La desconfianza es el signo del momento. Tanto que quien desde fuera del poder decide vencerla e intenta caminos prácticos en esa dirección, es tachado de ingenuo, tonto o abiertamente cómplice. Y en el grupo que manda, cuyos modos oscilan entre el primitivismo cavernícola y la sofisticación maquiavélica, la polémica implícita es “yo sí soy bravo” versus “yo no me dejo”. En conversaciones privadas uso términos menos apropiados para la escritura en este medio.
La desconfianza no es nueva. Conozco encuestas de los noventas que ya mostraban ese rasgo en nosotros los venezolanos. Pero es obvio que en estas décadas se ha acentuado en profundidad y en acritud.
El poder, intrínsecamente desconfiado de todo aquello que no controla y en “estado general de sospecha” como diría uno de sus conspicuos difuntos, fomenta la desconfianza me parece que deliberadamente, pues conviene a su noción del poder, cada vez menos democrática. Se queja y desconfía de sectores opositores que no juegan según las reglas. Generaliza por interés propagandístico y por tanto miente, aunque hay algunos, digamos demócratas intermitentes que no lo hacen consistentemente y otros que abiertamente han denunciado esa vía como inoperante. Lo que no cuentan los del poder es que ellos que juraron cumplir y hacer cumplir la Constitución y leyes de la República frecuentemente no han jugado limpio que se llevan por delante las reglas cuando les conviene, se comen las luces rojas y las flechas constitucionales a la vista de todos y han adulterado la institucionalidad pública organizando una red a su exclusivo servicio. Han privatizado la ley y así, no se puede. Conservarán sus posiciones con la fuerza pero, vaciados de legitimidad y respeto, corren riesgo de perderlo de la peor manera.
La tónica predominante en los sectores alternativos ha sido buscar el cambio por el camino democrático, con alguna que otra ocurrencia precipitada de muy mal resultado y sin embargo, libre de autocrítica que uno sepa. En cambio, han perdido niveles de confianza en el público por otras causas, hemos debo decir por solidaridad y porque compartí responsabilidades dirigentes en un tiempo. Principalmente por inconstancia estratégica, inmediatismo y niveles variables e interrumpidos de compromiso con los acuerdos unitarios sobre todo después de la elección, triunfal o no. Todo ello impone algo elemental: una revisión realista de lo que se ha hecho y lo que no se ha hecho porque no se ha podido, no se ha sabido o no se ha querido. Radicalmente realista, subrayo con expresión prestada por un amigo.
Vencer la desconfianza entre actores y entre éstos y el público no es fácil en la Venezuela actual. Es dificilísimo. Más de uno piensa que imposible. Pero es necesario para intentar desamarrar el nudo que ata a nuestra sociedad. El costo crece con el tiempo y el agravamiento de los problemas. Y la política, repetiré más allá del cansancio, es el arte de hacer posible aquello que es necesario.
Ramón Guillermo Aveledo