«El ser humano es mortal por sus temores e inmortal por sus sueños»
(Pitágoras)
El hombre es esa breve dicha que pasa, vive y sueña, aferrado siempre a la insidiosa esperanza interminable.
Cuando suman sobre el ser humano los años, le preocupa la soledad; esa que, gústenos o no, será al final nuestra segura y mas fiel compañera.
Desde el aletazo de su soledad añora volver a su ayer, tenga 30, 40, 50, 60 o mas años, aunque nunca termine el tiempo ni sus años de remendar la inmensa tronera que dejaron sobre su alma las decepciones, sus cansancios y fracasos.
Los años se van aprisa, los días crecen como un monumento de semillas mezcladas con el polvo de los caminos que transitamos cabizbajos o erguidos, según este el ánimo o se sienta el espíritu.
La muerte es una necesidad evolutiva, nuestras células se desgastan, vuelven y se renuevan hasta que a cada uno le llega la culminación de su ciclo que termina.
El ansia de permanecer largo tiempo en este bello mundo, no depende de cirugías ni de laboratorios, depende de nuestras fortalezas y actitudes ante la vida, a pesar de los males, de las amarguras, frustraciones, desilusiones y sueños no cristalizados.
Nadie puede ir por el camino sin el impulso del viento de la vida.
Las penumbras no son definitivas, estamos rodeados igual que de tormentas, de pájaros, de frutos y semillas, somos perfil de brisa, girasol de mil sonrisas, paraíso de la alegría, somos alborada, furtiva rapsodia de las hojas, somos zurcidores de redes de ensueño, somos amor, aunque estemos solos como mirada perdida en la distancia, con mas arena en los ojos que aquel tiempo en la ribera, con mas silencio que el de un sepulcro y el beso frio de las ultimas flores.
No importa que nos abrace la soledad y en el paisaje umbrío se pierda nuestra barca sola, cargada de sueños y esperanzas inmensamente sola, sola, sola, sola.
Amanda Niño de Victoria