He aprendido de la ascética cristiana, a no ser tan apegado a las cosas de esta tierra. Ni de bienes ni de lugares, ni de personas. Difícil lograr ese propósito. Vivimos en este mundo un tiempo, muchas veces corto y luego casi sin darnos cuenta, nos vamos. La vida, aunque llena de problemas, dificultades, sinsabores, es bella, un regalo de Dios, pero es muy corta, aunque se vivan muchos años. Quizás por eso no nos damos cuenta del tiempo que hemos vivido, sentimos como si fuéramos eternos y no es así. Eterno sólo Dios, el hombre lo es parcialmente, su alma es eterna y un día el alma de cada quien se separa del cuerpo para al final de los tiempos volverse a unir a él, ya purificada, para vivir la eternidad cara a Dios, lo que los teólogos denominan la visión beatífica. La vida no es la “isla de la fantasía”, todos tenemos problemas, unos más que otros, pero nos deja vivencias, querencias y desde luego apegos entrañables de personas, costumbres y lugares donde hemos desenvuelto la vida. A medida que transcurre añoramos lo vivido, sentimos nostalgia del tiempo ido que no volverá, nos cuesta desprendernos de lo que hemos sido porque no sabemos qué seremos. La nostalgia suele aparecer cuando, como digo, lo que vamos dejando en el camino no volverá, por eso la añoranza, el recuerdo y la inevitable tristeza. Paradójicamente San Pablo nos llama a no estar tristes: “Estad alegres, estad siempre alegres”.
Sin embargo, en estos días he vivido una nostalgia sin haber perdido definitivamente nada ni nadie de lo añorado, salvo la todavía reciente pérdida de mi madre pocos días antes del comienzo de la pandemia. Aquí estoy en el Barquisimeto que siempre conocí y viví de pequeño, de joven y de adulto, pero me invade la nostalgia porque mucho se ha perdido de esa amada ciudad. Estando en Barquisimeto, he sentido la pérdida de amigos y allegados con quienes no he vuelto a conversar personalmente e intercambiar ideas, he perdido lugares de reuniones, de trabajo, de festejos y de hermosos encuentros familiares y de amistad. La pandemia nos ha robado todo, y si a eso agregamos lo que un régimen dictatorial nos ha quitado, nuestro sentimiento barquisimetano se llena de congoja. Cuando escribo estas líneas inconexas, puedo decir que hoy reconocí a Barquisimeto. Fui a una edificante, agradable y reconfortante reunión donde volví a vivir a Barquisimeto. Cuando iba a la reunión en el Colegio La Salle temprano en la mañana, pasé por lugares que tenía más de un año sin ver, vi de nuevo la Plaza Bolívar, el Edificio Nacional, desde el carro me pareció cerrado pero no lo puedo asegurar, al terminar la reunión vi la muy querida iglesia de La Paz, donde recibí hace muchos años la Primera Comunión. La iglesia de La Paz es una joya arquitectónica que debería ser orgullo de todo barquisimetano y la vi dolorosamente deteriorada por fuera, y probablemente también lo esté por dentro. La desatención gubernamental es increíble. La Paz sí estaba indudablemente cerrada, probablemente por la hora que pasé, eran más de las 12 del mediodía barquisimetano. De regreso a mi casa vi la antigua iglesia de San Francisco, también cerrada y una Plaza Lara solitaria. Ese día viví una gran nostalgia barquisimetana que no desaparece. Ah mundo Barquisimeto.
Joel Rodríguez Ramos