Los seguidores de Cristo tenemos muchos privilegios. Pero solemos no darnos mucha cuenta de ellos.
Primer privilegio: Jesucristo es el Salvador. Eso se dice fácil. Y tanto se ha repetido que no parece nada de particular. Y no lo aprovechamos en toda su dimensión. Jesucristo nos salvó de gratis, sin ningún esfuerzo de nuestra parte. Se nos pide –eso sí- aprovechar las gracias que Jesucristo nos regala… igual que cualquier regalo: si se nos da, hay que recibirlo.
Pero, si nos fijamos bien, no todos aceptamos la salvación que Jesús nos vino a traer. Parece un contra-sentido, pero muchos están abiertamente en contra de Jesucristo, en contra de Dios. Esto significa que están rechazando la redención que sólo Cristo puede darnos (cfr. Hech. 4, 12). Y los que así piensan quedan de su cuenta para salvarse… si es que eso fuera posible.
Segundo privilegio: nosotros estábamos secuestrados después del pecado de nuestros primeros progenitores. Pero Jesucristo vino a salvarnos, es decir, a rescatarnos de ese secuestro. Y no sólo nos ha rescatado, sino que además nos ha hecho hijos de Dios. Y «no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que realmente lo somos» (1 Jn. 3, 1-2). ¡Woao! ¡Ser hijos de Dios! ¡Y ser hijos de verdad! Es decir, Jesucristo no sólo nos ha salvado, sino que nos ha dado mucho más que eso: nos ha hecho hijos de Dios. Otra cosa que se repite y no parece nada de particular.
Pero ¿nos damos cuenta del privilegio de ser hijos de Dios y de poder llamar a Dios «Padre» porque Jesucristo, que es el Hijo Único de Dios, ha compartido Su Padre con nosotros? Ser “hijo/a de Dios” se dice tan fácilmente. Pero… ¿alguna vez hemos agradecido a Dios ese altísimo privilegio… o simplemente lo tomamos como un derecho merecido?
Cierto que Jesús anunció que nos iba a salvar: “Yo soy el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas” (Jn. 10, 11-17). Y cumplió esa promesa, porque su vida la dio. ¡Ah! ¡Pero la recuperó! Y la recuperó con gloria, porque no se quedó muerto: ¡resucitó!
Y aquí viene el tercer privilegio: el habernos prometido que nos resucitaría a nosotros también y que nos daría la gloria que Él tiene. ¡Woao! Pero hay una condición: tenemos que ser ovejas de su rebaño.
¿Quiénes son las ovejas de su rebaño? Los que conocen su voz, porque lo conocen a Él y le siguen. Esos son hijos e hijas de Dios. Y ésos resucitarán como Él resucitó y serán semejantes a Él, porque tendrán la gloria que viene de Él y que conoceremos cuando lo veamos cara a cara.
Tres privilegios: ser salvados gratis, ser hijos de Dios y resucitar. Porque se dicen fácil, podemos no darnos cuenta de ellos y olvidar agradecerlos.
Isabel Vidal de Tenreiro
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