceso de manufactura que pocas personas se dedican a comercializarla en la actualidad. Las mermeladas, conservas, quesillos y helados de mango han formado parte de nuestra tradición culinaria desde hace tiempo y en la alta repostería hay quienes lo han incluido en la preparación de tortas, pies, cremas pasteleras y mousses.
La cocina salada también se ha valido del mango para sus preparaciones. Las ensaladas pueden resultar bien particulares al mezclar el mango en cualquier nivel de maduración con hortalizas de diferentes texturas y sabores. Con la popularización de los ceviches a nivel mundial, el mango ha sido adoptado como elemento principal o complementario de estas preparaciones. En nuestra cocina oriental encontramos el extraordinario chutney o chatnide mango, que bien puede acompañar cualquier pieza de carne o simplemente comerse con un trozo de casabe. Menos conocidos son los picantes y las salsas de mango.
Aunque el arroz con mango existe como preparación culinaria, para los venezolanos cobra otra significación. Entre la variedad de modismos o dichos venezolanos, un desorden, desastre o bochinche se traduce como un “arroz con mango”. También, un “mango bajito” es algo fácil de obtener o alcanzar mientras que su contra parte, “se acabaron los mangos bajitos”, significa que la cosa se empieza a complicar. Entre los jóvenes de generaciones anteriores un “manguito” era una hermosa joven casamentera y el “mango o mangazo” era el equivalente para referirse a un apuesto joven.
La devoción y, hasta cierto modo, agradecimiento al mango ha llevado a la población de San Carlos, capital del estado Cojedes, a erigir dos monumentos a esta fruta que se cultiva a gran escala en esta entidad llanera. Declarada en 1994 la Capital del Mango de Venezuela, su municipalidad otorga la “Condecoración del Mango” y su escudo de armas incluye a esta fruta proveniente de lejanas tierras.
El mango acude una vez más a su cita con las aves y personas que disfrutan de su carnoso y dulce cuerpo, con los sedientos que lo transforman en refrescantes bebidas y con los desposeídos que obtienen de los generosos árboles de la vía pública el sustento que nuestra precaria economía no les puede garantizar.
Miguel Peña Samuel