El mundo está poblado de un número casi infinito de cosas, objetos, accesorios, máquinas de todos los tamaños, formas y ejecuciones imaginables, además de la inmensa biota que es su principal población. La vida multiforme que despunta en los cristales, pulula en las indestructibles colonias microbianas y de insectívoros, alegra la existencia esa valiosa fuerza de la multiplicidad vegetal, fiel compañía del vasto zoológico del que somos—según la mayoría de opiniones—el más notable representante; un asunto que genera encendidas discusiones entre teólogos, creacionistas, libre pensadores, etc. y compañía.
Y con nosotros apareció la inconformidad, cuyo primer objetivo fue descubrir la “quinta” pata del gato. Una búsqueda infructuosa en su clásico propósito, pero de muy alta productividad en intangibles para todos los gustos. Descontentos y cansados de vivir para satisfacer los cuatro instintos básicos, aparecieron bien temprano unos señores que se dieron a la tarea de explotar su cerebro más allá del trabajo prioritario que le fue asignado: operar, controlar y monitorear las funciones motrices, psiconerviosas y sensoriales del habitado.
Aparecieron en varios lugares del mundo antiguo a objeto de repartirse zonas de influencia, según me dijo el primo Rosendo que sabía algo de eso. La gente les puso la vista enseguida. Ellos se bautizaron asimismo como filósofos, que nadie sabía si era oficio o beneficio. Lo cierto fue que los tales filósofos, particularmente los de la zona de acá, llamada greco-romana, como no tenían nada en que ocuparse les dio por inventar las abstracciones e intangibles.
Así fue como se nos montó la gata en la batea y la perra hizo su gracia en el fogón. La vida se le complicó a la genta como usted no se imagina. Lo primero que inventaron fue la “Libertad”. Bastó y sobró hermanito, la pusieron completica. No va más dijo el crupier.
Pará, pará, como dicen los italianos esos que hablan una jerga parecida al español y se creen ingleses, pará.
—Gavetero, vos dijiste que continuarías con el cuento del paisano Galileo…Un momento, era de Pisa, no era paisa…de acuerdo…
Escuche bien, este es el mismo cuento aunque usted no lo crea. Cuál era el problema del profe’, la libertad. Pensar sin miedo, sin importar lo que dijese años más tarde el amigo Eric Frohm. Y qué le pasó a nuestro amigo Galileo. Por una ñinguita no lo mandaron a lanza ese de la famosa torre que parece se va a caer pero todavía no, para gusto y consuelo de la Cámara de Turismo.
El profe’ tropezó nada menos que con la cima del poder, los dueños de la verdad, la “Santa Iglesia Católica y Apostólica” y nada menos que en la cocina de la casa, a tres brincos de la ciudad eterna, la propia….qué más te puedo decir. Galileo creyó en el bulo de la libertad, el más untuoso concepto de los inventados por los sin oficio. Y entonces cobró fuerza el gran combate. Había que luchar por la libertad, pero uno preguntaba y ninguno te decía quien se la robó. El deber prioritario del hombre fue encontrar la libertad pero no sabías si estaba presa, se había ido al mismísimo, o si el gobierno la había escondido, así es que “a la final” como dicen en el barrio, quedabas en la luna.
El mundo era diferente antes de la ocurrencia de inventar ficciones, como si no fuera suficiente tener que buscar la papa, defender lo poco que tienes o correr si es necesario salvar el pellejo y cuando se de la ocasión traer unos pichones a la vida.
La felicidad, el amor, la libertad son ficciones. La solidaridad, una caricatura de presentadores de la televisión. La realidad es la vida, tan simple y nada que objetar o alguien puede decir lo contrario.
Se oyen en respuesta cientos, miles de voces por toda parte y lugar de los ilusos y creyentes, entre los que no faltan los aspirantes al máximo heroísmo de “mejor morir de pie, que vivir de rodillas” frase convertida por Quino en una brillantez de botiquín, al poner en labios del hermanito de la difunta Mafalda la réplica entre cobarde y jodedora de …“y no es mejor vivir tranquilo sentadito”
–Oiga mister, tengo una propuesta…me permite… Qué tal si intentamos primero, definir qué es eso de la “libertad”.
—Y cómo concretamos esa posibilidad…Ok, un Congreso… Bien, y a quien convocamos.
__Facilito, todos los grandes pensadores y los sin oficio que hablan del asunto –. de acuerdo, diga nombres y procedemos.
Yo comenzaría con el hijo de Sofronisco, después su discípulo Platón, Epícteto y los grandes contendores del pensamiento, Heráclito, Demócrito y a Parménides que podría servir de réferi.
— Pero no vamos a convocar puros griegos verdad…aunque deberíamos llamar a Diógenes y no puede faltar el Rabí de Galilea.
—-Nos estamos complicando mucho. Diógenes pedirá que le garanticen un mínimo de ocho a diez horas de sol y cuidado sino tenemos que comprar un galón de cloro. El barril donde vive, debe oler a perolito e’ loco.
–Mejor lo dejamos de lado. No le paró bolas al macedonio menos nos hará caso a nosotros. Vamos con gente más moderna, ah pero saca también al Rabí.
–No como se te ocurre, ese es tremendo gancho…pero a lo mejor tienes razón. Va a decirnos que el solo cumple la voluntad del padre, que seguro es un señor bien fregao’.
Avancemos. Invita al señor René. René chico, el señor ese que piensa primero y pega después. La lista puede complementarse con Bacon. No dejes fuera al señor Manuel, el de la razón pura que frente a la razón práctica termina por ceder a la razón conveniente, que el mete de contrabando como razón inteligente. Cómo te parece?
—Tremendo lio machete, ese está peor que nosotros, tiene fama de enredadizo pero sabe de que está hablando.
Te propongo algo nuevo. Me doy cuenta que falta mucha gente que debe saber de eso. Pero son muchos y de épocas muy distintas. Sue ópticas van a chocar constantemente. El congreso puede terminar en caerse a gritos y cogotazos. La propia merienda….
…Eh, pará, pará, recuerda usar el lenguaje político correcto, cuidadito compa’ e gallo, cuidadito.
–ok, ok, digamos que puede terminar en una merienda de descendientes afro-universales. Te parece?
–Correcto, vamos a dejarlo de ese tamaño. Ya es suficiente con el desgobierno que padecemos para estar discutiendo sobre ilusiones como la de la Libertad.
Pedro J. Lozada