Las caraotas negras no solo han llenado el estómago de millones de comensales en todo el planeta sino que han servido de inspiración a conocidos poetas y compositores que le han cantado a su belleza de ébano así como a las exquisitas preparaciones que se logran al cocinar sus arriñonados cuerpos. Desde la tradicional sopa de caraotas que se come en casi toda Venezuela, pasando por la feijoada brasileña o los moros y cristianos cubanos, este grano ha acompañado la dieta de los nativos americanos desde tiempos inmemoriales y se ha sumado a la gastronomía del “viejo mundo” desde que los primeros europeos arribaron a estas generosas tierras.
No se trata de una rigorosa antología poética acerca de esta leguminosa que se conoce con nombres tan variados como caraotas, porotos, frijoles, habichuelas o zaragozas, sino de una selección de cuatro breves poemas de autores venezolanos que toman como inspiración la oscura semilla y nos permiten echar una mirada, a través de los ojos del poeta, de las costumbres culinarias de otros tiempos así como de curiosidades que rodean el cultivo de tan preciado grano.
El genial poeta costumbrista caraqueño Aquiles Nazoa nos cuenta la historia de un singular sepulturero de San Juan de los Morros quien, haciendo caso omiso de las burlas y críticas de los lugareños, dedicó sus horas de ocio al cuidado de un pequeño conuco en el cual cosechaba las preciadas caraotas:
“Y en cuanto al singular sepulturero,
me parece muy bien que entre las fosas
se dedique a sembrar leguminosas
en lugar de algún sauce plañidero.
Si otros enterradores en el mundo
la misma cosa hicieran, ¡qué alegría!,
se acabaría el hambre en un segundo,
puesto que la escasez se acabaría”
El maravilloso imaginario de Nazoa le permite recrear en este poema, titulado Las caraotas del cementerio, incluido en su libro Humor y Amor, la transformación del campo santo en un campo de cultivo y retar a la piadosa opinión pública de su época planteando semejante despropósito. Su cuidadoso verbo y su fino humor le permiten salir airoso del desafío, logrando cosechar simpatías en lugar de críticas:
“Desde luego, en San Juan hay mucha gente
que ve en la siembra un acto irreverente;
son los que la necrópolis visitan
y el apotegma bíblico recitan
trocado en este raro disparate:
“Vanitas vainitate”
Y lo que (sobre todo a las mujeres)
más les duele, quizás,
es ver que los más caros de sus seres
quedaron para abono, nada más,
por lo que hay que decirles:
“¡Polvo eres y en… caraotas te convertirás!”
Y no alcanza a ver que de esta suerte
queda solucionado un gran asunto,
que es el que más temible hace a la muerte:
el del destino que tendrá el difunto.
La ventaja del caso es evidente
y cuanto más se estudia, más se nota:
a convertirse en nada, francamente,
preferible es volverse caraota”
Nuestro cancionero popular está lleno de referencias a la comida criolla y han sido muchos los compositores que le han dedicado sus mejores obras a platos emblemáticos de nuestra gastronomía. Las caraotas negras inspiraron a Manuel Briceño para componer un corrido que grabara la agrupación Los llaneros en el año 1941. En sus versos reivindica a las diferentes preparaciones de caraotas negras como el plato nacional, que se consume por igual en las mesas de todos los estratos sociales, convirtiéndose en el alimento que unifica nuestros gustos culinarios, más allá de la estéril discusión de comerlas saladas o dulces.
“La caraota compañero
es mi plato nacional,
ella me da la pimienta
para poderles cantar […]
Las caraotas vida mía
son mi gran preocupación
si me faltan sólo un día
armo una revolución.”
Por tradición, las caraotas se sirven como acompañante de casi cualquier cosa, siendo la combinación más conocida la de arroz, carne mechada y tajadas, que conforman el Pabellón venezolano, nuestro plato nacional. Sin embargo las podemos disfrutar como relleno de arepas (la Dominó, es un clásico) o de empanadas. El visionario empresario merideño Manuel da Silva Oliveira inmortalizó el helado de caraotas en su legendaria Heladería Coromoto y algún osado pastelero las ha utilizado para recrear un versión del achocolatado brownie. En muchos hogares de extracción humilde, por años (y aún hoy en día, eso sí, sin que nadie se entere) las caraotas fueron el mejor acompañante de italianísimas pastas, plato favorito de Susana Dujim, nuestra primera Miss Mundo.
“En la orilla y en el centro
se las sirve con arroz
y resucitan a los muertos
como si fuera un buen dios. […]
Con cochino o con arepas,
con casabe o tropezón,
yo las prefiero en banquete
de pavo horneado y jamón.”
En la misma línea temática, el compositor caraqueño Juan Martínez, a quienes los caroreños consideran uno de sus “próceres culturales”, nos amplía la gama de combinaciones gastronómicas en las que pueden estar presentes nuestras queridas negritas:
“Refritas son exquisitas
en caldo o espachurrás,
con arepa, suero y queso
están bien acompañás.
Algunos las conocen dulces
otros las comen salá,
en pabellón con baranda
u ocultas en empanás. […]
Con mortadela no van,
con espaguetis tampoco
el criollo no puede aceptar
que se mezclen refinás”
En este merengue titulado La caraota, nuestras leguminosas tienen “color de pueblo moreno, sabor a tierra sudá”, haciendo referencia ala vinculación de este plato con las clases más populares y desposeídas del país durante buena parte del siglo XX, cuya alta carga proteica alimentó al campesino en sus faenas diarias y al obrero que participó en la construcción de grandes proyectos arquitectónicos y urbanísticos a lo largo y ancho del país.
Cerrando ya esta breve antología poético-musical dedicada a la caraota negra, me he topado con un texto que lleva el título de Canción a la caraota del joven poeta Joel Linares Moreno, incluido en una selección titulada “Poemas Generales” de 2015. Los recuerdos de la niñez, de la casa materna, del almuerzo recién preparado y servido con todo el amor posible. Retrata las manos de tantas madres y abuelas que han cumplido con el ritual diario de limpiar, hervir, aliñar y servir a las generosas raciones de caraoticas.
“Noche encapsulada y dulce,
aliento de millones de infancias
enfermas de olvido, de piernitas corriendo,
de risitas lanzadas al viento.
Manjar de ébano,
tu perfume llenó mis días,
tus bendiciones llenaron mis arterias,
mi pulso te recuerda,
te anhela,
te espera cada medio día.
Bebí de tu piel morena
la cascada de vida cotidiana
y te busco aún hoy,
con afán y desespero de enamorado
en cada olla de cada cocina.
Fuiste amor y entrega,
crema negra del cuidado,
el verso diario de mi vieja negra
que diariamente te entregaba a mi
en negro plato.
¿Quién dijo que un corazón negro es malo?
amor negro,
como tu cuerpo,
como solo amamos los negros.”
Aunque su costo se haya elevado significativamente y ahora cueste mucho más encontrar granos de buena calidad, la caraota negra seguirá siendo uno de los alimentos que siempre estará presente en la mesa del venezolano por tradición, por costumbre y porque nos encanta.
Miguel Peña Samuel