La crisis venezolana tiene un rostro humano, frecuentemente subestimado cuando no ignorado por aquellos a quienes más debería importar, porque les incumbe encontrar las vías para resolverla. Tarea siempre difícil por las complejidades que la influyen, pero necesaria porque para eso existen la política y los políticos.
El drama nacional tiene rostro de mujer. La pandemia ha empeorado la situación de nuestras mujeres, sobre quienes reposa buena parte de la carga en el hogar, los hijos, la economía y el trabajo, la comunidad vecinal y sus problemas, sea en el barrio o la urbanización.
La desigualdad tiene aspectos múltiples en un panorama que ha profundizado las brechas de género. Hay más mujeres pobres. Sufren también discriminación en las remuneraciones, aparte de violencia. La decadencia de nuestro sistema de salud las perjudica especialmente en control pre y postnatal, dificultades para el control de la natalidad e incluso enfermedades que desatendidas pueden amenazar su vida, como el cáncer de mama, sobre la cual han llamado la atención ONG como Funcamama, Cepaz, Prepara Familia o Acción Solidaria.
El drama nacional tiene rostro de joven. Se evidencia escandalosamente en la alta proporción juvenil en los millones que emigran en busca de oportunidades que aquí no tienen. También en la violencia que cobra más vidas en las nuevas generaciones. Cifras de 2019, avaladas por la seriedad del OVV, nos dice de 5.076 muertes violentas de niños, adolescentes y jóvenes. 2.661 entre 18 y 24 años de edad y 1.921 entre 25 y 29. Y no se olvide la profundización de la desigualdad social producida por una educación pública empobrecida de donde se van estudiantes y docentes, agravada por la brecha social –tecnológica, pues no son iguales las dificultades que enfrenta la educación privada en las clases medias que las francas imposibilidades de la pública en los sectores populares. Anótese en el debe la cuestión del embarazo adolescente y las multifacética problemática relativa a la prevención y la educación sexual que aborda el UNFPA de Naciones Unidas.
Mujeres y jóvenes padecen la prolongada crisis nacional agravada por la pandemia, con mayor intensidad que otros sectores sociales que también la sufren. Son realidades sociales de carne y hueso, de las cuales la política debe preocuparse y ocuparse.
Empezamos hablando a partir de rostros. La política, como Jano, tiene dos caras pero ellas no miran al pasado y al presente como las del dios romano. Una mira al poder que siempre implica lucha por alcanzarlo y preservarlo. La otra mira a la gestión, a lo que puede y debe hacerse para atender los problemas de la vida real. Es imprescindible asumir esa dualidad y sus consecuencias.
Ramón Guillermo Aveledo