Navidad, temporada durante la cual se desbordan las emociones y nos invaden los recuerdos. Existe una predisposición natural de las personas a mostrar su verdadera naturaleza humana, desprendiéndose de toda careta o armadura que a lo largo del año suelen lucir para ocultar su vulnerabilidad. Durante estas fechas se puede pasar de la alegría extrema a la profunda tristeza en cuestión de segundos, o de la esperanza a la más aplastante decepción, con tan solo pequeños estímulos que actúan como detonantes.
Afortunadamente, por estas fechas abundan las reuniones sociales o familiares que permiten aligerar esa carga emocional, convirtiéndose en perfectos vehículos de catarsis colectiva. Casualmente entre los encuentros familiares y sociales que generan mayor emotividad están los vinculados a la comida. Hoy me permitiré dar un paseo por mis recuerdos y revisar esos momentos que atesoro en torno a la mesa, disfrutando de la buena comida, bebida y, sobre todo, de la grata compañía.
Hacer hallacas en familia
Se trata de un trabajo colectivo liderado generalmente por la “matrona” de la casa, llámese madre o abuela. Raras veces este equipo es encabezado por un hombre, aunque existen honrosas excepciones. Desde la compra de los ingredientes hasta el momento de refrigerar las hallacas ya listas, participan los miembros de la familia que se van turnando para ejecutar los diversos procesos que darán como resultado esos humeantes, aromáticos y suaves pasteles cubiertos por su verde envoltorio vegetal.
El trabajo se realiza generalmente en torno a una larga mesa en donde se realiza el trabajo de “ensamblaje” mientras que a su alrededor orbitan los demás miembros de la familia que se encargan de trabajos “complementarios” como lavar las hojas, cortar el pabilo con las medidas exactas, reponer ingredientes en las grandes bandejas colocadas en la mesa, prender el fogón (en caso de cocinar en leña), servir las bebidas, poner la música y hasta contar historias.
Grato sonido de la voz de la abuela, de la madre, de la tía, que aun regañando por alguna instrucción no atendida o ejecutada a destiempo, nos suena dulce en el recuerdo. El ambiente musical conformado por canciones repetidas año tras año, las historias tantas veces contadas por los “cronistas oficiales” de la familia, incluso, los chistes con finales ya conocidos, forman parte de ese compendio de afectos que nos hacen añorar esos momentos.
Las comidas navideñas
Si bien las cenas de Noche Buena y Año Nuevo son las más comentadas por mucho tiempo, durante estas fiestas se dan otros encuentros en torno a la mesa de muy grata recordación. En Navidad las visitas a nuestros hogares aumentan, bien sean encuentros sociales puntuales hasta visitas de parientes que vienen a pasar la temporada en familia. Además de disfrutar de los alimentos propios de esta temporada, las sobremesas cargadas de historias, de anécdotas, de recuerdos, de risas aumentan la producción de las llamadas hormonas de la felicidad (endorfina, serotonina, dopamina y oxitocina) que están relacionadas con el bienestar, el placer, la relajación y el alivio del dolor físico y emocional. Ni hablar de los atracones de sándwiches de pernil, de bollitos con queso o de los opíparos sancochos “levanta muertos” día siguiente después de la celebraciones principales.
Las misas de aguinaldo, cosa del pasado
Las generaciones más recientes no conocieron las misas de aguinaldo y los esfuerzos que había que hacer para estar a las 5 de la madrugada en la iglesia. Para los adultos era un asunto de convicción, para los niños mera diversión. Como recompensa a semejante sacrificio, a la salida de la misa se formaban las grandes “patinatas” de niños y adultos en los alrededores de la iglesia y al llegar a casa el desayuno especial conformado, la mayoría de las veces, por arepitas dulces, queso y chocolate caliente. Los olores del anís dulce de las arepas y de la canela del chocolate impregnaron hasta nuestra memoria porque aún hoy día nos saca un gran suspiro al recordarlos.
Las parrandas de casa en casa
Otra tradición del pasado eran las serenatas navideñas con grupos de parranderos que iban de casa en casa cantándole a los pesebres o nacimientos y disfrutando de los obsequios gastronómicos que ofrecían los anfitriones. Estas parrandas cuando eran anunciadas con antelación se convertían en un verdadero acontecimiento cultural al que se invitaban a familiares y amigos a disfrutar del espectáculo. Era tradición invitar a los músicos a comer el plato navideño preparado por los anfitriones, mientras que el resto de los invitados degustaba de bocaditos para “picar” como empanaditas, pastelitos, tequeños y bebidas de la más variadas gama, entre refrescantes y espirituosas. Para los cantantes generalmente se reservaban los aguardientes “picantes” para resguardar la tonicidad de las cuerdas vocales. “Yo no quiero hallacas, ni pan de jamón, yo lo que quiero es la buena atención” decía uno de los versos de entrada de los parranderos, pero cuando a la tercera canción no se veía movimiento en la cocina lanzaban versos más directos: “Ya los parranderos no van a cantar, porque en esta casa no quieren brindar”.
Este 2020, la situación país y la pandemia, han modificado la dinámica de nuestras Navidades. La mesa para hacer las hallacas es más pequeña porque ya no se pueden preparar las cantidades de antaño, primero por lo costoso de sus ingredientes y segundo porque las familias y las amistades cercanas han disminuido en número. La música que sonaba por horas para amenizar la jornada de trabajo en la cocina tendrá que esperar a que repongan el servicio eléctrico en las zonas con plan de racionamiento. Los cuentos y chistes costará entenderlos porque los tapabocas actúan como sordinas. Y los encuentros se realizarán por videollamadas, sin el abrazo ni el beso tan anhelado.
Pese a todo ello, la esperanza es capaz de albergarse en los más recónditos lugares de nuestra alma y aflorar con fuerza cuando así lo necesitemos, porque sólo en ella encontraremos el soporte para continuar adelante y soñar con que algún día podamos seguir sumando recuerdos de esos maravillosos encuentros familiares navideños.
Miguel Peña Samuel