Con el maxilar y las costillas fracturados, los pezones cercenados, los labios y las orejas destrozados, desviación ocular, desgarramiento vaginal y quemaduras de cigarrillos en casi todo el cuerpo, fue encontrada la joven Linda Loaiza López, agonizando en un apartamento de El Rosal, en Caracas, propiedad de Luis Carrera Almoina. Dieciocho años tenía Linda cuando fue secuestrada por Carrera, quien bajo amenaza de asesinarla a ella y a su familia si pedía ayuda o trataba de escapar, la torturó, la violó, la quemó, la desfiguró. Carrera Almoina no es loco. Es un monstruo. Aquí en Venezuela tenemos la pésima costumbre de tildar de “locos” a quienes cometen actos aberrantes, pero eso sólo los exime de culpa, porque los verdaderos locos no son responsables de sus actos.
Linda había llegado a Caracas poco tiempo antes del secuestro. Venía de Mérida, donde sus padres trabajaban como agricultores. Su proyecto era estudiar Veterinaria. Pero tuvo la pésima suerte de cruzarse en su camino con Carrera Almoina. Venía saliendo de su casa cuando él, arma en mano, la obligó a entrar en su vehículo. Cuatro largos meses de torturas y maltratos esperaban a la muchacha. Persisten en la memoria de los venezolanos sus imágenes cuando fue liberada. Era difícil identificarla como la bella joven de la foto tomada antes del suplicio al que fue sometida. Quince cirugías, entre ellas una reconstrucción vaginal, no han sido suficientes para devolverle su apariencia de antes del secuestro. Ni hablar de las cicatrices de su psiquis.
Carrera Almoina es un “hijito de papá”, de ésos que crecen creyendo que se merecen todo y que sus caprichos existen para ser satisfechos. A Linda le recordaba constantemente que su papá era rector de una universidad y un intelectual con importantes relaciones. Y justamente por ser su hijito, su papi, muy bien conectado con el chavismo, movió todas sus influencias para que no fuera a la cárcel. Entre esas “conexiones” destaca la jueza Rosa Cádiz, quien aun siendo mujer y teniendo todas las evidencias para condenarlo, lo absolvió. Pero no fue solo ella… Fueron muchos. Si uno lee el Informe de Fondo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos del 29 de julio de 2016, puede terminar arqueando de las ganas de vomitar que producen los diferentes alegatos de las instituciones venezolanas en su intento de librar de culpa a Carrera Almoina. Todos los derechos de Linda Loaiza fueron conculcados. Indigna pensar que haya sido el sistema judicial de Chávez –quien se burló consistente y constantemente de los “hijitos de papá”- el que le hubiera hecho el favor al monstruo.
Pero Linda Loaiza tiene la fortaleza de una roca. Desechó estudiar Veterinaria y en su lugar estudió Derecho. Derecho para enderezar los entuertos y vicios de un sistema judicial corrupto, ineficiente y deleznable. Demandó al Estado venezolano ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos por violencia contra la mujer. Aunque el agresor fue un particular, el Estado es responsable por negligencia, dilaciones, obstrucción de justicia y otros cuantos delitos más.
Linda es hoy una abanderada mundial en los casos de violencia contra la mujer. Acaba de publicar un libro de la mano de Sergio Dahbar, “Doble crimen, tortura, esclavitud sexual e impunidad”, donde Luisa Kislinger es coautora y Daniela Kravetz la prologuista. Los invito no sólo a leerlo, sino a compartirlo con otras víctimas de violencia de género que no se atreven a denunciar. Linda lleva veinte años recorriendo este camino de lucha contra la injusticia. Hasta una huelga de hambre hizo ante el Tribunal Supremo de ¿Justicia? venezolano. No ha sido fácil, pero su tenacidad y persistencia están dando frutos. Espero verla algún día como magistrada de un TSJ imparcial y decente. Venezuela se lo merece. Linda también.
Carolina Jaimes Branger
@cjaimesb