No pudo estar más triste para los venezolanos los últimos días del fatídico año 2020. No hubo mucho entusiasmo para despedirlo, más bien todos coincidieron en pedirle al cielo que terminara de llevárselo y olvidar lo terrible de sus días. Cuando concluyó la llamada noche vieja supimos del fallecimiento de inolvidables amigos la mayoría de ellos barquisimetanos y barquisimetidos que vivieron entre nosotros dejando cada uno una huella imperecedera. Entre ellos don Rodolfo Monacelli, un hombre llegado de la bella Italia que rápidamente se familiarizó con la ciudad entregándole el mejor de sus esfuerzos para levantar a una honorable familia, todos nacidos en la capital larense, que más tarde fueron orgullo regional en el ámbito deportivo como Amleto Monacelli, un super campeón formado por su padre en las canchas del boliche donde sus victorias lo premiaron con su ingreso al Hall de la Fama de ese deporte en los Estados Unidos. Antes de Amleto, Rodolfo padre había conquistado la mayoría de las competencias locales dedicando todo su tiempo a un hijo que ya asomaba como un jugador de carácter internacional y un futuro luminoso. Igualmente estuvo en los escenarios deportivos Rodolfo Jr., un gran bolichero, quien prefirió no hacerle sombra a su hermano, solo Marcia, su hija, se inclinó más bien a trabajar en los negocios de sus hermanos, sin perder, como es de suponer, los esfuerzos de una familia que siempre estuvo identificada con la actividad bolichera. Monacelli padre se dedicó a trabajar en la creación de una Academia de enseñanza dedicada al aprendizaje de la cocina. Sin presumir de chef buscó a los mejores maestros en Si Teresa y desde sus salones graduó a decenas de profesionales en todo el país. Fue siempre un innovador durante su larga vida donde también aprendió el valor del trabajo creador y de las personas que lucharon junto a él. En sus momentos de descanso y junto a su paisano Angelo Copola formó un dueto de violín para recordar a los grandes clásicos italianos. Hoy, cuando ya no está, queremos recordarlo como un gran bolichero, pero también como un ser humano excepcional.
II
En estos días de celebración Cristiana y también de lágrimas, deja al descubierto sentimientos encontrados difíciles de entender en su complejidad. Preguntas sin respuestas que intentan explicar la angustia que nos estruja el alma por las ausencias, brazos abiertos sin cerrar y besos aplazados, ávidos de amor y de esperanza, hoy, casi pérdida en la penumbra de una noche sin luz de Luna.
III
Este maléfico 2020 nos ha cubierto con un manto de ausencias. Cuando escribo estas quejumbrosas líneas, llega la noticia de la partida de Víctor Cuicas, un personaje a quien admiramos por su talento expresado en notas llenas de una musicalidad que solo un artista enamorado de los sonidos era capaz de interpretar. Nos deja Víctor para sus muchos admiradores la huella a seguir, cuando escuchemos surgiendo de las noches compartidas las notas mágicas de su saxo.
Los que quedamos en la Tierra suponemos que Víctor Cuicas formó parte de quienes recibieron en el cielo al gran Armando Manzanero, quien tuvo la mala ocurrencia de dejarnos en estos últimos días del año. Una pérdida que nos deja huérfanos de esa especial gente dedicada a cantarle al amor. El pequeño gigante logró traducirnos el lenguaje apropiado para vivir a plenitud las vivencias compartidas con quienes amamos. La despedida de Manzanero coincidió con la fecha cumpleañera de una de sus fieles intérpretes como ha sido desde hace mucho tiempo nuestra Lilian Ledezma, que será sin duda una buena manera de recordar al gran romántico de México y el mundo.
Luis Rodríguez Moreno