En 20 años, de manera gradual, progresiva, constante e implacable el régimen totalitario nos ha ido alejando de la Constitución como conjunto de dogmas democráticos. Sería cuestión de debatir si lo han hecho ex profeso bajo la orientación cubana o simplemente han aprovechado el proceso de caos generado por sus políticas para ir construyendo realidades deformes que luego justifican con leyes especiales o interpretaciones jurídicas forjadas en el taller de sus ambiciones grupales. Pero lo cierto es que de forma indetenible, maliciosa y criminal han torcido el espíritu democrático de nuestra Constitución hasta convertir la legalidad en Venezuela en un Zombi que obedece ciegamente a sus propósitos vesánicos.
Debemos repetir hasta el cansancio que por el solo hecho de detentar el poder no se legitiman las órdenes que surjan del actual régimen y lo repetimos pues sucede que lo anormal de tanto repetirse pudiera parecer lo normal. De un régimen, cuyo poder se asiente sobre la fuerza, nunca podrá surgir y tampoco se podrá imponer normas o dictámenes que deban ser obedecidos de manera coercitiva. Podrá ser su pretensión, pero la obligación ciudadana, protegida por el artículo 333 de la Constitución, ha de ser resistirse ante estas ilegítimas órdenes.
Luigi Ferrajoli nos enseña que la democracia ha de tener dos sustratos. Si se examina el sustrato formal, que no por ello tenga menos importancia, éste régimen no posee legitimidad de origen, pues su procedencia se basa en unas ilegales elecciones no reconocidas por las democracias del mundo, pero si entramos a observar el sustrato sustancial que se basamento en su legitimidad de ejercicio lo evidente sepulta cualquier duda: pobreza crítica de una cuarta parte de la población, desnutrición dramática de niños condenados a llevar una vida dependiente, salario mínimo más bajo del mundo, diáspora de más de la quinta parte de la población. Todo esto aparte de que el régimen arremete en contra de garantías ciudadanas referidas a la libertad y al debido proceso, sobre todo de aquellos dirigentes que animosa y bravamente luchan por el retorno democrático al país.
La sociedad venezolana ha resistido de manera valiente, tenaz y colectiva a estas arremetidas que paso a paso han venido mutilando derechos ciudadanos y cercenando libertades políticas, sociales y económicas. La última batalla multitudinaria la dio el 12 de Diciembre del 2020 cuando más de siete millones de electores dieron su apoyo a la continuidad de la Asamblea Nacional surgida en el 2015 y también respaldaron las medidas económicas y diplomáticas de los países aliados en contra del régimen usurpador.
No obstante, esta resistencia se hace cada día más fatigosa debido a que la pobreza general de todo el pueblo ha debilitado sus acciones, se mantiene inalterable es espíritu libertario pero vulnerables en extremo las condiciones materiales para el reclamo y la protesta. Por ello el mantener vigente los postulados legales nacidos de la consulta del 12 de Diciembre significa un reto transcendental que debiéramos asumir en colectivo, mas allá de cualquier consideración crítica que nos aleje de la forma como los partidos políticos, que conforman la delegada, estén manejando las opciones en torno a las elecciones regionales y municipales.
En concreto, Juan Guaidó y la comisión delegada de la Asamblea Nacional legítima, representan en estos momentos el último vestigio de legalidad democrática tutelada por la Constitución. Su presencia en las calles, de forma valiente y patriótica es la última vela encendida que tenemos para alumbrar el camino de rescate de la libertad. Pero es una línea defensiva muy débil porque está expuesta a muchos peligros, relacionados con la seguridad personal de estos líderes de vanguardia. Es por estas razones que como sociedad civil debemos acompañar, física y moralmente, estas jornadas de calle que están cumpliendo, las cuales representan una pequeña llama, precursora del gran movimiento ciudadano que se requiere para obligar al régimen a una negociación de elecciones libres y transparentes.
Jorge Rosell y Jorge Euclides Ramírez