Doctor Rafael Tobías Marquís Oropeza, 1882-1922
Científico, educador y feminista caroreño
Extrañados de Carora
Esta curiosa ciudad del semiárido del occidente Venezuela ha tenido una particularidad desde tiempos remotos. Expulsa de su seno a los elementos que no cuadran con su cosmovisión levítica, patriarcal, cuerpo de ideas de su núcleo humano dominante de ascendencia peninsular y canaria que practica una endogamia biológica y espiritual, la godarria caroreña.
A principios de la Guerra Federal, en 1859, es expulsado el fraile Aguinagalde, fundador de una cátedra latina y confeso liberal. No volvería jamás a Carora. Este extrañamiento dio pábulo a la famosa “maldición del fraile”. Un muro de silencio se le hizo a don Emil Maduro, curazoeño que enseñaba francés en su casa, lugar donde se hacían amenas conversaciones literarias y filosóficas a finales del siglo XIX y comienzos del XX. A comienzos del siglo XX un extraordinario sacerdote, Pbro. Dr. Carlos Zubillaga, quien es considerado por Luis Beltrán Guerrero un adelantado de la Teología de la Liberación, fue trasladado a Duaca, donde consiguió muerte prematura en 1911 este sacerdote, hermano mayor de Chío Zubillaga. Y desde Puerto Rico llegó Edmundo Jordán en 1936 a predicar como pastor protestante el Evangelio, enseñar prácticas comerciales y el idioma de Shakespeare. No se lo permitieron los godos de Carora y el muy conservador, custodio del catolicismo, monseñor Pedro Felipe Montesdeoca. Se le hizo un cerco social, por lo que debió retirarse a los Estados Unidos a finales del año 1948.
Pareciera que una coraza de convicciones muy arraigadas aisló a Carora de las corrientes de pensamiento más innovadoras de la modernidad. Cuando el recién graduado de abogado, Dr. Ramón Pompilio Oropeza, llegó con su título bajo el brazo, levantó suspicaces y recelosos comentarios en 1890. Liberalidad y anticleriacalismo eran las palabras que le quitaban el sueño a las devotas matronas caroreñas.
A mi juicio, fue esa tenaz envoltura ideológica, que hizo exclamar al padre Borges en 1918 que la ciudad larense era “Académica, aristocrática, católica, procera, Carora es, por lo mismo, conservadora.”, lo que impidió que las renovadoras y modernas ideas de Marquís, consiguieran asidero y terreno fértil en ese anclado imaginario colectivo caroreño. La razón patriarcal no iba a ceder sus espacios a un advenedizo e inoportuno Doctor en Agronomía formado en un país protestante, por lo que resultó oportuno extrañarle de su lar privilegiado, la levítica ciudad de Carora.
En la actualidad un eminente instituto de educación primaria ostenta el fulgurante nombre de Marquís en la localidad de Río Tocuyo, Parroquia Camacaro, Municipio Torres del Estado Lara, Venezuela, quien se prepara para festejar los 70 años de su fundación en el mes de mayo de 2016, hecho ocurrido durante el llamado trienio adeco, bajo la presidencia de Rómulo Betancourt, y la presencia activa del eminente educador margariteño doctor Luis Beltrán Prieto Figueroa.
El universo intelectual del doctor Marquís
Como bien sabemos, nuestro biografiado vivió a medio camino de los siglos XIX y XX. Fue media centuria de profundos cambios en todos los órdenes. Daniel Bell nos dice que “en la segunda mitad del siglo XIX, pues, un mundo ordenado era una quimera. Lo que se hizo repentinamente real, al moldear la percepción sensorial de un medio, fue el movimiento y el flujo. Se produjo de pronto un cambio radical en la naturaleza de la percepción estética. En el siglo XIX, por primera vez en la historia los hombres pudieron viajar más rápidamente que a pie o en un animal, y tuvieron una sensación diferente del paisaje cambiante, una sucesión de imágenes, un esfumado producido por el movimiento, que nunca habían experimentado antes. O pudieron, primero en globos y mas tarde en aviones, elevarse en el cielo a miles de pies y ver desde el aire rasgos topográficos que los antiguos jamás conocieron.”
El investigador riotocuyano profesor Taylor García Rodríguez ha realizado un interesante ensayo biográfico sobre nuestro biografiado. Allí argumenta que las coordenadas intelectuales del educador caroreño coinciden con las del positivismo comteano y spenceriano, y la teoría de la evolución de Darwin, corriente filosófica que introdujeron al país Rafael Villavicencio y el alemán Adolfo Ernst en la Universidad de Caracas a mediados del siglo XIX. Desde allí formaron un grueso número de discípulos, entre quienes destacan Vicente Marcano, Teófilo Rodríguez, Arístides Rojas, Luis Razetti, David lobo, Delgado Palacios, José Gil Fortoul, Lisandro Alvarado, Alfredo Jahn, Revenga, López Méndez, César Zumeta, Vicente Romerogarcía. Laureano Vallenilla Lanz, Pedro Manuel Arcaya, José Ladislao Andara, Elías Toro, Ángel César Rivas, Julio César Salas, Samuel Darío Maldonado.
Hasta bien entrado el siglo XX el positivismo se imbricará con el movimiento literario modernista de Rubén Darío, Leopoldo Lugones y sus representantes venezolanos, Pedro Emilio Coll, Rufino Blanco Fombona, Manuel Díaz Rodríguez, Urbaneja Achelpohl, Vicente Romerogarcía. Algunos de ellos llegarán a influir poderosamente en el gobierno de Juan Vicente Gómez, desde 1908 hasta 1935.
El positivismo dominó indiscutidamente el pensamiento, la ciencia y la reflexión. No hubo en Hispanoamérica corriente filosófica de más dilatada y penetrante influencia que el positivismo, nos dice Leopoldo Zea. No cabe duda que la ciencia natural que se enseñaba en nuestras universidades estaba marcada hondamente por esta filosofía cientificista, antimetafísica y objetivista.
Representaba la liberación mental del mundo de habla castellana en América. Y en ella se inscribieron nuestros doctores Luppi y Marquís, pues entre siglos el dominio epistémico de Augusto Comte y Spencer era indiscutido y se tomaba como una verdad absoluta el dominio de los datos perceptivos.
El pensador uruguayo José Enrique Rodó será otras de las lecturas favoritas de Marquís. El uruguayo destaca a la América Latina espiritual e idealista en contraposición de un Estados Unidos materialista y centrado en el utilitarismo –Ariel y Calibán, en una alegoría inspirada en Shakespeare. El colombiano y modernista José María Vargas Vila ocupará también la atención de Marquís.
Recordemos que este escritor se refugió en Venezuela y fue secretario del Presidente Joaquín Crespo. Los clásicos latinos figuran también, el poeta Horacio, que se leía en todas las clases de latinidad del siglo XIX. Los Ensayos de Montaigne, el filósofo y pedagogo español Juan Luis Vives, el padre del liberalismo John Locke, la pedagoga María Montessori, Juan Enrique Pestalozzi, el novelista ruso León Tolstoi, las ideas educativas del Emilio de Juan Jacobo Rousseau.
Taylor Rodríguez García sostiene que nuestro biografiado fue uno de los introductores de la Escuela Nueva en el país con sus más destacados representantes: Dewey, Declory, Froebel, Freinet, Claparede, Ferriere y otros autores. En el Estado Lara fue el pedagogo colombiano Ananías Cotte quien en la Escuela Normal de Barquisimeto en 1881 comenzó a dar empleo a tan útiles métodos de enseñanza. El uso de ese nombre, Escuela Nueva, nos remite a un movimiento desarrollado a partir de los últimos años del siglo XIX, en relación con determinadas ideas sobre la educación y sus prácticas que en Europa y en distintos países del mundo emergieron a contrapelo de la educación tradicional, fruto ciertamente de una renovación general que valoraba la autoformación y la actividad espontánea del niño. En oposición a una pedagogía basada en el formalismo y la memorización, en el didactismo y la competencia, en el autoritarismo y la disciplina, la nueva educación reivindica la significación, el valor y la dignidad de la infancia, se centra en los intereses espontáneos del niño y aspira a fortalecer su actividad, libertad y autonomía.
Luis Eduardo Cortés Riera