El Papa Francisco quiso ir a Irak, a pesar del peligro que esa visita significaba. No fue una decisión fácil ni caprichosa, obedeció a una razón más profunda, basada precisamente en la necesidad de predicar el Evangelio a todas las gentes y de abonar para la paz entre las religiones que allí conviven o mal conviven, diría alguien. Ya en el año 2000, el recordado San Juan Pablo II trató de hacer esa visita, pero la difícil y violenta situación del pueblo iraquí en aquel momento, se lo impidió. Fue la época de la invasión a Irak y de odios interreligiosos muy grandes. Ahora Francisco asumió el reto y fue a Bagdad en medio de una gran expectativa. Por lo que he leído el Papa no se detuvo frente a ningún obstáculo, llegó hasta donde tenía que llegar y se reunió con líderes políticos y religiosos de gran influencia en el mundo iraquí.
Si a la difícil situación política de Irak, le sumamos la pandemia que sufre el mundo entero, podemos imaginar la preocupación de esta visita pontifical. El Papa estaba muy consciente de lo que significaba en este momento su visita a Irak, pero no podía continuar retrasándola, salvo que la pandemia se agravara y no se la permitiera. Francisco fue valiente y con una sonrisa permanente y serena en su rostro. Llama la atención lo intrépido que son los grandes personajes y más los romanos pontífices, asistidos con la gracia del Espíritu Santo. Francisco estuvo a la altura de los grandes líderes, aquellos que no van a pedir ayuda, ni préstamos, ni a celebrar negocios, van a ayudar a enfrentar los graves problemas de los pueblos. Irak ha estado marcado por todo tipo de atentados suicidas, ataques con misiles y tensiones religiosas y geopolíticas, guerras entre ellos mismos, etc. Es un pueblo difícil, de temperamento violento y agresivo pero capaz de oír el llamado a la convivencia cuando ésta no les daña su fe y su país. Irak es la antigua Mesopotamia, llena de historia religiosa y testigo del nacimiento o del desarrollo de las tres grandes religiones monoteístas: El judaísmo, el Cristianismo y el Islamismo. Allí nació Abraham y ofreció en holocausto a su hijo Isaac, hasta que un ángel del Señor se le apareció para decirle que ya Dios había probado su fe y le permitió a su hijo continuar viviendo sano y salvo. Miles de millones de seres humanos practican o se adhieren a una de esas tres religiones, algún efecto tendrán en el mundo. Francisco se reunió en Bagdad con el principal líder religioso chiita, el ayatolá Alí Al Sistani. Resaltó en aquella reunión una petición suya muy cristiana a todos los involucrados en guerras religiosas: el perdón. “Perdonen las injusticias y reconstruyan” dijo Francisco. Y de eso se trata, hoy y siempre, aquí y allá, perdonar y reconstruir, y lo dice quien ha visto sufrir a sus feligreses. Las guerras interminables conducen a una mutua destrucción y al odio cada vez más encendido.
Ya el Papa regresó a Roma. Pudo cumplir sin problemas con el antiguo propósito de san Juan Pablo II. Pudo invitar a la paz y confirmar a los cristianos en la fe de Jesucristo. Debe haber centenares de mártires cristianos, muertos por sembrar y defender la fe cristiana en Irak. Esa sangre no se pierde, es el riego para la semilla sembrada en todas las tierras y en este caso en la tierra iraquí. “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio”, y eso es lo que ha hecho Francisco, siguiendo el ejemplo de los primeros cristianos.
Joel Rodríguez Ramos