A Guillermo Yepes Boscán, in memoriam
“No lo entiendo”, dicen de quien escribe algunas personas. Lo agradezco, porque hay otras que no se preocupan por entenderme y directamente me insultan con calumnias que han inventado o repiten, sorprendidos en su mala fe. Los más, por cierto, parece que sí me entienden y de ellos, una buena proporción, a juzgar por los “me gusta” y los retuits, está de acuerdo con mis opiniones.
Como a cualquiera me gusta que me apoyen, pero no me incomoda el desacuerdo. Lo sé natural, propio de la pluralidad que asumo y respeto. Cuando escucho un buen argumento que me convence de mi error, cambio de opinión. Y cuando no, igual soy capaz de reconocer la inteligencia ajena, aunque su diagnóstico o sus conclusiones no coincidan con los míos y deba enfrentarlos.
Cuando quien no me entiende es alguien que respeto y quiero, una de esas personas que se supondría que pueden no estar de acuerdo pero que entienden mis razones, entonces creo que debo hablarles, porque hablando se entiende la gente.
Le digo que sigo siendo el mismo. Demócrata, cristiano, y Demócrata Cristiano. Humanista cristiano antes, desde la casa y el colegio, por eso sé que fuerza y caridad van juntas. Como otros, sigo siendo miembro de un partido vuelto añicos por la mano la sagaz e inescrupulosa del poder y la otra, la torpe mano de errores y omisiones de nuestro lado. Tras una vida de compromiso no sé ser independiente y menos indiferente, tampoco me conformo con ser militante de uno de los pedacitos aunque no los iguale. Sin otra representación que la mía, me siento obligado a hablar y actuar.
Esa identidad no es pura etiqueta, es contenido. Unos valores que guían la acción cívica, diría Don Pedro. Acción, no contemplación ni peña telemática. Cívica, ciudadana, civil, civilizada. Estoy por la justicia social en una Venezuela mejor que es aquí el ecosistema para el desarrollo de la dignidad humana de hombres y mujeres de carne y hueso que sufren. Esto es, democracia garantizada por un Estado de Derecho que funcione; economía al servicio de la persona, libre y también solidaria; derechos humanos, libertades. O sea, desde febrero de 1992 en la acera del frente del proyecto en el poder, ininterrumpida e irreversiblemente. Y me toca hacer de lo que debo cuanto puedo, en un contexto que niega todo eso. Aquí, en este país que vivo, quiero y he aprendido y sigo aprendiendo a conocer.
Principios y experiencia me vacunan contra personalismos y mesianismos. Me hacen alérgico a las aventuras y me defienden de fantasías. Aquel viejo principio operativo del realismo político que nos enseñaron, me obliga a estar atento al país y el mundo existentes, precisamente para tratar de ver qué se puede hacer para que las cosas cambien. En el intento me equivoco e intento rectificar. Pero la equivocación que trato de no cometer es la de no hacer nada o quedarme esperando que otros hagan. Lo que se pueda hacer, aquí y ahora, aunque sea poquito, lo haré o procuraré que se haga o apoyaré a quienes se atrevan a hacerlo, exponiéndose a la amenaza del poder y a la gritería descalificadora, a veces mucho menos desordenada de lo que parece. Corista nunca he sido, Dios me libre.
Busco, como siempre que haya una oportunidad para la política, como medio para abrir oportunidades a la vida buena, en el bien común. Romper el bloqueo y la parálisis. Ciudadano desarmado, civil y de este domicilio, creo que ninguno de los pocos recursos disponibles puede ser despreciado. El voto, debilitado como está, es uno de ellos. Nuestra pelea debe ser porque recupere su valor objetivo y subjetivo. A los que lo intentan, limpia, sinceramente, los respeto y deseo éxito, en una tarea muy cuesta arriba. Con quienes lo manipulan y envilecen, ni a misa.
Entender este país, obra siempre inconclusa, nos lleva a una conclusión todavía más difícil de realizar: No saldremos de ésta sin entendernos.
Ramón Guillermo Aveledo