#OPINIÓN Buscando caminos #27May

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Por si la experiencia venezolana no bastase, el renacer de Sendero Luminoso en Perú y del Partido Comunista en Chile, más recientes acontecimientos de Colombia, nos recuerdan que el ejercicio de la democracia no es suficiente para contener impulsos de odio, envidia, resentimiento y venganza perennes en la humanidad.

El sistema democrático es un muro de contención a estos exabruptos sociales – como lo son el derecho con el abuso y la justicia con la criminalidad. Pero en democracia ocasionalmente se configuran mayorías – como en la Alemania de 1933 y la Venezuela de 1998 – que eligen su propia destrucción.

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En Alemania el monstruoso proceso desatado fue vertiginoso y su resolución terminó a sangre y fuego, con intensa y decisiva intervención de la comunidad internacional, y la erradicación e ilegalización de la etiqueta política que lo generó.

En Venezuela, la erosión del sistema democrático evolucionó por etapas y mediante componendas y complicidades, y aquí la llamada salida parece predestinada a desarrollarse por las mismas vías en que surgió – por más que algunos sueñen con que ocurra como en la Alemania de 1945.

La realidad – triste o afortunada, según se mire – es que no parecen haber alternativas viables para que el sistema impuesto en este país se desmonte rápidamente o por vías de fuerza – a menos que ocurra algún hecho fortuito. Y aun así, siempre pueden quedar las semillas del monstruo, como lo hemos visto en Chile, Perú, y aún España.

Cuando amplias mayorías tienden al totalitarismo y la intolerancia, la más efectiva cura parece ser que ellas mismas logren procesar sus desengaños y desilusiones rechazando el virus a través de masivas manifestaciones electorales. Es quizás por eso el empeño de la comunidad internacional democrática en lograr el restablecimiento del sistema democrático en Venezuela, evitando siempre invocar vías de fuerza.

Por demasiado tiempo, gran parte de la oposición venezolana ha parecido aferrada a la ilusión de que aquí queda algún resquicio del sistema democrático, invocando argumentos de derecho y corte legal, como si quienes detentan el poder no contasen con un ente “judicial” dispuesto a convalidar cualquier prevaricación.

La realidad es que sufrimos una dictadura “de facto” que quizás no sea posible abatir de golpe y porrazo: Pero con el concurso de implacables presiones internas y externas siempre será posible confinar a su mínima expresión política, constantemente buscando caminos para que la gran mayoría pueda rechazarla por medio de apabullantes fracasos electorales. No parece haber otra.

Antonio A. Herrera-Vaillant

[email protected]

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