Ojalá y esta reflexión pueda motivar a muchos, en especial a todo cristiano, a enfocar definitivamente su fe y su atención hacia el verdadero Redentor y Salvador de la humanidad y no desviarse hacia otras opciones venidas de la tradición que tienden a minimizar la muerte vicaria de nuestro Señor Jesucristo. Y eso es triste. Por ello, el mismo Dios dice de su hijo, el Unigénito “Porque hay un solo Dios, y un solo intercesor entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” 1Tim. 2:5
La forma como murió nuestro Señor Jesucristo será un tema de estudio y admiración por la eternidad. De hecho, su muerte en la cruz fue tan horrenda y dolorosa que nació un nuevo término para graficar el dolor que sintió nuestro Señor Jesucristo en su agonía: “EXCRUCIANTE”. Que significa “dolor de la cruz”. De trece a dieciocho centímetros de largo, afilados hasta la punta, eran los clavos que los romanos usaban en la crucifixión. Se clavaban por las muñecas y no en la palma de la mano como algunos piensan. Atravesaba el nervio mediano, el nervio mayor que sale de la mano y quedaba triturado por el clavo, por lo cual produce un dolor similar al que uno siente cuando se golpea accidentalmente el codo y se da en ese huesito (en el nervio llamado cúbito). Imaginen, tomar un par de pinzas y presionar hasta triturar ese nervio…, así era el dolor que Jesús experimentó cuando era clavado en la cruz. Al romper ese tendón y por tener sus muñecas clavadas, fue obligando a forzar todos los músculos de su espalda para poder respirar.
Pero antes, fue brutalmente azotado. El soldado romano usaba un látigo con tiras de cuero trenzado con bolas de metal entretejidas. Cuando el látigo golpeaba la carne, esas bolas provocan moretones o contusiones, las cuales se abrían con los demás golpes. El látigo también tenía pedazos de hueso afilados, los cuales cortaban la carne severamente. La espalda quedaba tan desgarrada que la espina dorsal a veces quedaba expuesta debido a los cortes tan profundos. Los latigazos iban desde los hombros pasando por la espalda, las nalgas y las piernas. Mientras continuaba la flagelación, las laceraciones rasgaban hasta los músculos y producían jirones temblorosos de carne sangrante. Las venas de la víctima quedaban al descubierto y los mismos músculos, tendones y las entrañas quedaban abiertos y expuestos; y el dolor era tan insoportable que literalmente no existían palabras para describirlo, por lo cual se tuvo que inventar esa nueva palabra, EXCRUCIANTE.
¿Una cruda exposición de la verdad?. Si, cruda. Pero ese fue el pago que Nuestro Señor Jesucristo aceptó asumir que nos tocaba a cada uno de nosotros para el perdón de nuestros pecados y nuestra Salvación. Y lamentablemente parece que ha sido olvidada por muchos. Propicia es entonces la ocasión, para recordarla en estos tiempos que llaman santos, por cuanto hay una tendencia a rechazar y sustituir a Aquel que dio su vida en esa horrenda cruz para que cada uno de nosotros fuese Salvo. Aquel, que murió en estas condiciones era y es uno con Dios Padre y Espíritu Santo.
Por ello, en toda situación sea cual sea donde nos encontremos, por difícil que sea, debemos mirar siempre hacia la cruz del calvario, para que veamos que nada de lo que pueda pasarnos se compara con lo que sufrió nuestro Señor y solo a él debemos adoración y obediencia. “Mirad al Calvario hasta que vuestro corazón se derrita ante el admirable amor del Hijo de Dios. No dejó nada por hacer para que el hombre pudiera ser elevado y purificado. Y, ¿no lo confesaremos?” Elena de White. Buena pregunta
Hasta la semana que viene por la WEB Dios mediante.
William Amaro Gutiérrez