La reciente decisión de 25 de los 27 miembros de la Unión Europea de sancionar personajes involucrados en los recientes fraudes electorales de la dictadura venezolana ratifica el repudio del mundo civilizado a semejantes subterfugios.
Desnuda también la falacia de los argumentos de ciertos comentaristas –ingenuos unos, soberbios otros, y varios por redomados sinvergüenzas al servicio del régimen – que han presentado el tema como un falso dilema entre votar y no votar, justificando así su apoyo a cualquier tipo de participación en un fraude descarado.
No hay mayor muestra de conformidad que abstenerse en una libre elección; y es obvio que la abstención, por sí misma, no es un instrumento efectivo de protesta. Basta señalar que quien primero presentó la abstención como rebelión fue nada menos que el fenecido José Vicente Rangel, para desacreditar la elección de 1989.
La abstención se reduce al límite cuando hay fuertes intereses y pasiones dentro de un electorado, como lo evidenciaron más de 150 millones de norteamericanos que votaron en las recientes elecciones de ese país.
Pero una cosa es abstenerse en elecciones libres y otra muy distinta negarse a ser comparsas en un fraude insolente y continuado, como ha sido el caso en Venezuela desde el 2018, digan o escriban lo que quieran los apologistas quienes abyectamente los alcahuetean.
La abrumadora mayoría de la oposición venezolana y todo el mundo democrático tiene bien claro que el medio idóneo para salir de la actual crisis son unas elecciones libres, justas, transparentes y equilibradas, con auténtica supervisión nacional e internacional.
También tienen diáfanamente claro que en cualquier votación amañada de principio a fin no se elige nada. Y que cualquier inútil expresión de quienes inocentemente concurren a emitir votos protesta en tales condiciones suele quedar sepultada por un aparato electorero expresamente diseñado para la trampa: Por eso fueron sancionados los celestinos del espurio CNE.
Nadie en su sano juicio niega la necesidad de buscar un acuerdo para una salida electoral justa e incruenta en la crisis venezolana, pero el dilema nunca ha sido votar o no votar, sino obtener condiciones imprescindibles para elecciones transparentes y creíbles.
Todo lo demás es paja, gamelote y auto gratificación del régimen, de sus colaboracionistas y de sus comparsas. Y desde Europa les han mandado a decir que no creen cuentos de camino sino objetivas realidades; y que lo que urgentemente necesita Venezuela es realmente poder elegir, que no es igual que “votar” como lo hacen en Cuba.
Antonio A. Herrera-Vaillant