El entusiasmo, cauteloso en quien escribe, suscitado por la designación del Consejo Nacional Electoral, ha dado paso a dos corrientes, no necesariamente contradictorias, entre quienes sinceramente desean ver destrancado el juego político para que pueda abrirse el país, en medio de tanto sufrimiento, a cambios graduales hacia la democracia y el progreso.
Una corriente de escepticismo, porque el nuevo CNE, menos desequilibrado que los anteriores tiene muchas asignaturas pendientes pero no debe ser solitario. Necesita de buena disposición aperturista para rectificar por parte de los poderes Ejecutivo y Judicial, así como compañía exigente de una ciudadanía alerta cuyo protagonismo en la democracia y en la lucha por alcanzarla, completarla y consolidarla es insustituible.
Otra es el creciente caudal de actores que intentan la participación electoral, la búsqueda del voto de los ciudadanos y la conquista cívica de condiciones ya no desde fuera, sino metidos en el riesgoso fragor de una competencia desigual. Aquí me refiero tanto a quienes decidida o progresivamente se preparan para ir a las municipales y regionales, como a quienes han planteado un referendo revocatorio, colocando al poder en el compromiso de tener que aclarar, sin trucos, la oportunidad para ejercer ese derecho constitucionalmente consagrado.
Ante la cuestión de la ilegitimidad de los órganos, me parece lo sensato ver qué se puede hacer y cómo desde la ciudadanía de una patria cuyos poderes han sido privatizados por una oligarquía partidista muy soberbia, incompetente para gobernar pero diestra e inescrupulosa en las malas artes de mantenerse.
La apertura necesaria para un camino reformador a la recuperación de la democracia incumbe principalmente al poder acumulado y concentrado a contravía de la Constitución. En pasos que fortalezcan en lo debilitado y devuelvan en lo perdido, credibilidad al voto.
Pero no todo depende del poder. Hay una parte que toca a la dirigencia política y otra a los ciudadanos organizados o no, además de ese acompañamiento cívico exigente a quienes desde la administración electoral intentan introducir transformaciones en un contexto muy viciado.
A la dirigencia política y social, responsable de presentar alternativas al doloroso presente, corresponde ofrecer, en este clima de desencanto y supervivencia, propuestas realistas para ser creíbles y audaces para ser atractivas. Candidaturas tan unitarias como sea posible, rostros y trayectorias convincentes con conocimiento y comprensión de la realidad que vivimos, así como ideas que muestren opciones esperanzadoras. Que la rendija se vuelva boquete y éste puerta, requiere de mucho trabajo.
El riesgo mayor que veo es el de una participación electoral desordenada que redunde en desprestigio de la política, con retrocesos civiles aún mayores. Votar necesita por qué y para qué. El difícil cómo se va conquistando. Pero votar también necesita por quienes.
Ramón Guillermo Aveledo