Para Venezuela es triste que tengan que ser aliados externos del movimiento democrático quienes aporten visión, foco y equilibrio a las realidades políticas del país, en medio de una insensata cacofonía en medios sociales criollos.
El ejemplo más reciente es el comentario de Juan S. González, director para el hemisferio occidental en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, aclarando que Estados Unidos sigue reconociendo al presidente interino Juan Guaidó, pero se enfocan en el proceso electoral y no en un individuo.
Esa siempre ha sido la realidad. Una vez tras otra todos los aliados externos de la democracia venezolana han reiterado que la vía idónea para restablecer la institucionalidad en este país pasa por elecciones presidenciales libres, transparentes, equitativas, monitoreadas, que devuelvan a la nación a cauces de legitimidad, constitucionalidad y legalidad.
Eso, es lo que representa el interinato de Juan Guaidó: No está allí por dirigente político o caudillo de arrastre popular sino por representante y vocero de la única institucionalidad legítima que queda en Venezuela, encarnada en un poder legislativo electo democráticamente en diciembre de 2015 – sometido luego por la dictadura a un constante asedio y férreo cerco diseñado para neutralizar y desacreditarlo.
Descalificar a Guaidó y a la legítima Asamblea Nacional también se ha vuelto objetivo fundamental de un irresponsable manojo de politicastros que teme al joven representante como potencial rival de sus ambiciones personalistas; y se les suman comentaristas superficiales y encuestadores sensacionalistas, buscando “rating” con una visión simplista que apenas presenta presuntos liderazgos y candidaturas extemporáneas.
Empantanan la realidad quienes – con entusiasta apoyo de la red propagandística de la dictadura – presentan a Juan Guaidó cual mero concursante electoral o como ejecutivo con poder más allá de lo simbólico.
En Venezuela no se trata de buscar un nuevo caudillo que puntee en alguna encuesta, sino de devolver al país a la institucionalidad y a los cauces de legalidad democrática, reduciendo al mínimo la opción de vías mucho más violentas y cruentas.
Que eso sea posible depende en alto grado que eventualmente aparezca algún grado de responsabilidad y humanidad – o aún un oportunista sentido común – entre filas oficialistas; pero mientras eso ocurre no es mucho pedir un poco de mesura y sindéresis a quienes dicen formar parte de la oposición, sobre todo a quienes lo hacen desde la comodidad de las barreras: Sean serios, por favor; sean decentes.
Antonio A. Herrera-Vaillant