#OPINIÓN Comprando frutas con Aquiles y Liliana #8May

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El inmenso legado que dejara el escritor, ensayista, periodista, poeta y humorista caraqueño Aquiles Nazoa, cuyo centenario fue celebrado el año pasado en medio del primer confinamiento por la pandemia del COVID-19, se mantiene vigente en diferentes ámbitos de la vida nacional, especialmente a la hora de entender en su justa dimensión la idiosincrasia del caraqueño y del venezolano en general.

Han sido los costumbristas y humoristas quienes más provecho han sacado de la copiosa producción literaria de Nazoa, siendo también una fuente de inspiración para músicos formados en la academia o para compositores populares que han encontrado en sus versos motivos inagotables de inspiración. Simón Díaz, por ejemplo, le puso música al poema Guillermina mientras que Joaquín Díaz e Iván Pérez Rossi hacían lo propio con el Retablillo de Navidad. En el ámbito académico, Antonio Estévez musicalizó para voz y piano el poema El muerto de Marigüitar y el maestro caraqueño Federico Ruiz compuso su ópera Los Martirios de Colón, estructurando el libreto con dos de los poemas en tono humorístico que Nazoa escribió sobre el descubrimiento del nuevo mundo.

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Hace algunos años me topé con algunas producciones discográficas de Liliana Felipe, una compositora nacida en Argentina pero nacionalizada mexicana que no oculta su fascinación por la obra de Nazoa, la cual parece conocer muy bien. En uno de sus primeros discos grabado en 1989 bajo el sello El Hábito, incluye un tema titulado La cumbia del pescado, cuya música le pertenece, pero la letra está inspirada en el poema El pescado de Barranquilla de Aquiles Nazoa.

“Y eso que en materia de pescado
sabemos más que el mismísimo pescado.”

Otro de los textos de Nazoa que musicalizó Liliana Felipe fue Sonetos con pollo y cochino también publicado, como el poema anterior, en el libro Humor y Amor (1970). En esta oportunidad toma el texto del poeta venezolano de forma literal, pero omite los versos en los que se refiere al pollo y titula su canción Soneto con cochino.

¡Cómo me gustaría ser un cerdo:
vivir en un corral, en una piara,
o amarrado a una mata de tapara
entre pollos que brincan si los muerdo!

Más robusto y feliz cuanto más cuerdo,
no habría conmoción que me turbara:
me bastaría con mis conchas para
con todo lo demás estar de acuerdo.

Y cuando, ya pletórico y gordazo,
me asestaran el clásico manazo
para ser en chuletas convertido.

Aún verías mi rostro doble-ancho,
sonriéndole a la gente desde un gancho,
como diciendo:- Muy agradecido…

Este tema, que está incluido en su disco Matar o no matar de 2005, paradójicamente posee una exquisita y serena melodía que es interpretada por la voz de una soprano lírica acompañada solo por un piano, al más puro estilo del lied alemán del siglo XIX.

Pero la canción dónde se puede apreciar un notorio paralelismo con la obra de Nazoa, sin que haya un pronunciamiento explícito de la compositora mexicana acerca de su inspiración, es en un hermoso danzón titulado A su Merced, el cual fuera incluido por primera vez en el disco La ley del amor que grabara en 1995 con la Orquesta Danzonera Dimas. Posterior a ello ha sido interpretado por prestigiosas cantantes mexicanas como Eugenia León y Susana Zabaleta, entre otras.

El texto de este danzón nos lleva a recorrer los coloridos y aromáticos puestos de venta de frutas en el tradicional Mercado de La Merced, ubicado en el centro histórico de la Ciudad de México y construido en 1860 en los terrenos del antiguo Convento de la Merced. Quien narra la historia va mencionando las frutas que observa en los cestos o exhibidores de los diferentes puestos del mercado y las describe como si fueran personas, asignándoles características físicas y actitudes propias de los humanos.

También Nazoa escribió un texto titulado Comprando frutas, incluido en el libro Vida privada de las muñecas de trapo, publicado en 1975, apenas un año antes de su trágico fallecimiento, en donde narra la visita a una frutería que lo “envuelve en su manto de olores profundamente femeninos” y donde se topa con una serie de personajes representados por las diferentes frutas que, a manera de gran teatro ambulante, van caracterizando diversos personajes extraídos de la extraordinaria inventiva del poeta del Guarataro.

Las manos enguantadas de “obispos regordetes” que invitan a pasar al marchante a ese paraíso frutal representan para Nazoa los cambures que siempre cuelgan de ganchos en la entrada, mientras que las parchitas eran retratadas como unas “endebles jovencitas norteamericanas, achicharradas las naricillas por el sol de los trópicos, todas pelirrojísimas, la cara llena de pecas”. Para Liliana Felipe en su danzón, es el membrillo quien luce como los rubios turistas norteamericanos bajo el sol del trópico:

Uy, que finas mis vecinas
se burló el prieto zapote
luego, critico al membrillo
que es como un gringo amarillo

No sea usted tan chabacano
contestole la granada,
es usted zapote prieto
y nadie le dijo nada

A la granada, fruta ya desaparecida de los anaqueles de los mercados venezolanos, Nazoa le dedica uno de los más hermosos segmentos de este relato:

“¡Granada, infanta de cuento antiguo, doncella bizantina, hija delicadísima del Rey de la Baraja, secretamente enamorada del Caballero Roldán, prisionera tu doncellez entre vitrales, oh niña musical, inventora de los caleidoscopios!”

En la sección de los cítricos, la cantautora mexicana menciona a las naranjas, mandarinas, limas y los limones en los siguientes términos:

“Platicaban las naranjas
que las limas son bien fresas
que la vulgar mandarina se siente tan tangerina…”

Mientras que para el poeta venezolano los limones son unos niños de pantalón corto, las mandarinas unas decentes niñas de colegio y las naranjas unas provocadoras y sensuales damas:

Los limones, últimos niños todavía afectos al uso de los pantalones cortos, muestran sus bonitas rodillas.
Las mandarinas son unas niñas decentes a las que su mamá les permitió salir por un ratico al parque a jugar.

A las naranjas no les importa mucho que uno las sorprenda desnudas. Acaban de salir del baño y el sol les pulimenta la piel con sus finos aceites. Cuando hacen el amor es su caricia favorita que uno les muerda los labios.

El pobre mamey en ambos textos es visto como un personaje ordinario. “aquellos se sienten reyes, pero son puros mameyes” dice Liliana Felipe en su danzón mientras que Nazoa le dedica varias líneas al desaliñado y ordinario fruto:

“Sale ahora ajustándose los anchos pantalones el mamey, que acaba de almorzar en un restaurant barato de la carretera, y es chofer de uno de esos enormes camiones de la fábrica de cemento.”

La manzana, la fruta prohibida, siempre ha estado decorando con sus vibrantes colores los puestos de los mercados locales de nuestra América Latina. Para Liliana Felipe resulta un personaje perverso: “Y aconsejadas las tunas por la pérfida manzana, se agarraron de botana a las pobres aceitunas…”. En cambio para Nazoa es como una diva del cine en plena alfombra roja: “llega la manzana renacentista en su carro de rosas y muestra sus aristocráticas uñas suntuosamente pulidas.”

En el relato del poeta venezolano encontramos además a una guanábana muy maternal, a unos duraznos afeminados, a una engreída piña y a unos aromáticos melones, entre tantos otros personajes frutales que cobran vida y personalidad gracias a su inagotable imaginación.

Definitivamente hay que leer completo este maravilloso texto y recrearse con las imágenes que estimulan todos los sentidos desde el olfato hasta el tacto, y que, aunque lleno de humor, el final de Comprando frutas nos deja un toque dramático y reflexivo, en donde Nazoa recrea una hermosa escena de la Dama de las Camelias protagonizada por la pálida y lánguida pera:

Y en fin la pera, Margarita Gautier de las frutas, un tiempo se hizo millonaria en el cine haciendo la mujer misteriosa; hace años vive recluida en un sanatorio suizo, tuberculosa desahuciada, luna enferma bajo su sábana de nubes, resplandor de nevada. ¡Pera, Greta Garbo de las Frutas!, muriéndose de soledad y de frío en tu perenne madrugada, con tu silencio de ánima en pena, envuelta en el fantasma de tu perfume tu alma de papel de seda.

Miguel Peña Samuel

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