(Y sin embargo se mueve)…Se le atribuye la frase a Galileo y dicen que la pronunció en voz tan baja que solo unos pocos le oyeron o por lo menos vieron el movimiento de sus labios. Fue en ocasión del juicio instaurado en su contra por la Iglesia, encarnada en la Sagrada inquisición, debido a la obra del astrónomo nacido en Pisa, que siguiendo los pasos de Copérnico y Kepler contrariaba la opinión eclesiástica de que la tierra era el centro del universo y se mantenía fija en el firmamento. La obra del astrónomo polaco “De Revolutionibus Orbium Celestium” acababa de ser incluida en el índice y de inmediato la Iglesia procedió al juicio contra Galileo.
La sentencia fue condenatoria. Se le obligó a retractarse de lo afirmado respecto a la mecánica celeste cuestionando la “verdad” de la iglesia, fue excomulgado, y se anotó su libro en el índice, que negando el imprimátur eclesiástico prohibía su edición por los siglos de los siglos, amén, que así sea…
Galileo fue rehabilitado por la Iglesia a finales del siglo pasado (1993).
El científico que revolucionó el estudio y observación de la naturaleza, descubridor de las fases lunares, de los primeros cuatro satélites del gigante Júpiter y los anillos de Saturno, muere en 1642. Su deceso es relevado de inmediato de forma tal que la inteligencia no se resiente en lo más mínimo. Ese mismo año nace Isaac Newton quien afirmará el despuntar de la modernidad desde el Trinity College de Cambridge y sella la condición absoluta del tiempo en el marco de la mecánica clásica, cuyas leyes son pautadas en “Philosofia Naturalis Principia Matemática”, editada por Edmond Halley, descubridor del famoso cometa periódico que lleva su nombre.
La pequeña estrella amarilla y su cortejo planetario marchan armónicamente hasta el momento en que se detectan las jugarretas de un inconforme. El pequeño Mercurio no cumple los parámetros de sus hermanos en órbita, pero al fin y al cabo se dejaron de lado sus impertinencias y los principios establecidos por Sir Isaac Newton rigieron la física por un poco más de 200 años, hasta la aparición del señor Albert Einstein, graduado en física y matemáticas, y a la fecha un desconocido funcionario revisor de documentos y expedición de patentes. Einstein publica en la revista “Annalen der Physik” en 1905 su opúsculo “Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento” donde enuncia la Teoría de la Relatividad Restringida y en 1915, la Teoría de la Relatividad General. Las teorías de Einstein transforman totalmente la percepción de la realidad. Suma el tiempo al espacio integrándolo en un conjunto de cuatro dimensiones y rompe su condición absoluta al enunciar que el tiempo es particular de cada condición de espacio y siempre inherente a la velocidad del objeto o cuadro de realidad enfocado, pero .también a la inversa, dado que el observador puede estar detenido y el objeto, o marco de la realidad observado sea el que se desplace a una velocidad ”v”.
Varias dudas iniciales aparecieron en el entorno académico marcando clara oposición a la nueva concepción de la realidad, pero fueron despejadas y finalmente se aceptó la condición relativista del tiempo, que valga anotar se mantuvo con un carácter unidimensional. Su teoría recibió comprobación con un eclipse total de sol en Sobral, Brasil. Una expedición británica tomó ocho placas fotográficas que mostraron una desviación de la luz conforme a la teoría. Hubo un margen de error de ± un tercio de segundo, despreciado como producto de alguna imprecisión del equipamiento técnico. La desviación lumínica resultaba lógica, pues la luz es materia y en consecuencia es afectada por el espacio curvo debido a la gravedad.
El corolario final es la ecuación famosa que iguala materia y energía: (E=mc2 ).
¿Hasta dónde llega esta nueva aproximación de la ciencia? La concepción relativista abre dos caminos. Uno de contradicciones y otro de nuevos enfoques en torno a la estructura del átomo. por parte de Rutherford (1871-1937) y después la concepción de Niels Bohr (1885-1962).
Como se dijo anteriormente aparecen los problemas y es el propio Einstein con el trabajo que le gana el Premio Nobel de Física/1921 (Efecto fotoeléctrico de la emisión de electrones al incidir la luz en una placa metálica) quien genera uno de los más incómodos. Comprender y enmarcar en la teoría, sin desvío alguno, la ambigüedad onda—partícula del comportamiento de la luz.
Fenómeno que originó encendidas controversias y criterios polémicos en los círculos académicos, aún sin resolver. En última instancia son problemas que se dejan de lado “olvidando” que han existido y se mantienen. Otra solución avestrúsica de la ciencia a las incomodidades no resueltas, es la de “nombrar” con un nuevo término el asunto en ascuas, o “clasificarlo” en un orden virtual o imaginario y san se acabó.
Son métodos cortina de humo, difíciles de creer, dieron resultado un tiempo y protegían sabiamente el monopolio del conocimiento que se le arrancó a la iglesia, pasando a mano de las universidades de alto rango y los círculos académicos creados bajo su ala protectora de cargos, honores, becas, publicaciones y el prestigio ganado al navegar incólume en tan movedizas aguas. (Continuará).
Pedro J. Lozada