Su nombre es Isidra la Veragacha

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Corren los años 40 del Barquisimeto señorial. Una desgarbada mujer camina descalza por las calles del casco histórico. Su nombre de pila es Isidra y los niños le temen por su aspecto. Algunos vecinos se acercan a ofrecerle una limosna. Usa un sombrero para protegerse del sol, aunque hay quienes afirman que desde niña gusta llevarlo, en otras ocasiones se le ve con una decolorada pañoleta que le cubre su ya desvencijada cabellera. Su ropaje convertido en harapos revela desamparo. Es un poco extravagante por la combinación de colores, amén de lo voluminoso, lo que suscita repulsión.

La acompaña siempre una vara larga -de caña brava-, que descansa sobre su hombro y en la otra carga una “marusa” o bolsa hecha con tripas de caucho o cabuya, repleta de piedras para defenderse de quienes la molestan con los repugnantes gritos de “Veragacha, Veragacha”. Iracunda lanza su artillería, una tras otra, persiguiendo a sus ofensores que se escurren en los zaguanes de los caserones o en cualquier otro lugar.

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Escucha con indignación como a través de la intimidad de las celosías y barrotes de los ventanales, insisten en hostigarla: ¡Veragacha, Veragacha, cuando se agacha se le ve la cucaracha!

Sus descarnadas y largas piernas le permiten embestir contra los zagaletones, a veces opta por huir ligera del tormentoso remoquete para guarecerse bajo el histórico Puente Bolívar, por donde pasó el Libertador en 1821, cuando visitó por segunda vez Barquisimeto.

La caridad para los desposeídos

Detrás de su extraviada mirada, hay una mujer bondadosa y caritativa. Su colecta del día la comparte con los más desprovistos. A veces la deja en el altar mayor del templo de la Concepción o el Santuario La Paz, otras en la Catedral de San Francisco de Asís, por donde a diario deambula. Los vecinos de la plaza Lara, le guardan religiosamente alguna ración.

Con el paso del tiempo vertiginoso, Isidra se convierte en un personaje popular. Intérpretes le dedican canciones que se harán famosas, notables poetas algunas líneas y cronistas una que otro trazo en libros para inmortalizar su figura, tanto así que un sector del pueblo de Santa Rosa lleva su nombre. Se cree que allí nació y creció. No hay datos que así lo confirmen.

Sus restos mortales yacen en el viejo camposanto de Bella Vista. No hay nada que lo atestigüe, pues la depredación que atacó ese lugar sagrado arrasó con los últimos vestigios de nuestra Isidra, la Veragacha. Hoy, solo un monumento en el perímetro de la ciudad recuerda su existencia.

Foto: Elimpulso

Procedente de Duaca

A juicio del investigador Miguel Valecillos, cronista de la parroquia Catedral de Barquisimeto, Isidra era oriunda de Duaca, radicándose en Barquisimeto después de la visita de la Divina Pastora a esa población a principios del siglo XX. Refiere que ella sufrió de enajenación mental producto de que su esposo, que era jornalero de una hacienda duaqueña, murió por mordedura de serpiente.

“Contaba María Teresa Álvarez Corvaia, madre de la bailarina Taormina Guevara, quien vivió cuando era pequeña en una casa situada en la calle 25 entre carreras 17 y 18 de Barquisimeto, que Isidra casi siempre se asomaba por la ventana de la casona para asustarla; ella le tenía mucho miedo y agrega, que la Veragacha gustaba de hacerse coronas de papel las cuales se colocaba en la cabeza decía ser la reencarnación de la emperatriz María Teresa de Austria”.

Devota de la Virgen

A la Veragacha jamás se le escuchó una grosería, obscenidad o insolencia, apunta el cronista Eligio Macías Mujica, y añade que cuando perseguía a un muchacho que la hacía encolerizar, y entraba al zaguán de una casa detrás del mozalbete, podía encontrarse con la imagen de una Divina Pastora (se acostumbraba a colocar imágenes de santos en los zaguanes), la loca recobraba su habitual mansedumbre y se persignaba sonriéndole a la imagen. “Jamás nadie se postró ante la Divina Pastora con tan dulce embeleso como la Veragacha”. (páginas 165-168).

En su libro Sol en las bardas, publicado en Barquisimeto en 1995, no sin razón llamado “príncipe de las letras barquisimetanas», Macías Mujica cita: “Cuando los pueblos olvidan o miran con indiferencia a las madres, a los ancianos, a los niños, a los santos y a los locos, es señal de que han muerto para el amor, no son sensibles, son impotentes, han perdido la fe y son tan dignos de piedad, más que los mismos dementes. ¡Adiós, Veragacha! Contigo se acabó definitivamente la infancia de varias generaciones”.

¿Fingía demencia?

Sobre los años dorados de Isidra, escribe Alberto Castillo Arráez: “Todavía existe decadente y anciana “La Veragacha” o Isidra. ¿Loca? nadie lo sabe, se dice que finge serlo. Tenía agilidad de bailarina. Sus pies desnudos sabían ponerse en punta como un extraño ballet gatuno, cuando para agitarse o infundir pavor se empinaba poniendo los ojos desorbitados en un gesto pávido y fantasmal. Placíase solo en asustar y perseguir, pero nunca tomó represalias contra ninguno de la muchacheril parvada cuando le decían en mil tonos “Veragacha, Veragacha”. Portaba siempre un inmenso báculo y una capa flotante de liencillo, completando así su vestimenta pastoril consistente en larga y blanca túnica”. (pág. 63).

Pintura de la Veragacha al óleo de Trino Orozco
Pintura de la Veragacha al óleo de Trino Orozco, 1 m. x 0.70, de 1960. Colección Ana Teonila de Azparren

Tuvo un hijo

Un dato revelador que escrutó el cronista Omar Garmendia en unas pinceladas de la obra Barquisimeto que se va y deviene, describe que un día la Veragacha sorprendió al puritano barrio con la novedad de un hijo y se la vio mansamente dulce con maternal desvelo amamantándolo. Alguien le quitó el pequeñuelo fruto de su fugaz aventura
amatoria, so pretexto de que era loca y desde entonces se volvió torva, triste y envejeció definitivamente. Ya no persigue niños y mendiga indiferente y abstraída (pág. 64).

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