No soy médico, no sé nada de enfermedades, cirugías, infecciones y mucho menos de enfermedades complicadas. Solo empíricamente, me atrevo a dar un consejo de cómo atender una pequeña dolencia. Mi consejo más frecuente es anda al médico o vamos al médico, si se trata de uno de mis hijos o nietos, o de mi esposa. Muy buenos y competentes médicos hay en Barquisimeto. Y a la mano tengo tres cuñados, dos hijos y dos vecinos médicos. De esos recursos empíricos que hablo, conocemos todos los seres humanos. Recuerdo a mis abuelos producir vómitos a personas que habían comido o bebido algo potencialmente venenoso y oía las conversaciones de mis padres sobre lo peligroso de esas comidas. Si, por ejemplo, padezco, o alguno de mis familiares cercanos padece, de un dolor de cabeza o de estómago, o una pequeña fiebre, les recomiendo una aspirina o un acetaminofén o una de las variadas pastillas para el malestar estomacal. La mayoría de las veces esas recomendaciones son suficientes. Para el dolor estomacal puede ser que le agregue la recomendación de no comer mucho durante un tiempo algunos alimentos, o dejar definitivamente, de ingerir otros. Siempre hay padecimientos domésticos, por darle un nombre, pero también hay lo que se conoce como “remedios caseros.”
Cuando apareció o se comenzó a hablar de la Covid-19, no le di importancia a esa enfermedad. Pensé, a cada rato aparece una peste, un Ébola, unas enfermedades hemorrágicas, el Sida, enfermedades virales, el Zica, la Fiebre del Valle, la Vaca Loca y muchas más. Esas enfermedades luego se controlan y gracias a Dios no llegan a Venezuela y si llegan ya están controladas. Eso pensé. Nunca pensé en la Covid-19 como una enfermedad tan demoledora. Ha acabado siendo una Pandemiano dominada todavía. La discusión de si fue producida con mala intención en un laboratorio o si es de origen natural, revela lo grave de la situación con implicaciones sociales, políticas y económicas muy serias. En Venezuela preocupa muchísimo no saber exactamente en qué situación está la enfermedad en el país y si es posible una vacunación masiva y efectiva de la población. “Todos estamos aprendiendo”, le oí decir a un eminente médico barquisimetano. Las cifras del régimen, con razón o sin razón, nadie las cree. Las oímos cada vez que las dan por televisión, pero persiste la idea de no ser ciertas. He oído especialistas decir que esas cifras no se corresponden a la verdad y de hecho, ha fallecido una gran cantidad de personas. Nos parece que el mejor remedio es la vacunación masiva de la población, entre otras cosas porque el país, después de un año de confinamiento, continúa trabajando a media máquina. Si el régimen informara los resultados reales, verdaderos, de la semiparalización decretada, crecería la esperanza de una solución cercana a esta pandemia. Un año sin educación, con los niños en la casa, en el mejor de los casos; sin universidades; sin industrias trabajando; sin comercios; con disminución dramática de la producción de bienes y servicios, sobre todo de alimentos; sin turismo, sin deportes y distracciones sanas, es una tragedia muy grande, será que el régimen nos quiere encerrados?. Si a eso le sumamos la falta de gasolina, gasoil, luz eléctrica, agua, con una severa hiperinflación, Venezuela es hoy un infierno invivible. El país entero y quienes detentan el poder, deben pensar muy bien lo que ocurre y buscar soluciones. Todos los días me pregunto qué país le vamos a dejar a nuestros hijos y nietos. Pensémoslo bien.
Joel Rodríguez Ramos