Al principio de la campaña electoral norteamericana de 2016, en este mismo espacio, escribí el 07-03-2016 que…
”La política norteamericana estaría subdesarrollándose en la medida que se debilite el centro y se fortalezcan los extremos, representados por Donald Trump (en la extrema derecha) y Bernie Sanders (en la extrema izquierda). La polarización disminuye las posibilidades de acuerdos entre las diferentes partes que componen toda sociedad moderna; evolución centrífuga de ese centro mayoritario que ha caracterizado a los norteamericanos.”
De hecho, podemos decir que la esencia de la interacción entre los grupos en las sociedades modernas no está en tener la razón, sino en ponerse de acuerdo.
Lástima que no sólo no me equivoqué sobre el peligro de la polarización que representaban Trump y Sanders, sino que me quedé corto en cuanto al nivel de polarización que introduciría el primero; al punto de propagar de antemano el argumento de un supuesto fraude electoral, tema que llevó hasta incitar una rebelión. El agravante es que, por más disparatado que esto parezca, el 70% de los 70 MM que votaron por él todavía dice en las encuestas que sí hubo fraude y, además, piensan que el Partido Demócrata está lleno de izquierdistas que van a controlar al presidente Biden.
Biden va a tener que buscar la manera de recuperar esos 49 millones de norteamericanos polarizados, tanto los de esa derecha como los de izquierda, tendiendo puentes y negociaciones, que afortunadamente, es lo que ha hecho toda su vida, como parte de ese buen establishment bipartidista norteamericano que desde que nació se ha caracterizado por el predominio de negociaciones y políticas bipartidistas.
Cierto es que dentro del partido demócrata cohabita una minoría extremista de izquierda que, junto con movimientos internacionales, viene aprovechando las grietas que se le ven al sistema norteamericano para socavarlo; por ejemplo, la extrapolación de la protesta social por el absurdo asesinato de George Floyd hasta convertirla en un movimiento político: Black Lives Matter. Pero no tiene base creer que un Biden, con 50 años de experiencia como parte importante de ese buen establishment centrista y de acuerdos, vaya a ser veleta de ese izquierdismo extremista.
La campaña electoral de Biden estuvo montada sobre un pivote. Mostrar lo que ha sido su estilo: Hacer política es negociar, tolerar las diferencias, buscar acuerdos, evitando a toda costa la polarización. Es decir, desde el punto de vista del marketing político, Biden escogió bien, la posición contraria a la de su competidor que estaba basada en la polarización y la conflictividad. Si Biden hubiese tratado de posicionarse como el contendor de Trump hubiese caído en un posicionamiento propiedad de otro. Por el contrario, Biden se mantuvo sosegado, impertérrito, paciente, discreto; más bien tratando de comunicar sus verdades o respuestas a los problemas de la gente, en vez de caer en el contrapunteo politiquero que era el territorio dominado por Trump; atributo que tampoco sería creíble en cabeza de Biden porque nunca ha sido su estilo; le hubiese resultado como ponerse un disfraz y los electorados no compran disfraces.
El mensaje del posicionamiento y triunfo de Biden para la oposición venezolana es muy claro: Fue un grave error haber caído en el juego de la polarización que jugó Chávez, quien reintrodujo ese desorden, que ya se había superado en Venezuela. Ese error se sigue repitiendo con Maduro y fue epitomizado, en enero de 2016, por el grito de guerra de que a Maduro lo iban a sacar en seis meses; planteamiento que luce inviable y hasta sospechoso porque nada mejor para hacerle el juego que caer en la polarización y sin tener la unidad, los recursos ni una oferta alternativa que comienza por dicha unidad y alianzas con la sociedad civil.
La opción de los partidos de oposición y, más aún, de la Sociedad Civil en Venezuela (mientras los partidos aprenden a que lo primordial no es que ellos lleguen al poder) es ocuparse de apoyar a la gente a salir de la tragedia en que nos ha hundido este gobierno, aunque dejando grandes espacios vacíos que nos ofrecen grandes oportunidades. Cuando nos unamos y organicemos para llenar esos espacios con un contenido primordialmente social, económico y solidario, incluyendo propuestas adecuadas del gobierno que no nos gusta, empezaremos a desplazar al chavismo radical y se nos unirán los chavistas democráticos, que, de paso vale decirlo, son la mayoría.
No importa si alguien es de derecha o izquierda, mientras sea democrático, o sea, esté dispuesto a convivir y negociar, entendiendo que no todos podemos ser iguales ni mucho menos pertenecer a “un solo pueblo ni a un solo gobierno.” El daño está en que esas posiciones ideológicas se usen para descalificar, excluir y confrontar, en vez de usarlas para destacar sendos valores innegables, como la libertad y la igualdad, pero que deben ser negociados y aplicados en equilibrio.
José Antonio Gil Yepes
@jagilyepes