En medio de la expectación general sobre los cambios qué hará y un país profundamente dividido por efecto de la polarización política, transcurren los primeros días del demócrata Joe Biden en la presidencia de EEUU. El demócrata no es exactamente más de lo mismo, pero encarna cambios de fondo y forma en la conducción del primer Estado mundial a la defensa de sus poderosos intereses.
Sus primeros decretos indican el encaminamiento de un nuevo rumbo en lo político con respecto a su antecesor el republicano Donald Trump. Biden es un político pragmático y conservador dado al dialogo como herramienta de trabajo tal como lo hizo en su ocasión Barack Obama. Tal vez eso se considere una debilidad, pero es más bien una fortaleza a la luz de sus concepciones y conducta políticas.
Descartado que estamos ante un político con debilidades comunistas como exageradamente lo acusaba la propaganda en su contra durante la campaña electoral. Es de los que cree firmemente en las sociedades abiertas con su democracia liberal y economía de mercado que en EEUU defienden a capa y espada.
El panorama se aclara con sus anuncios de regreso al multilateralismo en lugar del unilateralismo desarrollado por Trump. Por lo que en camino viene el dialogo con China, Irán, Unión Europea y la OTAN con los que el republicano había entrado en conflicto debido a sus constantes disputas. Son posiciones muy acordes con las mutaciones ocurridas en el mundo tras el fin de la Guerra Fría. Por ende, estaría descartado el uso de la fuerza en su política exterior.
Pero están por despejarse las incógnitas en torno a su posición respecto al régimen estalinista de Nicolás Maduro con su versión tropical del atrasado socialismo del siglo XXI. Para entender en parte su posible futuro comportamiento apelamos a su visión y práctica conocidas hasta ahora. En campaña Biden fue muy duro con Maduro al calificarlo de dictador brutal. Ello vislumbra que no será fácil un diálogo con éste al que seguramente tratará con mano de hierro con los consiguientes conflictos. Seguramente asistiremos a un “tira y encoge” en las relaciones entre ambos gobiernos. Las mayores dudas y reservas se ciernen sobre la condición de perdona vidas de los izquierdistas por los demócratas norteamericanos. Recordemos que Obama retiró a Cuba de la lista de países terroristas sin que se sepa qué dio a cambio la tiranía castrista, por lo menos elecciones creíbles.
En esa línea de negociaciones diplomáticas lo que se vislumbra es la realización de elecciones para un cambio de gobierno, pero no de régimen pues lo que existe en Venezuela es un nuevo sistema sociopolítico apoyado en el poder de las armas, terrorismo y narcotráfico. Una situación conocida como de “compromiso histórico” en que se hacen leves cambios como sucede en Europa donde quien gana las elecciones no gobierna luego. Un proceso que tomará tiempo.
Descartada una intervención militar por parte del nuevo primer mandatario norteamericano no dado a la retórica agresiva. Precisamente el estilo de Trump, quien curiosamente en su despedida se enorgulleció de no haber iniciado una guerra. Se podría inferir que eran solo palabras su discurso sobre ”todas las opciones están sobre la mesa”. Si estuvo tentado de hacerlo seguramente se espantó al cerciorarse del despelote en la cúpula de la dirigencia oposicionista venezolana.
Aunque Maduro luce más fuerte que antes no las tiene todas consigo a su favor. El suyo es un régimen que se desgasta, entre otras causas, por la pérdida de la base de apoyo social extensiva a la de su propio partido el PSUV. La mejor evidencia son las pasadas elecciones parlamentarias.
Pero ante EEUU podría lanzar una jugada consistente en optar por la economía de mercado al estilo de China (estatismo salvaje). Ello resultaría muy atractivo al socialdemócrata Biden movido por los negocios económicos que sacrifican la democracia. No es nada casual la amplísima permisibilidad dada por Maduro a los comerciantes que especulan sin compasión al igual sus elogios al dólar. Por ahí irían los tiros.
Freddy Torrealba Z.