LA SOBERANÍA: ¿DE QUIÉN?… ¿Del Estado o de las Personas?
Cuando se hace recaer la soberanía en “un grupo”, además, tan amplio que nos abarca a todos, en realidad se nos está sustrayendo una porción considerable de la misma. La soberanía no le pertenece a un ambiguo “todos nosotros”: el “pueblo”, el “soberano” sino a cada uno de nosotros.
El grupo “patria”,(clase social, pueblo, sociedad, nación o como se le quiera denominar) no es otra cosa que la suma de sus integrantes, ni más ni menos. No es un ente diferenciado ni interpretable desde una visión organicista ni corporativista:
• no tiene vida ni consciencia propias,
• ni una voluntad que pueda esgrimirse como argumento para limitar la del individuo,
• no es sujeto de derechos diferentes de los que asisten a sus miembros
• ni tiene, desde luego, derechos de ninguna clase sobre éstos, antes al contrario,
• “son los partícipes del grupo quienes están individualmente dotados de sus respectivas cuotas de derechos sobre el mismo, ejercibles en relación con todas aquellas decisiones que necesariamente hayan de tomarse de manera colectiva por trascender de forma objetiva el alcance, siempre prioritario, de la soberanía personal”.
Las personas, en gran parte del mundo, hemos conseguido a duras penas arrancarle la soberanía a los monarcas que esgrimían su supuesto derecho divino y a toda clase de tiranos que empleaban cualquier otra excusa para usurparla.
Pero poco arreglamos si, una vez reconquistada, la “delegamos” con tanta generosidad en una nueva clase de gobernantes más simpáticos y “legitimados” (por el voto) pero igualmente dispuestos a emplearla en beneficio de su proyecto de sociedad, casi siempre colectivista y limitador de nuestra libertad (violatorios de la legitimidad en las acciones); o bien en aras de su entendimiento del Estado, cuando no en beneficio propio.
La soberanía pertenece a las personas
Si optamos por vivir en una sociedad:
• somos dueños de la millonésima parte que nos corresponda de la “soberanía colectiva” (no estaría de más darle a cada persona un título, una especie de acción, para que se visualizara mejor este hecho),
• aparte de seguir siendo, principalmente, dueños exclusivos y únicos de nuestra “soberanía personal”.
Respecto a ambas debemos ser extremadamente vigilantes, ya que de lo contrario nos las arrebatarán sin que nos demos cuenta:
• Respecto a la primera, es decir, a nuestra porción de soberanía común, deberíamos ser capaces de ejercerla muchas más veces, con mucha mayor efectividad y no sólo para escoger a nuestros gobernantes sino “para ordenarles en la mayor cantidad posible de casos lo que deben hacer”.
• Pero al mismo tiempo se debe impedir a todos ejercer su porción de soberanía colectiva “para mandar a los gobernantes acciones que atenten contra la soberanía individual de otros”, ya que ésta, igual que la nuestra, es más elevada. Y sin embargo, eso es precisamente lo que sucede de manera constante en muchos ámbitos, y particularmente en el de la política: grupos de interés de la más diversa naturaleza coordinan sus porciones de soberanía colectiva para imponer limitaciones a la soberanía individual de otros.
La soberanía individual no debe perjudicar a nadie
La soberanía individual nos faculta para hacer absolutamente cuanto deseemos, con la única pero fundamental excepción de aquellas cosas que verdadera y demostrablemente perjudiquen a otro. “Hacer”, en este contexto, incluye por supuesto “No Hacer”.
Este principio básico está formalmente reconocido por casi todas las instituciones democráticas, pero se ve sistemáticamente vulnerado y reducido en aras de un difuso “interés general” que encubre con frecuencia el interés particular de sus diversos intérpretes en el campo de las ideas o en el de la política. Intérpretes que no tienen empacho ni rubor en limitar nuestra soberanía para favorecer, no el objetivo restablecimiento de la soberanía vulnerada de otro, sino aquellos intereses que a su criterio o a su capricho coinciden con los del grupo o la mayoría de sus miembros.
“La libertad de cada uno no termina donde empieza ese discutible eufemismo que en realidad sirve como excusa para que las élites interpretadoras hagan y deshagan a su antojo, sino que termina donde realmente comienza la inalienable soberanía individual de otro, pero del “otro” con nombre y apellidos”.
Las consecuencias fundamentales de la soberanía individual son nuestro indiscutible autogobierno y nuestra plena potestad sobre nuestra propiedad.
PERSONA Y PROPIEDAD
Propiedades de la persona
La persona nace con algunas propiedades:
• el proceso biológico que llamamos “vida”,
• el cuerpo y sus órganos y productos,
• la opción reproductiva,
• la mente y la capacidad de pensar e idear,
• la fuerza y la capacidad de transformar la materia.
Con el paso del tiempo adquiere otras propiedades:
• como los conocimientos,
• la experiencia,
• la habilidad,
• la capacidad de trabajar y
• los objetos, títulos y derechos que obtiene por diferentes medios:
o a cambio de su trabajo intelectual o físico,
o por regalo,
o por azar,
o por usucapión legítima,
o por su habilidad en la adquisición y enajenación de otras propiedades u otras formas de interacción con otros individuos, etc…
La propiedad es indisociable de la condición soberana de la persona: es la faceta tangible del carácter humano y no meramente animal de la persona. Es el ámbito sobre el que ejercemos nuestro autogobierno. Cuando una persona:
• trabaja o piensa,
• vende o compra,
• fuma o decide ponerse en huelga de hambre,
• hace o recibe un regalo,
• dona sangre o se suicida, está afectando su propiedad en diferentes grados y en ejercicio de su soberanía, sin la cual no tendría más que una existencia alienada, meramente biológica y similar a la de los animales.
Cuando se priva a una persona de su propiedad bien habida se hace añicos su soberanía y se la reduce a la condición de esclava, porque sin propiedad casi no hay persona.
Próximo domingo 02/05: El entorno colectivista limita la propiedad…
Juan José Ostériz