El Espíritu Santo es nada menos que la presencia de Dios con nosotros. Y se ocupa de muchas cosas nuestras. Tal vez la principal sea nuestra santificación.
¿Y qué será eso de nuestra santificación? Pues, el hacernos santos. ¿Santos? Pero ¿no será un atrevimiento eso de pensar ser santos? Ni tanto… porque ser santo es simplemente hacer la Voluntad de Dios en esta vida. Fácil de definir, ¿no? Un poco más difícil es lograrlo. Pero no imposible. Muchos lo han logrado.
Y es el Espíritu Santo el que está a cargo de eso, porque Él nos va sugiriendo cómo andar por el camino de la santidad, es decir, cómo ir amoldando nuestra voluntad a la Voluntad de Dios. Por eso decimos que es el Espíritu Santo Quien nos santifica. Sin Él, no podemos ser santos.
¿Cómo fue esa primera venida del Espíritu Santo? Los Apóstoles habían visto a Jesús irse de la Tierra, cuando ascendió al Cielo, y sabían que ya Él no estaría con ellos, al menos no como antes. Pero sabían también que debían seguir adelante y cumplir la misión que les había encomendado. Ahora sería diferente, porque no estando Jesús, sería el Espíritu Santo Quien los acompañaría y guiaría.
Vamos entonces a recordar cómo estaban los Apóstoles antes de Pentecostés. Con miedo, escondidos no fuera que los mataran a ellos también. Y antes de eso, eran bien torpes para comprender las enseñanzas de Jesús.
Pero luego de recibir el Espíritu Santo, los vemos irreconocibles. Cambiaron totalmente: se lanzaron a predicar sin ningún temor a ser perseguidos, con una sabiduría totalmente nueva en ellos. Hasta se les soltaron las lenguas con un especial poder de lenguaje dado por el Espíritu Santo: cuando hablaban cada oyente los entendía en su propio idioma. ¡Vaya traducción simultánea divina!
Comenzaron a llamar a todos a la conversión, bautizaban a los que aceptaban el mensaje de Jesucristo. Formaban discípulos, organizaban comunidades, ayudaban a los necesitados. Cuando los reprendían y los amenazaban, ahora no les importaba. Seguían sólo las órdenes que Jesús les había dejado, no las que le daban las autoridades. Sufren todo tipo de persecuciones, y hasta llegan al martirio.
¿Cómo pudo suceder esa transformación? El responsable fue el Espíritu Santo. Pero es importante ver ¿Qué hacían los Apóstoles antes de Pentecostés? “Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu… en compañía de María, la Madre de Jesús… Acudían diariamente al Templo con mucho entusiasmo” (Hech. 1, 12-14 y 2, 46).
Con nosotros puede suceder algo parecido. Pero no podemos olvidar cuál es el secreto del Espíritu Santo. Es la oración: oración perseverante, frecuente, con entusiasmo, con la Santísima Virgen María. ¡Ven, Espíritu Santo!
Isabel Vidal de Tenreiro
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