Asumida la realidad de que en Venezuela la Ley es letra muerta, pero rescatando la convicción que su espíritu tomó residencia en el alma ciudadana, debemos ser muy cuidadosos en no enterrar principios morales al momento de apalancar las opciones políticas que surgen dentro de la vorágine civilizatoria a la cual nos condujo la oclocracia que nos rige.
Y es que una cosa es que la nomenclatura del régimen desconozca y viole la Constitución y otra cosa muy distinta es que para validar opciones pragmáticas le demos la espalda a su dogmática donde se contienen de manera prístina las esencias éticas que son fundamento del sistema democrático. No es la letra de la ley lo que orienta y ordena el proceder ciudadano sino su espíritu y propósito. La teleología nos orienta a descifrar el sentido de la ley mas allá de su significado literal y nos ilumina el camino para conseguir sus causas finales y no son otras que las que encontraremos en el espíritu ciudadano que se confunde con el espíritu del legislador democrático. Ello será el faro que deberá encaminar los pasos de la auténtica oposición hacia cualquier acuerdo con las fuerzas oficialistas pues siempre deberá tener presente que su impulso y ejecutoria carecen de tan altos ideales. Si esa es la intención de nuestros representantes en la ardua lucha en contra de la tiranía, debemos despejar nuestra mente de intereses diferentes a la consecución de la democracia que no será posible sin la Unidad Superior.
Es importante aclarar de forma indubitable esta posición para que los actores democráticos a quienes apoyamos, con Juan Guaidó a la cabeza, entiendan que este apoyo no es un cheque en blanco sino un aval que está sustentado en el acuerdo mutuo de luchar por la libertad por encima del inmediatismo funcional de las organizaciones partidistas. Este acuerdo funciona con base en la humildad que debemos nosotros tener al confiar en las instancias políticas el manejo de las negociaciones de alto nivel, donde están involucrados nuestros aliados internacionales. También esta dirigencia partidista debe tener la humildad de asumir que, sin la confianza de la ciudadanía, convertida en este caso en opinión pública, su presencia en los mecanismos de diálogo no tendría ningún peso diferente al que tienen los partidos que, aun calificándose como opositores, serán del grupo electoral bajo las condiciones que a bien tenga darles el régimen.
Entender esta posición parece simple, esta descrita en todas las encuestas de opinión, explicada por distintos y calificados analistas, no obstante, esta verdad de Perogrullo no ha sido internalizada por unos partidos fogosos que se consideran predestinados para ser los héroes de una épica libertaria sin percatarse que sus sueños de Ícaro tienen ineluctablemente el conocido y triste final de alas quemadas. Y acudimos a esta simbología mitológica para dignificar sus afanes y objetivos, ya que a fin de cuentas el sobredimensionar las propias capacidades no es tacha moral sino pecado de ingenuidad. Un pecado que se perdona con la penitencia de la humildad y eso es lo que el pueblo reclama a una dirigencia política a quien le ha entregado de manera repetida su confianza y apoyo sin que hasta ahora haya conseguido el resultado anhelado.
Entonces toca a Juan Guaidó como gran líder hacer ver a su plataforma de apoyo que la unidad no es una sumatoria de siglas, que la fortaleza de los partidos no está en las votaciones que lograron en pasadas elecciones, eso son fotos muy queridas de un pasado que ahora significa un recuerdo pero que no tiene asidero en el presente. La fuerza que pueden tener actualmente los partidos no está en sus adeptos porque no tienen el número suficiente para vencer al dragón de la apatía, su fuerza tienen que extraerla de la mancomunidad de objetivos y sentimientos que logren tener con una población sumida en la pobreza, en el abandono y en la decepción que le causa la política como instrumento de solución de problemas.
La unidad sincera y efectiva tiene que nacer de esta empatía con el dolor y la miseria que estructura y organiza las relaciones sociales que hoy tienen los venezolanos. Para que la dirigencia política alcance este satori, primero tienen que aceptarse con sus debilidades y acudir al encuentro con la sociedad con espíritu de enmienda y sentimiento igualitario. En próximo artículo daremos sugerencias al respecto.
Jorge Rosell y Jorge Euclides Ramírez