La última novela del escritor Karl Krispin, “Ve a comprar cigarrillos y desaparece”
(Editorial Hypermedia) tiene frases realmente memorables. Una de ellas narra en menos de tres líneas lo que ha sido el chavismo para Venezuela. Krispin está hablando de la modernidad alcanzada por nuestro país cuando lanza su sentencia lapidaria:
“De esa misma UCV salió la generación que construiría esa modernidad y su contra generación que la asesinaría y nos devolvería a la premodernidad agrarista de unos resentidos bolcheviques de barrio”.
¡Qué doloroso resulta constatar que fue así exactamente como pasó!
Empecemos por el petróleo. La destrucción de PDVSA comenzó cuando Chávez, con un pito en la mano y en cadena nacional de radio y TV, despidió a veinte mil de los empleados más calificados de la industria. No se puede despedir a veinte mil profesionales y salir ileso. Pero la megalomanía de Chávez lo creyó así y decretó el principio del fin de una de las cinco empresas petroleras más rentables del mundo. Maduro culminó su proceso destructivo.
Pero eso no fue suficiente: las industrias básicas, que por obra y gracia de Leopoldo Sucre Figarella, convirtieron al sur del país en un polo de desarrollo, también cayeron presas de la burocracia y la corrupción. Sobre todo, esta última. En Venezuela siempre ha habido corrupción, pero la corrupción chavista se ha llevado en los cachos a todas las demás juntas. Los resentidos bolcheviques de barrio llegaron a arrasar con todo y lo lograron.
El potencial turístico se precipitó por un abismo: en un país de lugares tan hermosos, nadie viene por la inseguridad. Aquí los aviones que llegan vienen llenos de chinos, árabes, turcos, iraníes y rusos, ya sea a hacer “negocios” o a cobrar deudas y favores. Nada de turismo. Estamos en la lista negra de todo el mundo.
La red de electrificación, la represa del Guri y las demás represas, también sucumbieron a la corrupción, a las compras de repuestos chimbos o inexistentes, a los grandes negocios de boliburgueses y bolichicos. En un país donde el recurso hídrico es ilimitado, hay racionamiento de agua y de electricidad.
Las Fuerzas Armadas que profesionalizó Juan Vicente Gómez y que defendieron al país gallardamente de los intentos de invasión de Fidel Castro, las guerrillas y a la institución democrática, al convertirse en una sola Fuerza Armada también dejaron su honor, su compromiso con el país y su razón de ser. Los militares de hoy en día, desde los rasos hasta los generalotes, dan asco. En todos los guisos hay un militar involucrado.
De la salud, mejor ni hablar. Una red de hospitales y dispensarios de primer mundo se dejaron perder por falta de mantenimiento y de nuevo, corrupción, para darles “trabajo” a una cantidad de “médicos” cubanos, la mayoría de ellos víctimas de un sistema muy parecido al muestro. Les pagaron una miseria, pero los bolsillos de una economía quebrada como la cubana floreció gracias al chavismo.
Y si hablamos de educación, nos damos cuenta de que aquí harán falta dos o más generaciones para reconstruir lo que se ha destruido. En mi artículo de la semana pasada ahondo sobre el tema. De un país donde la educación no es prioridad, poco es lo que se puede esperar.
El valor del trabajo, lo que impulsa el desarrollo de cualquier sociedad, fue destrozado por la política de regalar todo y de asegurarle al pueblo que lo que uno no tenía, fue porque otro se lo había quitado. Por esto caló el discurso de odio de Hugo Chávez en el alma de un pueblo tan parejero, porque lo peor de todo ha sido el cambio de nosotros los venezolanos. ¿Volveremos a ser los de antes? Sólo el tiempo lo dirá. De lo que estoy segura es de la urgencia que tenemos de salir de esta asesinada modernidad, para comenzar desde cero, a reconstruir a partir de una sociedad preagrarista, el tristísimo legado del chavismo.
Carolina Jaimes Branger
@cjaimesb