#OPINIÓN Gaveta azul: Frederick Chopin #5Abr

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En alguna parte un melómano con buenos conocimientos musicales, o un crítico soltó esta perla: “no hay música más fácil de echar a perder, que la de Chopin”. Leí, o lo escuché, lo pasé al archivo de memoria, sección música académica, período romántico: F. Chopin, pianista y compositor polaco. Obras más destacadas, etc. –

No le había escuchado mucho ni con especial atención. Dedicaba mis ocios musicales de entonces a leer y oír folklore, juglares modernos, Trio Matamoros, un grupo africano del que adquirí dos cintas en Mombasa, la fiebre de Bob Marley, gitanerías al violín que nunca me faltan, Jazz tradicional y Brahms al que jamás abandono.

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Mediante el magnífico Johannes llegué a Shumann (su concierto para piano es uno de mis favoritos) y comencé a redescubrir al gran polaco. Las cuatro baladas bastan para elevarlo a cualquier categoría como compositor y desde luego como intérprete. Fue justo escuchando las baladas y los nocturnos que recordé el famoso comentario de la facilidad con la que se puede dañar su música y le di plena razón. Tengo versiones interpretadas por colosos del instrumento y ninguna se salva. En todas encuentras dos o tres trozos, algunos de hasta veinte compases en que Chopin desaparece.

Al escuchar esos compases donde el compositor se esfuma, recuerdo una ocasión en que esperaba en la Cátedra de Guitarra de la universidad Lisandro Alvarado por el maestro y director de la cátedra, Rodrigo Riera (QEPD) quien me informaría de un nuevo programa de actividades. Nos unía una cálida amistad surgida de la relación profesional entre el músico y el periodista.

Rodrigo atendía la lección del último alumno de esa tarde. Enterado por la secretaria de mi presencia, se asomó al vestíbulo y con vigorosa señal de la mano me invitó a pasar, señaló una butaca con la vista, estrechó mi mano en silencio, se llevó el índice derecho al oído y luego señalo al estudiante. Me senté a escuchar al joven intérprete como me había indicado el maestro. Tocaba un aire de Andalucía, creo que era de Tárrega. Atento, Rodrigo escuchaba. Concluyó el joven y se quedó como esperando la palabra calificadora de su profesor que le miraba fijamente. Unos treinta segundos después Rodrigo se acercó, posó su mano derecha en el hombro del estudiante y le dijo:

__Chico, no te equivocaste en ninguna nota. Está bien pero significa poco.

Andalucía es Sol, pasión, sangre en las arenas de sus ruedos, celos … Y me negaste todo eso. Tocaste las notas pero la emoción, el sentimiento nunca apareció. Estudia eso, ponle ardor y cuando me traigas de nuevo la pieza, que no te falte nada…

Faltaba lo más importante, la expresión emocional, un elemento que cada compositor maneja en formas diferentes y acentuando sus matices según sus estados y sentimientos del instante. Hay compositores que “construyen” los estados emocionales de sus obras gracias a una profunda comprensión de la sicología humana a la par de su maestría y dominio de la orquestación. Valga citar un Mahler, Rimsky Korsakov, o Ravel, como ejemplos. En cambio autores de la talla de Brahms, Schumann, Tchaikovsky cuya sensibilidad y temperamento les inclinaban a volcarse en forma natural sobre el pentagrama, lograron a fuerza de trabajo controlar la tendencia al desborde y mostrar un equilibrio estructural sin desmedro de la calidad como tampoco de la unidad.

No todos alcanzaron el mismo nivel de éxito. La obra de Brahms destaca por el perfecto equilibrio de todas sus partes sin sacrificio alguno del desarrollo temático. Prueba extraordinaria son sus cuatro sinfonías, monumentos de la más alta factura; los conciertos para piano, el concierto para cello y violín. La asombrosa calidad de toda su producción de cámara; y el concierto para violín, auténtica joya y cima de perfección en todos los órdenes musicales con que se confronte. El canto más elevado en un pentagrama del sublime significado de la libertad del espíritu humano.

Menos afortunado en cuanto a la unidad formal de sus composiciones, en particular por una sujeción al me los profundamente arraigada en su temperamento, fue Tchaikovsky, sin embargo logra dar unidad formal muy meritoria en casi toda su música de programa, por la fluidez y eficacia narrativa de su orquestación.

Regresemos al pianista y compositor polaco al que la mayoría de los intérpretes le echa a perder su música, y veamos si podemos explicar porque sucede. Una obra musical como cualquier obra material, o artística, se levanta sobre una estructura que le soporta. La construcción de esa estructura está sujeta a leyes particulares y específicas condicionadas por el tipo y condición de la obra, el uso a que se destine, los materiales requeridos y su disponibilidad, el presupuesto asignado, etc.

Una obra musical puede ser solicitada, o puede ser un requerimiento del propio artista. Dependiendo el tipo y a lo que se destine, tendrá una estructura determinada. Los ladrillos de una estructura musical son las notas y las paredes del edificio musical son los compases, pegados con la argamasa delos acordes. Las frases musicales conforman los diversos espacios de ese edificio. En las paredes habrá o no, vanos (espacios abiertos) según se necesiten, rol que en la estructura musical cumple el calderón

Los problemas que plantea la obra de Chopin es que demanda altas exigencias técnicas de ejecución, lo que de por sí, es arduo de dominar. Y por si fuera poco son más-altas las exigencias interpretativas por tratarse de un compositor de muy alta emotividad. En toda obra musical el pentagrama te indica lo que “debe decir” el instrumento, pero no te informa cómo debes decirlo, si a gritos, en voz baja, susurrando, silabeando, con palabras entrecortadas y menos te dice con cuál matiz emocional debes vestir lo que dices. Un grito puede ser de dolor, de alegría, de rabia, de sorpresa, de alerta y cada uno tiene un “color” distinto. Algunas veces el pentagrama trae breves indicaciones generales, no explícitas. Dice: Presto…con ánimo…pianísimo. nada más.

La interpretación de Chopin tiene unos cuantos problemas adicionales, el principal, la angustiosa sensibilidad de su autor, una persona que podía arder de fiebre tres días por causa de una mirada ligeramente indiferente, o un leve gesto que el juzgase mezquino. además era polaco, de una Polonia que había sido despojo ruso, posesiva arbitrariedad alemana, presa codiciada de toda potencia centroeuropea, y en él se encarnaban la suma de los dolores y atropellos sufridos por su nación. Se ha dicho, comentando en torno a su obra que él no escribía como otros autores. En su pentagrama había dolores, lágrimas, lamentos y una que otra nota musical.

Otro elemento digno de considerar respecto a su obra, es el uso notable del calderón, esas pausas o silencios que tan poderosa carga dramática aportan a la frase musical, recurso que Chopin utilizaba mucho en sus composiciones pero que el pentagrama no te señala duración. El intérprete debe juzgar si basta un segundo, uno y medio o acaso más, dos segundos. Y es justo esa medida, el tiempo de silencio lo que agregará tanto, menos, o más carga dramática a la obra. Es un tempo a medir por la sensibilidad del ejecutante y debe ser compatible con el contexto emocional que se le da a la obra en general.

Como dije al principio he oído las baladas, el impromptu, los nocturnos, interpretados por pianistas de todas las generaciones. Concertistas consagrados de extensa carrera musical, venerados y adorados por el público, y Chopin aparece de vez en cuando. Unos se comen el calderón, casi todos y quienes lo marcan llegan apenas a 1 segundo. Me impresionó mucho la interpretación de la Balada N°1 realizada por uno de los más grandes concertistas del pasado siglo. Muy mecánica la ejecución y los compases prestissimo, en particular el mas extenso, antes de un calderón último creador del clímax dramático de la composición, lo tomo feroz, cambiando expresión por velocidad, se lanzó a mil por hora, no pudo frenar a tiempo, se engulló el calderón y tran, tran, tran, TRRAANNN. El auditorio deliró y otorgó al récord de velocidad marcado una interminable salva de aplausos.

Hasta hoy me parece que la mejor interpretación de Chopin es la de Wladyslaw Szpilman. La de Cristian Zinmerman, también es muy buena pese al muy bajo volumen de las tres o cuatro primeras frases en la Balada N° 1.
Creo que las interpretaciones de Chopin por parte de ese super genio llamado Ignace Jan Paderesvky, deben haber sido excepcionales, pero son pocas las grabaciones de entonces que se conservan, y de las pocas que aún quedan, la mayoría son inaudibles.

Frederick Chopin, un pianista y compositor excepcional, cuyas obras, mal, regular o por excepción bien interpretadas, continuarán asombrando a los oyentes y conquistando fanáticos de sus hermosas melodías.

Pedro J. Lozada

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