Esta fecha está consagrada como Día del Periodista venezolano.
Recuerda la primera edición del Correo del Orinoco, órgano de propaganda de la causa emancipadora que echó a andar el Libertador, en medio de los fragores de la guerra. Es sabido que en los incesantes trayectos de su campaña, Bolívar hizo transportar una imprenta junto a los pertrechos militares, y que esa pequeña máquina Washington era para él «la artillería del pensamiento».
Eran tiempos de opresión, como ahora lo estamos, en Venezuela, aunque el yugo actual acusa un sórdido entramado, unas implicaciones dictadas por el juego de poderes e intereses subterráneos, y un embrollo geopolítico, global, mucho más complejo que el de aquel entonces, bajo el decadente Imperio español.
Y justamente, la ausencia de libertad le imprimió brillo, significado y urgencia a la palabra, a la opinión, antes y también ahora. De manera que yo celebro. Celebro al medio independiente, al periodista urticante. Deploro y rechazo el magro ejercicio del acomodaticio. Reniego de todo quien siente placer al servir halago dulzón al tirano con su pluma, con su verbo, con su silencio.
Y rescato el papel de contrapoder que se le asigna a la prensa, sea cual fuere su plataforma. Celebro sobre todo en éste día que el hecho de que el régimen tenga preso a un periodista del talante de Roland Carreño, torne más heroica su inocencia y mucho más abominable el abuso de una tiranía que tenemos el deber moral de combatir. Sin temor. Sin tregua.
JAO