A mediados y hasta finales del siglo XIX, un viaje desde los andes hasta Caracas podía ser toda una proeza y a pesar que la aparición de los ferrocarriles y los barcos a vapor aligeraron la travesía al finalizar esa centuria, trasladarse desde el extremo occidente al centro de Venezuela podía generar tal expectativa que algunos viajeros incluso optaban por dejar testamento «ante cualquier circunstancia».
Tal vez este no fue el caso del niño José Gregorio Hernández Cisneros, quien con apenas 13 años fue enviado a Caracas a cursar estudios, ciudad en la cual se radicó hasta el final de su existencia luego de su infortunado deceso en 1919, oportunidad en la cual fue arrollado por uno de los tantos automóviles que ya circulaban en las calles capitalinas.
El futuro médico era nativo de Isnotú, estado Trujillo, población separada de la capital por aproximadamente 500 kilómetros. Para cubrir esa distancia se iniciaba la travesía a lomo de mula con paradas en los pueblos de Betijoque, Sabana de Mendoza, Santa Aplonia y La Ceiba.
Luego de varios días de monta equina, se abordaba un barco en la parte sur del lago de Maracaibo con rumbo a la isla de Curazao para trasbordar otro buque hasta Puerto Cabello y allí se tomaba otra embarcación hasta La Guaira. El periplo hasta Caracas se culminaba a lomo de bestia o en carruaje. Este viaje podía demorar semanas enteras y fue así como el buen doctor José Gregorio Hernández arribó a la ciudad a la que tanto quiso y dio y que hoy lo venera.
Pero el doctor José Gregorio Hernández no se desprendió de sus raíces y retornó al terruño a visitar a sus familiares y amigos. A continuación presentaremos un extracto del escritor carabobeño Miguel Elias Dao en su libro «Puerto Cabello, pinceladas historicas» de la breve estadía del noble galeno en esa ciudad portuaria durante su viaje de regreso a Isnotú, pueblo que lo vio nacer y en el cual guardaba sus afectos más profundos.
Anécdota de la visita de José Gregorio Hernández a Puerto Cabello
«En agosto de 1888 en tránsito hacia Curazao, arribo a este puerto el Siervo de Dios, José Gregorio Hernández y en su corta estadía en la ciudad tuvo oportunidad de hacer un análisis del paisaje.
Recorriendo el área conocido hoy como la zona colonial, aprovecho y fue a misa en la iglesia del Rosario. Ese mismo 21 de agosto envió una carta al doctor Santos Aníbal Dominici, donde le informaba detalles de su viaje y llegada a la isla holandesa.
Sobre Puerto Cabello, escribió:
-Fui a oír misa y tuve ocasión de ver toda la iglesia, que es pequeña, pero estaba bien adornada, preparada para una fiesta. Hubo un sermón: yo no sé qué opinión formarían de él los porteños; pero me pareció bastante malo. Después del sermón me fui a bordo, porque era la hora de almorzar y la misa tenia apariencia de durar mucho. Sobre la ciudad, el ilustre medico y ahora beato, señaló lo siguiente:
-Por la mañana salí a la ciudad con Clara Counturier que quería conocerla y estuvimos paseando hasta hora del almuerzo. En Puerto Cabello las rosas abundan de un lado a otro de las casas y con perfumes asombrosos. Sus calles estrechas y sumamente sucias me hace muy mala impresión. Las muchachas del pueblo (únicas que vi), son todas anémicas y con aires de curazoleñas.