#OPINIÓN Rafael Ure, bachiller y políglota #24May

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Este simpático y bonachón personaje caroreño ha enriquecido como pocos coterráneos nuestro anecdotario ya cargado y repleto de figuras deslumbrantes de toda laya. Sus conversaciones son lo contrario de su magro apellido de tres letras, pues son de las peroratas más largas, sinuosas y barrocas que he oído en mi ya provecta existencia, y que habrían gustado de sobremanera a André Breton. En esta excepcional particularidad parlachinense se compara a otro personaje de nuestro lar tan proverbialmente chistoso y hablador como “Fei” Ure: El Negro Blas Meléndez, el de la cédula.

Cortés y educado, de buenas maneras, Ure se detiene a conversarme cada vez que un hado nos hace coincidir en algún lugar de Carora, uno de los pocos lugares de Venezuela donde la conversación es un tesoro a resguardar con celo. La lengua castellana llega en su pequeña boca que poco muestra su dentadura a sus más extremas capacidades y expresiones, la gramática parece por momentos llegar al llegadero, una fonética cargada de heteróclitas manifestaciones, empleo maestro de los hipocorísticos, frases y oraciones enteras que pueden asumirse como acabadas onomatopeyas. Es una lengua castellana que centellea bordeando sus capacidades expresivas al límite. Pareciera que un hecho gramatical de expresión nueva está en ciernes en aquella humanidad enjuta y escueta que da rienda suelta a una implacable dromomanía que lo domina noche y día. Es lo que llaman los lingüistas un idiolecto, si no perfecto, en construcción, cargado de antiguas y hasta desusadas palabras latinas, hebreas o de cualquier lengua moderna: inglés, italiano o francés.

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Hace varias décadas me di cuenta de su inusual lucidez crítica, cuando al salir juntos de la sala del Cine Bolívar de Carora, en donde vimos un film protagonizado por el estadounidense Charles Bronson titulado El pasajero de la lluvia (1970), se burlaba de la barata y torpe intención intelectualoide del cine estadounidense. “Ahora sí, decía Ure, tenemos películas psicoanalíticas en Hollywood, quién ha visto.” Y se echaba a reír con sarcasmo e ironía. Genial, sencillamente genial que un hombre de su humilde condición desarrollara tan impecable y agudo sentido crítico.

En la década de 1970 obtuvo con brillo el bachillerato en humanidades en el Liceo Nocturno Egidio Montesinos. Al ocurrir aquello se inscribe de nuevo para cursar el bachillerato en ciencias en esa misma institución de enseñanza secundaria dirigido por el profesor Homero Álvarez Fernández. Allí hizo gran amistad con el docente del exilio español Federico Sanz Sancho, a la sazón profesor de la lengua de Voltaire y Rousseau en cuarto y en quinto año de humanidades.

Con dos diplomas en sus manos piensa el flamante bachiller Ure continuar sus estudios en lenguas modernas en la ciudad crepuscular. Se inscribe en el Instituto Pedagógico Barquisimeto (IPB), una institución bastante conservadora y que algunos críticos le negaban el rango de universidad. Es el Pedagógico de la espantosa Campana de Gauss que aterrorizaba a los estudiantes más capaces. Es el modelo estadounidense de la Universidad de Nova Southearten (Florida) que retoña en el Pedagógico de Barquisimeto y los otros núcleos de esa casa de estudios.

“Fei” Ure es sometido a rigurosos exámenes de todo tipo: tests, mediciones antropométricas, pruebas en lenguas y matemáticas, entrevistas con psicólogos y médicos. Aprueba todas estas indagaciones con éxito, todo parece indicar que el bachiller Rafael Ure comenzará a la brevedad a estudiar en el Pedagógico de la Avenida Vargas, para convertirse de tal manera en enseñante de la lengua de Shakespeare y Edgar Allan Poe, su anhelado, viejo y acariciado sueño académico. No lo logrará.

Una antigua palabra del árabe clásico se interpondrá en su didáctico deseo: adabah, palabra que en la Península Ibérica se transforma en hadúbba, y que traducida al castellano o español será corcova, giba, chepa, deformidad. En efecto, es lo que en el castellano de América se denominará una joroba. En la cultura occidental se ha asociado desde antiguo a lo moralmente monstruoso, un objeto de escarnio, pero que a veces se asocia a los sujetos que la padecen con la buena suerte.

La ciencia moderna ha establecido que la cifosis, que es el nombre médico de esta deformidad, no está asociada a las supersticiones y a las creencias del vulgo. Es la Enfermedad de Scheuerman, una curvatura de la columna vertebral que dio nombre a la llamada popularmente “joroba de viuda”.

Los examinadores del bachiller Ure como que ignoraban olímpicamente estos avances de la ciencia médica, y tomaron la muy torpe y absurda decisión de negarle el derecho a prepararse para el ejercicio del magisterio por aquella deformidad que no es de su responsabilidad. El modelo de ser humano era para aquellos examinadores del Pedagógico el Doríforo de Policleto y la belleza caucásica, pero para nada tuvieron en cuenta que las más excelsas obras del arte y de la literatura universal está salpicada de enanos, seres deformes, tuertos: el fabulista Esopo era tartamudo y jorobado, Beethoven compuso lo mejor de su obra con estado de sordera total, el poeta Camoes era tuerto, pues perdió un ojo en Ceuta, Cervantes perdió un brazo en una célebre batalla, por lo que se le ha llamado “Manco de Lepanto”, no debemos olvidar los enanos y bufones en Velázquez que son de una formidable belleza, y que Víctor Hugo creó uno de sus más conocidos personajes literarios al que llama Quasimodo, que era jorobado, de rostro contrahecho y actor principalísimo de la novela Nuestra Señora de París, el poeta del romanticismo Lord Byron tenía los pies en forma de pezuñas hendidas, en tanto que otros genios presentan casos de insania mental, del que quizás el del holandés Vincent Van Gogh sea el más publicitado.

Y si nos apartamos del arte y la literatura, vayámonos a otros escenarios donde la deformidad campea: el físico y cosmólogo británico Stephen Hawking fue deformado casi totalmente por una enfermedad llamada esclerosis lateral amiotrófica que lo encadenó a una silla de ruedas por 50 años hasta su deceso; el abogado y presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln no era precisamente un efebo, sus sastres sufrían enormemente en el empeño de hacerle aparecer elegante.

Vieja discusión entonces entre lo que se considera bello y lo que se considera feo. Umberto Eco afirma que hasta la más hermosa de las modelos será siempre más fea en la vida real que en las fotos. Es problema subjetivo. La belleza clásica viene de los griegos y era una medida perfecta, hasta que en el siglo XIX aparece la belleza dionisíaca, perturbadora y contraria a la razón. Nace una “Estética de lo feo” con la cual podemos decir: ¡Qué bella es la fealdad! La belleza puede ser aburrida y la fealdad infinita. El concepto de belleza, dice Eco, es relativo y depende de la época y de las culturas.

De este modo podemos inferir que si el bachiller Rafael Ure hubiese presentado pruebas para ingresar a la corte del monarca español Felipe II hubiese aprobado los exámenes rápidamente, pues en el siglo XVI enanos, bufones, jorobados y contrahechos eran toda una atracción y hasta se les rendía culto y atenciones. Ganaban unos sueldos bastantes respetables, y se les llamaba “hombres de placer” en tiempos de los soberanos de la Casa de Austria.

Qué cosas las que debió enfrentar el Bachiller Rafael Ure al toparse con unos examinadores que seguramente no tenían ni la más peregrina idea de que el ingenio y la imaginación creadora no guarda relación con el soma que le sirve de sustento. “El cuerpo humano, decía Víctor Hugo, es sólo apariencia y esconde la verdadera realidad. La realidad de lo que somos es el alma.”

Luis Eduardo Cortés Riera

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