El entorno colectivista limita la propiedad
Es lamentable pero lógico, por tanto, que el entorno social colectivista procure por diferentes medios, a través de los gobernantes, limitar nuestra propiedad, sustraernos una parte o condicionar el uso que hagamos de ella.
Las personas no se ven expropiadas solamente cuando:
• el Estado les quita sus tierras para construir infraestructuras “en bien del interés general” o
• se les impone tributos, y
• se les obliga a tomar las armas para lanzarse a una guerra, o
• se les fuerza a prestar un servicio social o militar, o
• trabajar gratis o
• donar contra su voluntad un órgano o producto corporal, o
• tener o no tener hijos, o
• votar si no desean hacerlo, o
• participar involuntariamente en un jurado o en una mesa electoral, etv….
Es decir, las limitaciones a la propiedad impuestas por los gobernantes y demás intérpretes “del interés general”, con la sorprendente e irresponsable anuencia de la mayoría, son muchas, muy diversas y de consecuencias y alcances muy variados.
¿Qué hacer ante la limitación de la propiedad?
Ante esto, el ser humano está en su perfecto derecho natural de defenderse y protegerse, y, llegado el caso, de abandonar un entorno que considere insoportable por el expolio excesivo de su propiedad, en sentido amplio.
Conscientemente o no, millones de personas se esconden o huyen de los entornos sociales que limitan la propiedad o ponen trabas a su legítima obtención o intercambio. Es la suerte que corren tanto:
• los emigrantes (que buscan rentabilizar mejor el uso de propiedades como su inteligencia y su trabajo) como quienes protegen su dinero en un paraíso fiscal ante la depredación de Hacienda,
• las muchachas que escapan de países donde se practica la terrible ablación del clítoris como los insumisos que huyen del servicio militar,
• los exiliados de regímenes represivos como las mujeres que se ven forzadas a abortar fuera de su país,
• los ciudadanos que se fingen enfermos para no participar en un jurado como los consumidores de cannabis que vuelan hasta Amsterdam para comprarlo sin dar con sus huesos en la cárcel.
En definitiva, “libertad y propiedad” son dos caras de una misma moneda: la soberanía personal que nos corresponde a todos y sin la cual perdemos nuestra dignidad humana.
INDIVIDUALISMO NO ES EGOISMO
El ser humano libre no es egoísta
La exigencia que algunos seres humanos hacemos de nuestra soberanía personal puede denominarse individualista, pero no tacharse de egoísta.
La persona individualista, si basa su individualismo en las consideraciones éticas anteriormente expuestas, no puede dejar de considerar que comparte el planeta con otros seis mil millones de individuos a los que debe y necesita reconocer una soberanía personal idéntica a la que reclama para sí.
La mayor parte de las personas son naturalmente solidarias y expresan ese sentimiento de muy diversas maneras. Un entendimiento individualista de la solidaridad faculta a cada persona para ejercerla o no, y para hacerlo de manera directa o indirecta, así como para decidir libremente la magnitud del esfuerzo a realizar y el destino de su acción humanitaria.
La acción solidaria, como las demás acciones del individuo, es “eminentemente privada” y carece de sustento moral cuando se realiza bajo coacción o imposición de otra persona o de la mayoría, llegando entonces a convertirse en expropiación y a mermar la soberanía individual y, por tanto, la dignidad humana.
¿Quién es más solidario: el humano libre o el colectivista?
Aunque a los individualistas se nos tache frecuentemente de insolidarios, los colectivistas, en su afán igualitarista, suelen serlo en mayor medida.
El individuo autoconsciente, como valora enormemente su soberanía personal, suele ser mucho más respetuoso de la soberanía de los demás que los colectivistas. La mayoría de los individualistas creen en la solidaridad tanto como puedan hacerlo los colectivistas, con la única pero fundamental diferencia de que no están dispuestos a imponerla coactivamente a quienes no se sientan solidarios.
La solidaridad espontánea y voluntaria es una forma más, y muy digna, de ejercer el derecho al autogobierno individual, y en particular al uso de la propiedad (dinero entregado, tiempo dedicado a atender desinteresadamente a otros, sangre donada o trabajo voluntario realizado, etc…).
La solidaridad forzada no es tal sino “un expolio inmoral que aliena a quien lo sufre y rebaja a quien lo ejerce”, pues está violando brutalmente la soberanía personal de otro.
El ser humano libre es útil a los demás
Además, el ser humano es especialmente útil a los demás cuando actúa en beneficio propio, porque para conquistar su bienestar y su felicidad necesariamente debe crear, inventar, trabajar, invertir o actuar de otras muchas formas, todas las cuales aportan algo a los demás seres humanos. Por lo tanto, la actividad humana en persecución de los intereses propios debe considerarse como beneficiosa y no tacharse de egoísta, como hace la moral colectivista.
Es necesario rehabilitar el lucro como motivación legítima y moralmente correcta de los actos humanos. Por alto que sea el mérito de la acción abnegada de quien se dedica solamente a los demás, no es mayor que el de quien se esfuerza en conquistar metas para sí, y, si analizamos todo lo que el segundo contribuye a la sociedad impulsado por esas metas, es muy probable que su aportación resulte finalmente más útil al grupo que la del primero.
Próximo domingo 09/05: Colectivistas y políticos…
Juan José Ostériz