Si algo quedó demostrado durante la pandemia de COVID-19 es que contar con un buen servicio de internet significa conservar un empleo, tener acceso a servicios de salud, seguir estudiando y mantener contacto con el resto del mundo sin salir de casa. Para que esto ocurra, sin embargo, la cobertura y calidad del servicio no solo debe ser amplia, sino también óptima.
A Mariana Cedeño, una joven publicista en el municipio Caroní de Bolívar en el sur de Venezuela, se le hacen más largas las jornadas de trabajo por la precaria conexión a internet. Rubselis Fuentes, residenciada en San Félix en esta misma entidad, debe desvelarse hasta la madrugada -cuando el servicio mejora- para terminar las tareas escolares de su hija, mientras que al oeste del estado una trabajadora de una industria estatal pasa hasta tres días sin conexión aislada del mundo.
Estar sin internet es una barrera tecnológica cuyos efectos se extienden a numerosos ámbitos de la vida. Para Marcelo Cabrol, gerente del Área Social del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), “constituye una barrera en el acceso a la salud, a la educación, a servicios sociales, al trabajo y a la economía en general. Si no la cerramos, esa barrera cada vez será más alta y tornará aún más desigual a la región que ya es la más desigual del mundo”.
En el caso de Venezuela, el país tenía una penetración de internet de 62,51 % en el cuarto trimestre de 2015, según cifras de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (Conatel), pero en ese mismo periodo de 2019 esa cifra cayó a 60,89 %.
En las regiones más distantes del centro del país, el panorama empeora. Solo 22 % de los hogares tenían acceso a internet en Bolívar, al sur del país, indican los datos recabados entre 2019 y 2020 por la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Inso-Encovi), realizada por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).
Pero los problemas de internet no son solo de acceso, sino también de velocidad, afectando incluso a municipios más urbanizados como Caroní, el más poblado de la entidad sureña. Mariana Cedeño hace teletrabajo en la rama de publicidad en Ciudad Guayana. Su internet en las mejores condiciones alcanza 2,4 megabit por segundo (Mbps).
El país tiene una velocidad promedio de navegación de 1,5 mbps, según datos de diciembre de 2020 a enero de 2021 de la prueba de velocidad de navegación de Measurement Lab, por el Instituto Prensa y Sociedad Venezuela (IPYS), un retraso notable, sobre todo cuando la velocidad promedio de internet en América Latina se ubica en 5 mbps y la media mundial es superior a 15 mbps.
Las limitantes de internet, la carencia de equipos tecnológicos y la merma de los medios de comunicación mantienen desconectado a gran parte del país. En Bolívar, las zonas rurales son las más afectadas por la falta de conectividad y la falta de inversión de la Compañía Anónima Nacional Teléfonos de Venezuela (Cantv).
Al ser propiedad del Estado, Cantv tiene las tarifas más económicas y cubre 66,42 % del mercado nacional, según el informe de Conatel de 2019. Sin embargo, su servicio es deficiente y no llega a los sectores rurales donde los ciudadanos quedan prácticamente incomunicados.
Ante las deficiencias de la estatal Cantv, Mariana debe apoyarse en la empresa privada Movistar para cumplir con su trabajo. Por esto, gasta entre 20 y 30 dólares mensuales en recargas telefónicas.
La deficiente calidad de su internet de Cantv le ha impedido, incluso, mantener trabajos u optar por nuevas ofertas laborales, pues al ser a distancia miden la velocidad del internet para decidir si califica o no para el puesto.
Aunque algunas empresas privadas podrían ser alternativas de conectividad, estas cobran instalaciones del servicio por encima de los 200 dólares y mensualidades -dependiendo de los megabits-, desde 30 hasta más de 100 dólares, un costo prohibitivo para la mayoría.
“No es solamente cumplir con el trabajo, es pelear con el internet, es estar cambiándome de red y eso de verdad, afecta mentalmente”, sostuvo.
A este panorama de limitaciones se suma el hecho de que, para mayo de 2020, más de 1.200 millones de estudiantes de todos los niveles de enseñanza ya no recibían clases presenciales, de los cuales más de 160 millones eran de América Latina y el Caribe.
Un testimonio de esta situación en el interior de Venezuela es Rubselis Fuentes, residente de Buen Retiro, una comunidad populosa de San Félix en el sur del país. Sufre las carencias de internet a diario. “Acá en el sector no contamos con línea Cantv y la señal es mala”, sostiene.
Para completar las asignaciones del colegio de su hija, debe esperar las horas de la noche o de la madrugada, cuando la señal de la empresa privada Movistar es menos deficiente.
Fuentes, sin embargo, es una de las pocas en la comunidad que tiene facilidades para enviar las tareas de su hija por internet. En ocasiones, su familia ha tenido que descargar material escolar a otros jóvenes para que puedan entregar sus tareas. “Por acá hay muchas personas que ni teléfono tienen y de verdad no sé cómo hacen, porque ahorita todo es redes sociales”, dijo.
Para ella, las políticas de gobierno en lugar de generar mejoras y avances en el acceso a internet de las personas, han causado mayor retraso y rezago a nivel educativo, algo que ha mermado el aprendizaje de jóvenes en pandemia, incluyendo los niños de su sector.
Luisa Pernalete, coordinadora del colegio Fe y Alegría con presencia en la mayor parte del país, señaló que la pandemia agravó los problemas de la educación venezolana que ya venía sufriendo deficiencias por las renuncias y abandono de maestros, los bajos salarios y el estado de deterioro de los colegios.
Cuando inició el confinamiento y se anunciaron las clases a distancia, los maestros no contaban con los recursos económicos ni los equipos para trabajar por internet. “Esto nos agarra sin herramientas”, sostuvo.
De acuerdo con Pernalete, la formación que pueden dar a través de internet es precaria por las carencias tecnológicas de profesores y alumnos. Para suplirlo, trabajan con guías instruccionales y los circuitos de radio Fe y Alegría, que abarcan poco más 50 % de su alumnado de primaria.
En núcleos rurales como el ubicado en El Pao, municipio Piar de Bolívar, deben hacer visitas casa por casa porque no llega la señal de radio, no hay conectividad y tampoco cuentan con teléfonos inteligentes. “Van a cada casa a llevar las guías instruccionales, es una dedicación realmente extraordinaria”, señaló.
Aunque considera que los colegios privados tienen mayores posibilidades de trabajar con estas herramientas, precisa que estas instituciones apenas representan 15 % del total de la red educativa. “La mayoría de los muchachos no se están formando por internet”, sostuvo Pernalete.
Ahora bien, mientras en Venezuela las dificultades para el aprendizaje remoto son consecuencia de la crisis humanitaria compleja que afecta al país, naciones de América Latina y el Caribe libran sus propias batallas y disparidades. Datos recopilados por el Observatorio Latinoamericano de Políticas Educativas a marzo de 2021 revelaron que en Colombia, 43 % de las personas tienen acceso a internet de forma regular en sus hogares, mientras que en Brasil esa penetración es del 72 % (aunque 1.879 distritos no tenían acceso a una red de comunicación móvil).
Entre los mejor parados de ALC figuran Chile y Costa Rica, donde más del 85 % de los hogares tiene internet. Igualmente, destacan Costa Rica, con un 84 % de acceso a internet en los hogares; y Uruguay, que llega al 69 % de la cobertura de fibra óptica.
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