Después de estar sometidos a largos tormentos, a presiones y a estrés, como regalo diario el sol invita a salir, alegrarse, animarse y a vivir.
Es un privilegio para quienes madrugan poder contemplar como los rayos de la mañana se van filtrando por entre la copa de los arboles, cubriéndolo todo de vida y de espectacular brillo.
Bajo la colina de Santa Rosa se extiende el valle del Turbio evocando hoy sus épocas mejores.
Ha cambiado el paisaje, ya no hay siembra y los árboles que quedan mueren ante la vista del caminante indiferente y del tiempo que no cambia ni retorna lo bello arrasado por la mano criminal.
No han vuelto a florecer los girasoles que a nuestra vista significaba una dicha poder contemplar el mas sublime espectáculo. Ante la desidia uno a uno se fueron muriendo los girasoles que embellecían el valle, hoy convertido en un espantoso erial. Tampoco están los animales que daban vida al paisaje. Solo se ve desde lejos todo un panorama al borde de la desesperanza. Se desvelan las sombras sobre el hediondo cauce, semejante al dolor de quien no puede dormir tranquilo y lo sorprende el día llamando a la rutina de buscar el pan nuestro de cada día, por su camino saturado de soledades.
A veces hay que mirar las cosas bajo una luz distinta. Aunque nuestro valle representa tan deprimido panorama ante quienes lo conocimos hermoso, floreciente y productivo, su cielo sigue siendo hermoso, igual que sus auroras y crepúsculos.
En veinte años todo lo dejamos perder en manos de la monstruosa bestia. Todo lo hemos perdido.
Me pregunto: ¿Qué paso y qué hemos hecho nosotros ante el paisaje abrumador que nos circunda? Tal vez perdimos de vista la alegría de vivir, los sueños, la fe y la esperanza, tal vez perdimos de vista nuestros derechos y libertades, olvidamos invertir mas tiempo en crear una vida mejor, con mas calidad, mas digna. Hemos olvidado aquello que realmente somos y lo que con voluntad podemos llegar a ser, hemos perdido la fe en nosotros mismos, hemos perdido el coraje y la alegría de vivir. Nos ofuscamos, apenas sobrevivimos a los embates de la circunstancia que nos rodea, nos debilitamos, hemos dejado de ejercitar la mente en cosas positivas, la perseverancia se estancó, la conformidad, el miedo y la cobardía nos atan…
Nos aferramos a Dios esperando el milagro de regresar a la vida y tiempos de paz, respeto y felicidad, pero milagro y fe sin acción no concede el cielo.
Regresando al tema del valle del Turbio: Veinte años atrás hubo vida en el paisaje, hubo casitas de campo, crecía el girasol y crecía la caña tiñendo de verde el valle como mar que se mecía al compas de la brisa mañanera.
¿Por qué dejamos de amar lo que fue orgullo larense y por qué no luchamos ante el cruel abandono y la desidia de quienes obligaba dar vida y mantenerla no matarla? Que se hicieron aquellos lugareños que eran elementos permanentes de la comunidad, a los que siempre se les veía dando identidad a su entorno, ¿Dónde quedaron aquellos sembradores, a donde fue a parar su amor a la tierra cargados de esperanza?
La mejor manera de contemplar y ver lo que hubo antes y en lo que termino después el paisaje, es moviéndonos por eso que nos enorgullece y crece el pecho llamado nuestro territorio, ese que forma parte de todo lo que implicamos nosotros como parte de nuestra identidad. Moviéndonos y viendo como esta lo nuestro es la única manera con que adquirimos nuestro sentido de pertenencia. Un momento de pertenencia sentimos cuando vemos que detrás de Santa Rosa el sol se levanta y llegando al cementerio entra cubriendo las sepulturas con un aura que proyecta sombras alargadas, uniformes y oscuras. Allí donde todo es quietud y abandono aun hay quienes aman y cuidan a los que allí descansan.
Hace falta, mucha falta, hacer, ver y pensar lo que nos identifica como hijos de esta tierra que aprendimos a amar y esta patria hermosa, bajo la luz personal del verdadero afecto.
Desde el fondo del corazón vemos la taciturna sonrisa que se asoma en las secas raíces que luchan por sobrevivir regadas por sudores de luna.
Seguro que cuando acabe la pesadilla volveremos a ver retoñar los girasoles y al mar verde de la caña movido por la brisa como olas de la mar. Para entonces seremos felices como las libélulas sin ataduras, libres, libres, infinitamente libres…
Amanda Niño de Victoria