Con la asunción de la administración Biden en Estados Unidos, se produce un vuelco en materia de política ambiental y energética con respecto a las políticas del pasado, y en especial a las aplicadas durante el gobierno de Donald Trump. Las principales orientaciones de esas nuevas políticas anunciadas hasta ahora, se orientan en la siguiente dirección:
EE.UU. asume con paso firme el reto de la transición hacia energías limpias, implantando algunas restricciones al desarrollo de las energías fósiles (carbón y petróleo).
El primer compromiso anunciado apunta a lograr un sector energético libre de emisiones de carbono en el año 2035, y una economía de cero emisiones netas en el 2050. Sin duda un ambicioso plan, que significaría inversiones del orden de los US$ 2,5 billones.
Reincorporación de EE.UU. al Acuerdo de París sobre Cambio Climático y al control de gases de efecto invernadero, para contribuir a limitar el aumento de las temperaturas en el planeta a 1,5% sobre los niveles preindustriales, amén de asumir un papel protagónico en la cumbre del clima que se celebrará en Glasgow (Escocia) del 1º al 12 de noviembre del 2021.
Por razones ambientales, la suspensión de la construcción del oleoducto Keystone entre Alberta, Canadá, y el Golfo de México, decisión que ha generado “decepción” en Canadá, dado el avance de obras e inversiones en dicho proyecto, e igualmente de parte de los sindicatos estadounidenses, favorables a Biden, ya que se comprometen unos 10.000 empleos. El Keystone ha sido un proyecto controversial desde hace varios años, que fue vetado en su momento por Barack Obama, y a la vez objetado en los Estados de Montana y Nebraska, pese a lo cual Trump había decidido impulsarlo.
Mantenimiento de la tecnología del “fracking” (tecnología de fracturación hidráulica) para la explotación de crudos no convencionales, gracias a la cual EE.UU. se convirtió en 2019 en el primer país productor de petróleo del mundo, con un volumen superior a 12 millones de barriles diarios (b/d), aunque el país sigue siendo importador neto de petróleo, en un promedio de 4,4 millones de b/d en 2019, principalmente desde Canadá, Arabia Saudita y México.
Prohibición de nuevas concesiones petroleras en tierras federales, en las cuales se producen en la actualidad unos 2,8 millones b/d. Ello sin efecto retroactivo.
Orden de adquisición de vehículos eléctricos en todas las dependencias federales, para contribuir a la reducción de emisiones a la atmósfera. Las compañías privadas están respaldando esa política, y así, General Motors (GM), anunció hace pocos días que a partir de 2035 solo fabricará vehículos de “cero emisión”, mientras Ford inicia la producción en México de automóviles eléctricos. Por su parte, Tesla, el gran fabricante de este tipo de vehículos en sus instalaciones en California y en China, se ha convertido en la compañía automotriz más apreciada del mundo, con un aumento de 700% en el valor de sus acciones. El ejemplo está siendo seguido por varias empresas multinacionales automotrices.
Le designación de John Kerry como mano derecha de Biden en los temas de cambio climático, rodeado de un importante grupo de asesores, muestra el interés que la nueva administración asigna al cambio climático y a la transición energética. Al decir de Kerry: “El tema ambiental es para Biden, sin que haya margen a duda alguna, una de sus primeras prioridades. Él hará más progresos en el tema, que todos sus predecesores”.
Aunque las nuevas políticas de la administración Biden pueden cambiar las proyecciones, EE.UU. seguirá siendo un actor relevante en la producción de hidrocarburos, especialmente de los no convencionales, aunque se prevé que registrará una mayor demanda de gas que de crudos, dado que el gas es un combustible fósil más limpio.
Los países desarrollados (OCDE), entre ellos EE.UU., no serán en un futuro los mayores demandantes de petróleo, sino los países emergentes y en desarrollo, en los cuales se concentraría un 70% de la demanda mundial en el año 2045. Ello muestra que la dinámica del desarrollo global descansará más en los países emergentes, y muy especialmente en el continente asiático, donde las proyecciones indican que se generará hacia esa fecha, más del 60% del PIB mundial. Es de desatacar que según el OPEP Outlook, mientras la producción de petróleo subirá entre 2019 y 2045 en un promedio de solo el 0,3% anual, las energías renovables no convencionales (diferentes a hidroelectricidad), lo harán a una sorprendente tasa promedio del 6,6% interanual. La demanda de carbón caerá en ese lapso al 0,3% anual promedio, por razones ambientales, ya que el carbón es la energía fósil más contaminante.
Biden ha ordenado al Pentágono, a las agencias y departamentos gubernamentales, asignar al tema del cambio climático el carácter de “seguridad nacional”, lo cual tiene claras implicaciones sobre todas las políticas públicas de EE.UU.
Pero no todo luce fácil para la administración Biden en materia energética y ambiental. Así, el Senador McConnell, líder de la minoría republicana en el Senado, ha adelantado una postura contraria a las políticas anunciadas por la nueva administración, alegando su alto costo, la pérdida de la inversión y empleos en la industria de los hidrocarburos, a la cual considera como motor de la economía de EE.UU. por más de un siglo.
Por su parte, Mike Sommers, líder de la American Petroleum Institute, alerta de que vienen tiempos duros para la industria de Oil & Gas, la cual viene ya de un año difícil en 2020, y expresa que las políticas de Biden afectarán a importantes regiones del país. Por ello, anuncia que adversará dichas políticas, especialmente en cuanto a la reducción o eliminación de los incentivos tributarios a la industria petrolera, y a la prohibición de nuevas concesiones en tierras federales.
John Kerry refuta que la transición energética a energías limpias vaya a afectar el empleo, pues considera que se generarán nuevos puestos de trabajo en hidrógeno verde, geotermia y las demás energías renovables. Sin olvidar que, pese a la controversia, el tema ambiental cuenta también con fuertes partidarios en la opinión pública de EE.UU.
Como conclusión, EE.UU. da pasos de animal grande en materia de transición energética y cambio climático, dando así una contribución relevante a la reducción de gases de efecto invernadero, aspecto en el cual EE.UU. genera un 13% del total de las emisiones mundiales de carbono, contra un 27% China, país también comprometido en su reducción, e India con un 7%. Son pues enormes retos, fuertes inversiones, y conflictos de intereses, los que estarán presentes en la implementación de las nuevas políticas de cara a los años venideros. Pero en general, la direccionalidad de las mismas va en un sentido correcto de la historia, en la defensa de la sostenibilidad del planeta y del bien común universal, y sin un detrimento fundamental para la industria de los hidrocarburos, la cual cuenta aún con un buen futuro por varias décadas más, aunque sí, con necesidad de mucha innovación y retos ambientales.
Pedro F. Carmona Estanga