Hemos llegado a los últimos días del año con la batería descargada, el tanque vacío, los cauchos lisos y sin gota de aceite. Este recorrido 2020 ha sido demoledor, no hemos encontrado en el camino sino penuria, soledad, enfermedad, hambre, abandono, inseguridad y desaliento. Un país que huye y otro que se queda. Uno paupérrimo cuyos hijos con ansias de nuevos horizontes donde poder comer y vivir como seres humanos, se lanzan al mar y regresan en cadáveres a las playas de la patria; y otro que se queda para llorar a sus muertos. Lágrimas de sal y viento. Un panorama desolador que es todo un cuestionamiento a la conciencia nuestra, sobre todo a los responsables de estas atrocidad: los que constituyen las autoridades civiles y militares del país. Venezuela no tiene corazón. Ha muerto a manos de un gobierno inicuo. ¡Basta!
Sí, basta de dialoguitos, de que sí, de que no, de arreglos, de ponerse de acuerdo con el otro, de gobiernos de transición posibles con representantes de todos los bandos, lo que es imposible, porque aquí no hay sino dos bandos: el de los dictadores bandidos corruptos, narcotraficantes que han vendido la patria a países extranjeros y el de los venezolanos con ansias de libertad y honestidad. Son irreconciliables, unos son demonios, otros son hombres. Los unos luchan por sus bajos intereses, ciegos, con medios demoníacos; los otros por los suyos de altos ideales ojos muy abiertos, con medios humanos bendecidos por Dios. De este lado estamos los que queremos que Venezuela renazca, agotando los medios legítimos para alcanzarlo. Hoy esa gente ha cometido toda clase de atentados contra la justicia, los derechos humanos, ha caído en la venta del país, en delitos definidos y comprobados de lesa humanidad, ¿qué esperamos? ¿Una solución caída del cielo traída por ángeles? No, somos humanos y humanos son nuestros recursos, legitimados tanto por leyes nacionales como internacionales, naturales y divinas. Estamos pidiendo, esperando, apoyando y anhelando la única solución posible que queda: la intervención extranjera.
Sé que algunos se escandalizarán con esta aseveración. Surgirán las mentalidades de conuco con su remilgos de defensa de la soberanía del territorio nacional, esgrimiendo la frase comodín del Cabito la planta insolente del extranjero…, etc, etc. Y, ¿cuál soberanía cuando civiles y militares de la isla caribeña invaden nuestras fronteras, se enseñorean de las fuerzas armadas y oficinas públicas, controlan los sistemas de identificación, organismos electorales, nos chupan el petróleo y despliegan sus pabellones en nuestros paradas oficiales? Aquí el único país que podía desfilar su ejército por nuestras calles era Gran Bretaña, como eterno agradecimiento por su heroica participación en la Batalla de Carabobo. Y eso por señalar una sola nación tropical invasora, porque no podemos olvidar los millones de pasaportes extendidos sin trámites a asiáticos del cercano y lejano Oriente por turbios intereses económicos, en detrimento y destrucción de nuestra industria y producción nacional.
También hablan los puristas de evitar el derramamiento de sangre, ¿y no tenemos más de 20 años de sangre inocente derramada en calles, cárceles y campos? ¿Esa no cuenta? Para cortar ese chorro incesante hay que arriesgarse. Con piedras, palos, marchas ni cacerolazos se tumba gobierno. Mucho menos con elecciones fraudulentas. Lo que se debe impedir a toda costa es que se cuele una violencia vengativa. Lo mejor para lograrlo es la presencia de una fuerza foránea y neutral.
Sí, abogo, clamo y ansío una intervención extranjera y si no, que nos exterminen fumigándonos con aviones cargados de tóxicos poderosos. Moriremos todos, pero se salvará de la peste extremista el resto del continente. Seremos mártires por esta causa y los venezolanos dispersos hoy por el mundo regresarán a reconstruir sobre nuestras cenizas. Son pensamientos, tristes, trágicos, impropios de Navidad. Pido perdón a todos y sobre todo al Niño Jesús, pero a él le digo: busco tu sonrisa, pero no la encuentro en las caritas picoteadas por los peces de los niños encontrados en la arena; aunque sé que ellos ya te sonríen a ti. Soy humana, aún no puedo reaccionar, por favor, ¡ven a secar mis lágrimas de sal al viento!
Alicia Álamo Bartolomé