La conspiración del 19 de Abril se tramó en casa de un barquisimetano

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Aquella oscura noche del 18 de abril del año del Señor de 1810, señalado en el calendario como Miércoles Santo, en la casona del médico barquisimetano José Ángel Álamo, se dispusieron seis candelabros de 18 velas cada uno, en cuatro sitios diferentes del amplio salón cuidadosamente amueblado. En su interior, un nutrido grupo de hombres revisaron los detalles de última hora, todos convocados y animados por la chispa que encendería los concluyentes sueños de libertad.

Durante los primeros días del mes de abril, en la ciudad de Santiago de León de Caracas, las lluvias habían sido copiosas y tenebrosas, con largas noches de bruma en donde urdía la conjura independentista contra la corona española. 

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Pese a que el movimiento sedicioso había sido descubierto por las autoridades realistas, no se tenía la certeza de la efectividad y el alcance. Por su parte, el capitán general don Vicente de Emparan, contrariamente tenía la errada certeza que los mantuanos planificaban en silencio su asunción a presidir la Junta Suprema de Gobierno “de allí su tranquilidad y sosiego”. 

Los antecedentes más recientes habían estado protagonizados por intrigas, espionaje y mucha sangre, cuyo dictamen final sería interpretado por la Real Audiencia de Caracas, con condenas de pena de muerte, tortura, ahorca y descuartizamiento en actos públicos en la Plaza Mayor.

Empero, en esta oportunidad, los conspiradores planificaron el complot con un cuidado meticuloso, frontal y determinante, en una actividad sin tregua cuyo foco principal residía en el contraespionaje, interceptando así la nutrida correspondencia al rey usurpador de España, José Bonaparte, hermano del emperador Napoleón Bonaparte.

La noche que fraguaron la conjura 

Aquella noche del 18 de abril, fueron apareciendo uno a uno los conjurados que llegaron furtivos entre la multitud que plena las calles del vecino templo, donde se celebraban las liturgias de la Semana Mayor.

Álamo recibe entre los primeros convocados a José Félix Ribas, Mariano y Tomás Montilla, Nicolás Anzola, Martín Tovar Ponte, Dionicio Sojo, Narciso Blanco, Manuel Díaz Casado, Francisco Salias, José Ventura Requena y Luis Reyes, a quienes se les despachó las acciones más arriesgadas del plan para apresar al mariscal de campo don Vicente de Emparan, cuando asistiera el 19 de abril, a las solemnes ceremonias religiosas de la Catedral Metropolitana.

Álamo y Ribas dirigieron los procedimientos de la insurgencia ese 18 de abril, razón por la cual las autoridades coloniales enteradas de la inminente insurrección, apelaron a procedimientos drásticos ordenando la detención de ambos conspiradores, noticia de la que se enteró don Andrés Bello, comunicándola personalmente.

Álamo, en conocimiento de aquella funesta decisión oficial, adoptó las previsiones del caso y no asistió a la histórica jornada del 19 de Abril, pero si vivió la escena, pues el presbítero José Félix Blanco, por instrucciones de Bello, le llevó personalmente la buena nueva.

¡Yo tampoco quiero mando!

A las 8 de la mañana del 19 de abril, Emparan fue invitado a presidir una sesión extraordinaria del Ayuntamiento caraqueño por parte de una comisión especial que fue hasta su casa. Ya en el Ayuntamiento y después de dejar abierta la sesión, Emparan escuchó al alcalde José de las Llamozas, quien le explicó la razón de haber convocado el cabildo en forma extraordinaria. Expuso la preocupación general por el cautiverio de Fernando VII y por la disolución de la Junta que en España representaba sus derechos, para concluir en la propuesta de constituir un gobierno de la propia provincia.

El capitán general cayó en la trampa fraguada por los sediciosos, validando el acto con su presencia. La estrategia de los mantuanos era asumir directamente el control del país, aunque bajo la invocación de la defensa de los derechos de Fernando VII, que según el historiador larense Reinaldo Rojas, aquel 19 de abril de 1810, fue un acto de fidelidad a la monarquía.

Más temprano, el cabildo discutía fervorosamente, unos a favor de una junta para defender a Fernando VII y otros la rechazaban. Cuando los ánimos se caldearon, Emparan alegó el pronto comienzo del Te Deum por el Jueves Santo y disolvió el debate.

«Vuelva a cabildo» le increpó Francisco Salias a Emparan en las puertas del templo, tomándolo del brazo e invitándolo a regresar. «Está en juego la salvación pública», le reprochó con energía. 

Soldados que escoltaban a Emparan intentaron a aprehender a Salias, pero el comandante de la agrupación, capitán Luis de Ponte, por orden del inspector general, coronel Fernando Rodríguez del Toro, lo impidió. Se sumó la intervención firme del alférez real Feliciano Palacios Blanco, quien intimidó a Emparan a regresar a cabildo.

Cuando el debate comenzó a tornarse hostil al no lograr acuerdos, Emparan hábilmente se dirigió a un balcón de la Sala Consistorial con vista a la plaza mayor, y de pie con su estampa firme, le gritó al tumulto que estaba congregada entre el frontispicio de la iglesia Catedral y la balaustrada de la plaza hacia el oriente, si lo querían gobernando. 

Entre el confuso episodio, la gente gritó ¡Sí!, pero el presbítero canónigo chileno José Cortés Madariaga se desplazó hábilmente y colocado detrás de Emparan hizo señas al público conminándolos a decir que ¡no! y en la vacilación general, el médico yaracuyano José Rafael Villarreal, de acuerdo con el sacerdote empezó a vociferar: ¡No, no lo queremos!

De inmediato las voces crecieron y al unísono solo se escuchaba ¡no!, un no rotundo que se desbordó por las calles. Aturdido por el sentimiento colectivo con aquel ensordecedor ¡no!; Emparan sentenció: “Pues, yo tampoco quiero mando”.

Ya el 21 de abril, el capitán general Vicente Emparan, así como el intendente Vicente Bassadre, José Vicente Anca, auditor; los oidores, el fiscal de la Audiencia y a un numeroso grupo de funcionarios y colaboradores del destituido Gobierno español, fueron conducidos al puerto de La Guaira para ser extrañados. Llevaban consigo unos 18 mil pesos para gastos de viaje. 

Después de aquel acto encarnado por civiles y reconocido por la historia como el 19 de Abril, se sumaron a la insurrección las provincias de Barcelona, Cumaná, Margarita, Barinas, Mérida y Trujillo. Las de Guayana, Coro y Maracaibo se incorporaron más tarde al grito de libertad que atizará la llama de la revolución independentista venezolana.

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