Sin aliento. Deliannis sintió que se quedaba sin aliento cuando la enfermera de turno se le montó encima, y con sus brazos empujó la parte superior de su vientre para hacer salir al bebé. Le dicen la maniobra de Kristeller y es tan peligrosa que se hace solo en caso de emergencia.
El médico de guardia ya le había hecho un corte en la vagina, de esos que se hacen para que quepa la cabeza del bebé cuando la mujer no puede parir por cuenta propia. Esta técnica, aunque en un principio se aplica para que los tejidos no se desgarren, es desaconsejada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) cuando no se trata de una emergencia porque puede causar -precisamente- desgarros, aumento del sangrado, del dolor y, a la larga, trastornos como la incontinencia y disfunciones sexuales.
Deliannis Arias es madre primeriza a sus 18 años. Vive en la ruta 1 de Vista al Sol, una de las parroquias más grandes, más lejanas y más empobrecidas de San Félix.
La joven se estremece al recordar: el día que le tocó parir en pandemia, el médico de guardia tuvo que cortarla. Ella parió -aunque su cuerpo no podía hacerlo naturalmente- porque no había sutura en el hospital para hacerle una cesárea que ya tenía indicada por orden médica.
“Fue muy duro, yo tenía criterio de cesárea y aquí me pusieron a parir. Se me tuvieron que montar encima porque ya se me estaba pasando el parto. Me cortaron bastante”. Después de ruletear ya no había fuerza para pujar.
Mientras Deliannis daba a luz el 19 de septiembre de 2020 en el Uyapar, uno de los hospitales centinelas de Ciudad Guayana, el país enfrentaba 65.949 casos de COVID-19, con 775 nuevos contagios y 539 muertes. El estado Bolívar, en donde está el hospital y reside la joven, se contabilizaban 3.051 casos.
Aunque la OMS recomienda hacer todos los esfuerzos necesarios para que los servicios de atención prenatal, parto y post natal se mantengan obligatoria y rutinariamente durante la pandemia de COVID-19, la falla estructural de las políticas de salud sexual y reproductiva del Estado venezolano causó que durante la emergencia sanitaria, las parturientas quedaran en un estado de desprotección crónico que las sometió a un mayor agotamiento, maltrato, movilización forzada y al parto en condiciones tan inseguras que las expone al riesgo innecesario de contagio por el SARS – Cov- 2.
Y es lo que vienen denunciando las oenegés promotoras de los derechos humanos, como el Centro de Justicia y Paz (Cepaz). En su informe, instó al Estado venezolano a reconocer las necesidades de salud de las embarazadas, incluyendo a quienes necesitan acceder a abortos seguros, o enfrentan emergencias obstétricas, y ofrecer la atención debida durante el parto y postparto como parte del paquete de servicios básicos y prioritarios que deben garantizarse durante la alarma sanitaria y que no han sido tomado en cuenta. “Las mujeres representan la mitad de la población, y sus derechos no estarán efectivamente protegidos si no se tienen en cuenta sus necesidades específicas durante la pandemia”, versa el documento.
Escasez de insumos agravada
Durante la alarma sanitaria, la escasez de insumos se agravó en Guayana. Dos de cada 10 parturientas que ameritan cesárea por orden médica en el Hospital Uyapar terminan pariendo por falta de insumos como suturas, soluciones fisiológicas y kits de laparotomía, entre otros utensilios, estima María Goitte*, enfermera con cuatro años de servicio en el área de Sala de Parto del Uyapar.
La mujer asegura que la falta de insumos tanto para las pacientes, como para el personal sanitario en Sala de Parto, se acentuó durante la alarma sanitaria porque la atención se concentró en la COVID-19.
Goitte estima que diariamente puede haber tres diferimientos de los -como mínimo- 17 partos que se atienden a diario en el turno de 7:00 de la noche a 7:00 de la mañana. Además, solamente se atienden cesáreas de emergencia, con suerte. A Deliannis no se la pudieron hacer.
Dos de cada 10 parturientas que ameritan cesárea por orden médica en el Hospital Uyapar terminan pariendo por falta de insumos como suturas, soluciones fisiológicas y kits de laparotomía, entre otros utensilios, de acuerdo con enfermeras consultadas.
Cuando le dieron dolores de parto, su familia la llevó hasta la Maternidad Negra Hipólita, en 25 de Marzo (San Félix), con la esperanza de que diera a luz ahí, pero no la atendieron porque cerraban a las 5:00 de la tarde y ella estaba “dilatando muy lento”, por lo que no habría personal para recibir a la niña si se hacía de noche.
Era una semana de cuarentena radical, en la que se suponía que no habría mucha gente en la calle y, aun así, los autobuses iban tan abarrotados de pasajeros que los colectores iban casi izados cual bandera en la puerta del vehículo. En uno de esos buses se subió ella, con contracciones casi tan insoportables como la música que el conductor puso a todo volumen y que tenía que soportar de pie, agarrada de la baranda, tratando de amortiguar con las piernas los huecos que el conductor no se molestó en esquivar. La Maternidad Negra Hipólita no tiene ambulancia para parturientas desde hace más de dos años.
Ubicada en 25 de Marzo, la maternidad atiende -en teoría- entre 35 y 40 partos diarios, eso cuando los residentes y especialistas pueden asistir por las dificultades que impone la falta de combustible. Como la máquina que se utiliza en cirugía para hacer los cortes de forma segura, extirpar tejidos, cauterizar y sellar vasos sanguíneos (electrocauterio), y la máquina de esterilización de materiales se dañaron en noviembre de 2020, en el sitio solo se atienden partos expulsivos siempre que los bebés estén a término: no hay incubadoras para niños prematuros y de las ocho incubadoras con monitores y ventiladores mecánicos en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales (UCIN) solo funcionan dos.
“Las pacientes se tienen que ir por su cuenta porque el servicio de emergencias del 911 (VEN911) pone muchos protocolos para prestarnos la ambulancia”, indicó el jefe de servicios generales del Hospital Santiago Astudillo.
Llegar “soltando al muchacho”
La enfermera Goitte calcula -porque nadie tiene acceso a cifras oficiales- que 60% de las parturientas que atienden en su guardia provienen del Hospital Dr. Raúl Leoni de Guaiparo, el siguiente destino de Deliannis. “No las atienden porque no hay especialistas, no hay esto, no hay aquello… llegan al Uyapar soltando a ese muchacho y hay que ayudarlas con lo poco que se tiene”, dijo.
Deliannis se trasladó hasta Guaiparo, aturdida, en medio del alboroto, del dolor y de los apretujes de la gente en un escenario pandémico en el que el distanciamiento social lo es todo. Hasta ese momento había recorrido 13 kilómetros desde que salió de su casa, sin lograr ser atendida.
“El hospital está contaminado, no te podemos atender aquí” fue la frase que le escuchó decir al funcionario miliciano de la entrada, cuando llegó al hospital centinela que para entonces albergaba más de 70 casos de COVID-19, de acuerdo con el único reporte oficial que el gobierno difundió. Toda la atención estaba concentrada en pacientes infectados por el nuevo coronavirus, así que la remitieron hacia el Uyapar. Le esperaban 10 kilómetros más de recorrido, esta vez en ambulancia.
Todo el trauma de la forma en la que tuvo que dar a luz se disipó con el llanto de la niña, nacida en un escenario pandémico y de emergencia sanitaria sobresaturada.
El día en el que Deliannis emprendió su camino de regreso a casa fue un domingo de cuarentena radical en el que, por falta de transporte, con niña en brazos y una herida en la vagina sin cicatrizar se fue caminando desde el Hospital Uyapar hasta la Plaza del Hierro, en Alta Vista, una distancia de casi dos kilómetros y al menos 30 minutos a pie.
Cada paso que daba por esa calle empinada suponía un pinchazo en su entrepierna. En el trayecto se le fueron dos puntos de sutura que le tuvieron que coser en el módulo de salud más cercano a su comunidad. Si de algo está segura, es que su parto no lo puede describir como humanizado.
En junio de 2020, el Ministerio de Salud remodeló la Sala de Parto del Uyapar para atender a la mayor cantidad de parturientas posible y descongestionar el hospital de Guaiparo y la Maternidad Negra Hipólita. Entregaron tres quirófanos para atender 100 pacientes a diario, “pero solo dos están funcionando ahorita”, afirmó Goitte*.
“La parte nueva que hicieron de Sala de Parto es espectacular, no se le puede quitar, pero no hay material para la atención”, agregó.
Sin tomas de oxígeno ni incubadoras
Dos meses después, en el mismo hospital, Marielys Muguerza, de 30 años de edad, se encontró a sí misma abrazada al poste de luz que ilumina la entrada del Hospital Uyapar. Lo hizo para soportar el peso de sus ocho meses de embarazo y el dolor en las piernas. Cada tanto se secaba el líquido que brotaba de su entrepierna con su bata de dormir. El tiempo corría y se le rompió la membrana que recubre al bebé en el útero.
“Por alguna razón, los médicos dicen que es más probable que un bebé de siete meses sobreviva más que un prematuro de ocho meses”, dijo conteniendo las ganas de llorar, abrazada al poste.
Había pasado la noche más angustiante de su vida en la sala de espera de parto. Estaba hambrienta. No comía desde el día anterior a las cinco de la tarde, cuando entró en labor de parto. A las once de la noche, cuando por fin la atendieron, le dijeron que no podían recibir al bebé porque las únicas cinco incubadoras que sirven estaban ocupadas. Además, solo hay tres tomas de oxígeno en el retén patológico.
Esta área está en remodelación, con ocho tomas de oxígeno para los recién nacidos. Pero la refacción se paralizó porque los recursos se destinaron a la atención de pacientes con COVID-19.
Marielys tenía ruptura de membrana, botaba líquido y no había ambulancia para trasladarla. En el Uyapar no hay condiciones para atender partos prematuros
Por ahora funciona en un área prestada de tercer piso, donde estaba el denominado retén sano o retén de transición. Hay tres habitaciones con una toma de oxígeno cada una, por lo que solo hay capacidad para tres bebés con dificultad respiratoria. “Y eso es muy insuficiente, hemos tenido que conectar a dos bebés en una sola toma, con una derivación en Y, eso no garantiza la cantidad de oxígeno que necesita cada bebé. Es un alto riesgo para pacientes prematuros”, explicó el neonatólogo José A. Chavero.
Esa es la principal razón por la que los partos prematuros como el de Marielys son referidos a otros centros asistenciales. Por eso la esperaba un recorrido de más de una hora -y 103 kilómetros en autobús- hacia el hospital Ruiz y Páez en Ciudad Bolívar.
La noche que pernoctó en el Uyapar se arrebujó en una de las sillas de la sala de espera preparándose para el largo recorrido del día siguiente. Sabía que no podía contar con un traslado en ambulancia, que el servicio de emergencias VEN911 se lo negaría por falta de combustible. Esa noche habló con Dios y le pidió que su hija no tragara líquido.
En la mañana, junto al poste de la entrada del Uyapar, Marielys aguardó a que su esposo consiguiera efectivo suficiente para trasladarse hasta Ciudad Bolívar. Luego de un rato, soltó el poste, se acomodó el cabello que llevaba sujetado con un guante quirúrgico curtido, puso una toalla doblada en el banquillo del pasillo exterior del hospital para no mojarlo y se sentó a esperar. De su vientre seguía saliendo líquido.
Una hora después su esposo consiguió el dinero. Iba rogando que el autobús no cayera en todos los huecos de la deteriorada carretera. “Los pasajeros le pidieron al conductor que nos dejaran a mí y a mi compañera cerca del hospital porque nos iban a dejar lejos”, señaló.
A Ciudad Bolívar llegó a las 3:00 de la tarde y dio a luz a las cuatro de la madrugada del día siguiente.
¿Por qué tuvo que ir a un centro que queda a una hora de distancia? Porque en Guaiparo, que es el hospital más cercano al Uyapar, tampoco hay condiciones para atender a un bebé prematuro. El área de retén patológico cuenta con cuatro tomas de oxígeno a menudo ya ocupadas. “¿Cómo vamos a recibir más recién nacidos si no podemos darles el cuidado que ameritan?”, cuestionó la enfermera de Sala de Parto del recinto, Irene Malpica*.
Más remisiones y más partos en los pasillos
Durante la pandemia, en Guaiparo no son atendidas todas las mujeres que acuden para parir, pues la orden es recibir un máximo de 20 partos para evitar la aglomeración de personas en el lugar. Antes de la pandemia se atendían entre 50 y 60 partos diarios.
Si hay una emergencia a las ocho o nueve de la noche, las pacientes deben ser referidas a otro centro por falta de insumos y personal capacitado de guardia. “Aquí la salud es autofinanciada. Vamos al hospital a dar aliento porque a veces no tenemos la solución, la oxitocina, no hay Betadine”, relata la enfermera.
En el Uyapar, los partos prematuros son referidos a otro centro porque el recinto solo cuenta con tres tomas de oxígeno para estos bebés
Conforme aumentó la cantidad de mujeres que son enviadas a otros hospitales y se redujo -todavía más- la capacidad de movilización por escasez de combustible, del incremento del pasaje de transporte público y tarifas de taxi por encima de los 10 dólares, también subió la frecuencia de partos en los pasillos, debajo de las plantas cercanas al hospital, en la entrada, en las escaleras y en los hogares. Sin tener acceso inmediato a atención médica en caso de presentar complicaciones con el parto.
Muchas paren en las adyacencias del centro asistencial porque no tienen cómo movilizarse al hospital al que fueron remitidas. Semanalmente la enfermera calcula que al menos 10 mujeres paren en esos sitios improvisados porque no tienen cómo movilizarse a otro centro médico.
Irene recuerda que la misma mañana en que fue entrevistada atendió unos cinco partos expulsivos. Tres de las mujeres que dieron a luz lo hicieron en sus casas y acudieron al hospital después, donde son hospitalizadas por varios días para comprobar que no les quedan restos de placenta en el útero. No hay otra forma de saberlo que esperar, porque el ecograma del servicio tampoco sirve.
Eva Becerra parió en una escena como esa, después de más de 48 horas de espera. Logró salir de su casa porque su vecino le dio la cola en una motocicleta. Llegó a Guaiparo con cinco centímetros de dilatación y unos frascos de oxitocina (o Pitocin) en el bolsillo porque sabía que en el hospital no había, y aunque tiene más contraindicaciones que ventajas, ella quería acelerar su parto.
Cuando llegó no fue recibida porque no había especialista de guardia esa noche y “tienes que tener la cabeza del muchacho afuera prácticamente para que te puedan atender, si no te mandan para el Uyapar o para Ciudad Bolívar”, cuenta.
No tenía otra opción. Como no tenía carro propio para irse al Uyapar ni 20 dólares para pagar un taxi, pero sí suficiente dolor como para saber que no aguantaría montarse en un microbús al día siguiente, pernoctó en la sala de espera, sin aire acondicionado y espantando las hormigas voladoras que le revoloteaban alrededor.
Así pasó casi cuatro días en el hospital sin que nadie le administrara un medicamento capaz de acelerar el parto. Para el momento ya tenía la vulva inflamada como resultado de la cantidad de veces que le hicieron el tacto vaginal para comprobar los centímetros de dilatación que parecían no avanzar. Por eso decidió solicitarlo directamente a la directora del recinto. “Es que no me estaban atendiendo, lo que hacían era meterme mano y decirme que esperara”, le dijo. La hazaña fue suficiente para que, por orden de dirección, un médico especialista le administrara el Pitocin. 15 minutos después nació su hija.
Regresar a casa fue otro desafío. Su familia recolectó dinero para pagar los 10 dólares que le cobró el taxi esta vez. Era eso, o aguantar el aguacero que estaba por venir, el clima estaba gris, y las primeras gotas de agua comenzaban a caer la tarde de ese 25 de noviembre, algunas comenzaban a permear en la carpa militar puesta a las afueras de hospital, donde la gente espera cualquier medio de transporte que llegue para trasladarse.
“Quienes no tienen efectivo, a veces le dejan a los choferes zapatos, comida, relojes, lo que carguen encima que tenga valor. Con tal de poder irse”, afirmó Eva.
El restringido acceso a la salud de las parturientas constituye una forma de violencia contra las mujeres, especialmente vulnerables durante el parto. Ser sometidas al ruleteo, y a procedimientos dolorosos y contraindicados por falta de insumos son formas de violencia obstétrica que ponen en riesgo sus vidas y las de sus hijos. Este es un problema de salud pública y una vulneración de sus derechos fundamentales que en Venezuela se agravó en pandemia.
“Cuando ves a esas mujeres pariendo, o hay una cesárea de emergencia… da lástima porque no hay nada para resolver”, dijo la enfermera Goitte. Sus palabras representan a la mayoría de las enfermeras que están en la primera línea de atención en Sala de Parto durante la pandemia en Ciudad Guayana.
(*) El nombre de estas personas fue cambiado para resguardar su integridad debido a la persecución y amedrentamiento que sufre el personal sanitario por parte del Estado
Cuando llegó no fue recibida porque no había especialista de guardia esa noche y “tienes que tener la cabeza del muchacho afuera prácticamente para que te puedan atender, si no te mandan para el Uyapar o para Ciudad Bolívar”, cuenta.
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