Una política limpia y constructiva no puede dejarse gobernar por el resentimiento.
En sicología, el resentimiento es “constante vivencia de una humillación que no sólo no se ha olvidado intelectualmente, sino que es constantemente revivida, vuelta permanentemente a sentir, re-sentida.” Lo escribe García Pelayo quien estudió su politización. Configura “emociones hostiles, vengativas y rencorosas”. Scheler lo define como “una autointoxicación psíquica”. Una envidia existencial, un odio generalizante, ya no orientado a algo o alguien en concreto.
El resentimiento transforma la actitud negativa hacia el portador de un valor en negación del valor en sí mismo y esa negación a su vez engendra valores propios. Lo corrompido es lo antiguo, lo virtuoso es lo nuevo. Diría Nietzsche “hay necesidad de un verdadero arte de la calumnia”. Si la verdad ajena es mentira, mi mentira es la verdad.
En su libro La voz del resentimiento: lenguaje y violencia en Miguel de Unamuno (Monte Ávila. Caracas, 2006) el venezolano Carreño Rincón dice de cómo “los odios de las ideologías totalitarias (fascismo, comunismo) podrían encontrar abono en el terreno español para rencores latentes en la sensibilidad colectica” y cita a un periódico madrileño de 1931, “Hay que herir el sentimiento –resentimiento más bien- de la particularidad para despertar el sentido de la universalidad”.
“El odio es el arma nuclear de la mente” escribe Dozier en Why We Hate (McGraw-Hill. NY, 2002) y explica, a partir de los ciclos de venganza entre israelitas y palestinos, recientemente rebrotados con cientos de nuevas víctimas que “Si usted habla con extremistas de cualquier lado en conflictos llenos de odio, le dirán cuan repugnantes sus oponentes son. Sus racionales frecuentemente incluyen décadas, incluso siglos de agravios”.
Cultivar el resentimiento con fines políticos envenena el tejido social. Enferma al resentido y al objeto del resentimiento que pasará del temor al odio con justificaciones de defensa que es en realidad revancha. La demagogia de los populistas puede ser inflamable y ¿Quién y cómo apaga el fuego cuando todo coge candela?
La instrumentalización del resentimiento con fines de sacar de él ventajas en la lucha por el poder, provoca una escalada que puede ser infinita. Usado desde el poder, una vez alcanzado, para mantener la tensión social que permita continuar indefinidamente la lucha contra los enemigos del pueblo, es el colmo de la antipolítica. Es la guerra. Que expediente tan negativo pueda convertirse en insumo para una política pública resentida, es ruta que conduce a la ruina.
En el Palacio Público de Siena, unos frescos de Ambrogio Lorenzetti representan al buen y el mal gobierno. Aquel es caracterizado por la justicia, la concordia y lo rodean virtudes de paciencia, templanza, prudencia, magnanimidad, seguridad, sus efectos son la paz y la prosperidad, el bien de todos. Efectos discordantes del mal gobierno son el crimen, los incendios de granjas, las enfermedades y sequías.
No sirve el resentimiento para gobernar, ni para construir una alternativa a quienes mal gobiernan. No hay peor gobierno que el del resentimiento.
Ramón Guillermo Aveledo