Es imposible negar el largo arraigo y la profundidad de calado lograda por Acción Democrática en el país. Un éxito basado en su eficiencia organizativa y luego en valiosos aportes y reivindicaciones que entregó a la masa obrera en los primeros años betancuristas, que precisamente constituyen una de las significativas rarezas ocurridas en nuestro acontecer político, dela que me reservo el comentario, a tratar más adelante.
Cuando el partido blanco surgió a la vida pública, sus fundadores se empeñaron en tener presencia hasta en el último caserío del más remoto rincón de nuestra geografía. Tal ha sido su afirmación, que después de sufrir las más diversas y aparatosas divisiones, continúa con vida activa de peso en el marco del bochinche opositor en que está convertida la alternativa al régimen que desgobierna la patria. Las divisiones y sub-divisiones afrontadas han aportado al gallinero político partidos biznietos y Acción Democrática sigue vive y campante. Dejó de ser el partido avasallante de sus mejores y prósperos días, pero aún es referencia ,y de las llamadas huestes políticas tradicionales es el único cuya participación en la desordenada diatriba brollo-crítica que padecemos, late y respira con suficiente fuerza y credibilidad entre sus activistas y unos cuantos miles de simpatizantes.
¿Dónde radica la fuerza que les ha mantenido a flote, vadeando la tormenta y las vaguadas chavo-maduristas.?
Sus actuales líderes y conductores tendrán un discurso al respecto, algunos más pomposos y todos exaltando los valores acción democratistas sembrados por el “inventor y padre de la democracia “….etc… Perdón señores, me retracto un pedacito por las dos líneas anteriores. La verdad es que de los partidos venezolanos, Acción Democrática es el menos afecto a esa mala costumbre del culto a la personalidad—eufemismo por chupa medias, a su vez disfraz del más soez vocablo, siempre usado–. Si bien muchos conocen la trayectoria de luchas del partido, como enfrentaron e hicieron valer sus derechos en la primera huelga petrolera y el gran paquete reivindicativo otorgado a los obreros al tomar el poder –revolución de Octubre-1945– no muchos saben de dónde salió el valioso paquete de beneficios otorgados a la clase obrera y al campesinado, que a partir de entonces se libraron, los primeros, de las duras condiciones laborales, y los de labranza de las condiciones casi feudales del trabajo en el campo. La jornada de trabajo pasó a ocho horas diarias y 48 semanales. Vacaciones anuales, participación en las utilidades de la empresa, permiso prenatal, escuela para los hijos del trabajador y muchos otros beneficios.
Fue un cambio radical y se convirtió en la base estructural de la enorme raíz afectiva que enlazó a miles de compatriotas a los destinos adecos, cuya gestión se inscribe como una de las más efectivas y que con mayor prontitud cumplió –en buena parte– las promesas ofrecidas. Cierto que su reforma agraria no dio los frutos esperados, en parte por la pobre institucionalidad de las agencias ejecutivas del gobierno y la falta de sistematización de un buen seguimiento, en dos palabras, deficiencia gerencial. La gestión realizada por los varios gobiernos adecos, encabezados por seres humanos, personas de carne y hueso con sus pequeñas virtudes y fortalezas como también carencias y debilidades, tiene sus borrones y oscuridades. Se les acusó más de una vez de actos y hechos de corrupción, que sin duda se cometieron, pero nunca o muy contadas veces se culpó a sus líderes y fundadores de actos dolosos. Por el contrario hay testimonios de reales empeños intentando sembrar probidad y pulcritud en la gestión de sus cuadros medios y funcionariado menor.
Clásico respecto al empeño de honrar su gestión con la mejor cobertura moral fueron declaraciones del Dr. Gonzalo Barrios, abriendo primera página de El Nacional a tres o cuatro columnas (no puedo precisarlo) con llamativo título, sobrio y contundente, probable fruto de ese ejemplo profesional, libre y ajeno ala tentación de autopublicitarse, de nombre “Cuto Lamache”.
Dijo el Dr. Barrios, fundador y el más alto factor político de AD por muchos años, lo siguiente:
—Sale más barato al país regalarle 100 millones de bolívares a sus Ministros de Defensa, antes que dejarles la facultad de comprar armas…
Señor lector, compare Ud., compare sin miedo…Imagínese que no habrá ocurrido con la catarata de “Billones” volcados en las arcas del país, para regalarlos a medio mundo y publicitarse como líderes mundiales constructores de una nueva potencia, alimentar la economía de otros países, ahogando la propia, fomentando la agricultura de puertos y cuanto arrastra y deja colar la múltiple negociación de cotizaciones, precios, bonificaciones de compra, etc. y deposítame en “Banco esconde Clientes” cifrada N° Ciento-chorromil- meleciento atrás.
Volvamos al tema central, el dilatado arraigo del partido Acción Democrática. A fin de cuentas cumplió con lo prometido al obrero y a los campesinos llenando a plenitud las expectativas generadas en la estela del verbo inflamado de un joven Dr. Gonzalo Barrios, el tronante discurso de Rómulo, los duros y precisos conceptos de un Luis Beltrán.
En el pequeño Maracay del mil novecientos primer Rómulo, el Gerente General de la textilera cuyo perfil oeste ocupaba la calle Mariño, desde la Páez al Norte, esquina con “La Casa de los vinos” hasta la estación del tren, había dado libre el día destinado al pago de las utilidades acumuladas por los trabajadores. La situación cortaba una inquieta espera sazonada por desordenadas mezclas de escepticismo y esperanzas. Las negociaciones entre gobierno y empresas fueron duras, difíciles. Se impuso la razón legal, lo obvio.
Esta es la ley, fue aprobada por un legislativo en el que la sociedad, de la que ustedes forman parte, está representada. ¿Pueden abjurar a lo que libremente accedieron…?
Las empresas admitieron la fuerza argumental de la realidad. La ley se cumpliría.
Pero no era un instrumento legal cualquiera, regulando tal o cual actividad regional de orden secundario. Era un avanzado instrumento de justa compensación a la fuerza laboral primaria, como no existía en ningún país latinoamericano para regir las relaciones obrero-patronales. El obrero, el operario del día a día, vio de inmediato la diferencia entre haber sido ayer casi un siervo, y aquel inolvidable día después, una persona con derechos reconocidos y beneficios tangibles y no tangibles, convertidos en hechos concretos… y aquí,´ precisamente en ese día después cuando se observa la diferencia entre dos épocas y se sitúa esa rareza política que pocos reconocen.
La eficiencia organizativa del partido blanco le da presencia, que casi significa propiedad, en todo el territorio nacional lo que sumado al cumplimiento de una gran oferta prometida, ésta en particular de unos beneficios legales, siembran al partido con una fuerza de anclaje tan poderosa, que aún debilitado por el desgate del diario combate, las derrotas temporales, las divisiones y errores cometidos, mantiene vivo, desgastado pero vivo y activo en la vida política venezolana al partido “adeco” gracias al poderoso anclaje inicial, creado por quien desde los años 50 del siglo pasado y tras fundar su partido, fue el segundo factor de poder regente en el país desde entonces, hasta Chávez/99.
Rafael Caldera Rodríguez, un joven Procurador de la nación durante el mil novecientos López Contreras concibe y redacta la Ley del Trabajo de 1936, monumento legal que pautó la nueva relación obrero-patronal y otorgó justos beneficios al trabajador, convertidos en realidad a partir de Rómulo/Ocubre-45.
En resumen. Imposible negar los aportes y la fuerza de Acción Democrática, aun activa. Tampoco podrá negarse la elevada porción socialcristiana (léase, COPEI) de ese anclaje.
Dios los creo, y ellos se “juntaron”.
Hay otras rarezas en el marco de la vida política nacional, dignas de mención. No tienen el peso de la comentada, pero un sesgo circunstancial las coloca en ese rango el General Eleazar López Contreras presidió el país desde la muerte del General Gómez hasta 1941. Le sucedió el General Isaías Medina Angarita.
López Contreras hizo gala de unas facultades de equilibrista dignas del más arriesgado alambrista chino. Llevó a cabo una gestión de transición libre de traumas y muy pacífica no obstante las dificultades que enfrentaba y en particular destaca un detalle; el énfasis en mostrar la cara civilista del cargo. El Presidente López Contreras no volvió a vestir arreos militares. Fue un presidente civil.
Le sucedió el General Isaías Medina Angarita quien asumió la primer magistratura el 5 de Mayo de 1941. Siguió el ejemplo de su antecesor, enfatizando el carácter civil de la presidencia, Se negó a vestir de militar presentando siempre la sobria sonrisa de su respetada figura en traje civil. Ambos generales dieron ejemplo, con su vestimenta, de la unidad conceptual entre forma y contenido. Vale señalar la elevada vigencia dada por el Presidente Medina al ejercicio del poder presidencial en un entorno de plena democracia, tanto en las formas como en la acción; una verdad testimoniada por las realidades de una gestión, que en solo cuatro años y medio y con presupuestos irrisorios, dejo tanta obra física, legislativa y organizacional de importancia.
Inició la modernización del pueblo grande que era Caracas con la construcción de la Urbanización El Silencio. Comenzó la construcción de la Ciudad Universitaria y de importantes unidades educacionales, sin olvidar el interior del país. Implantó la Ley del Impuesto sobre la Renta, creo la Ley Petrolera de 1943, primer hito trascendente para colocar la industria petrolera bajo control del Estado, potenciando los altos beneficios fiscales que generaría a partir de entonces. Otorgó el voto femenino y la elección directa de los legisladores. Reformó el Código Civil ampliando los derechos sucesorales en igualdad de condiciones para los hijos naturales. Creo el Seguro Social Obligatorio., Todo esto y muchas cosas más en medio de las constantes diatribas políticas que jamás cesan, sin apresar a ningún activista ni suspender partidos, antes bien activó al suspendido partido comunista. No dejó exilados ni suspendió o presionó medios de comunicación.
El General Isaías Medina Angarita fue electo presidente siendo militar activo y ocupó el solio presidencial como ciudadano civil, y no volvió a vestir de militar. Un hombre esencial, distinguía y comprendía la necesidad de un rol. Renunciaba sin esfuerzo ala conducta de anclarse en un título, un cargo, un nominal de circunstancia. Nada común. Más bien raro.
A pocos pasos detrás estuvo la antípoda, un exmilitar que a juro, con toda la arbitrariedad de su ambición y el egocentrismo del narcisista, remilitarizó la muleta de su personalidad, actuando desde la presidencia que asumió de ciudadano civil –fue expulsado de la vida militar por golpista—y “a cuenta de oreja e’ cochino” vistió de nuevo con mentiroso orgullo los arreos militares que afirmando su personalidad, disfrazaron eficazmente su carencia de esencialidad.
Pedro J. Lozada