Dios siempre ha tomado las decisiones perfectas. Sabe de nuestras complicaciones constantes y de las actitudes irredimibles que nos caracteriza. Pero ha creído siempre en nosotros. Por eso reitera su amor con cada acto celestial. Aunque seamos los subversivos de la creación e inconformes a destajo.
Pero si el Señor hubiese considerado cambiar la historia. Asumido la determinación lúdica de enviar a su hijo en esta época. Sí, Él lo tiene todo medido y contamos con un sinnúmero de profetas que alertaron su venida. Pero si solo nos liáramos con sus designios y me dejara llevar por mis sandeces; si se hubiese retrasado dos siglos y el nuevo testamento se escribiese en este milenio.
Quizá el imaginarme su presencia con esta modernidad salvaje sería una falta espiritual letal. O posiblemente quiero que estrene nuevas palabras gloriosas para aleccionarnos a todos. A lo mejor no lo reconocería como el rey de mi alma. Tal vez se escondería en sus frases inmaculadas y no entendería que me está llamando. Que llegó para doblegar mi orgullo y enseñarme cómo utilizar el amor.
La estrella de Belén sería estudiada por la Nasa, que levantaría teorías inservibles sobre el fenómeno. El pesebre se establecería quizá en una casucha de lata ubicada en alguna barriada recóndita. Vendría con su humildad candente, con su discreción sencilla. No buscará los titulares encendidos ni ser célebre por aclamación popular.
No lo veo andando entre rascacielos rutilantes ni encarando a políticos enigmáticos. Caminaría entre los pobres como uno más, con una camisa de lana gastada y unos zapatos mal zurcidos. Pero su esplendor nos haría seguirlo. Brillaría desde lo lejos. Es el hijo de Dios. No quiero su autógrafo, aunque temo ser fanático por instantes. Prefiero coleccionar sus enseñanzas, su proclama firme. Que mis oídos lo escuchasen. Tener el privilegio de estar ahí, aunque sea por pocos instantes y a unos tantos metros de su halo de paz.
Nos diría que no somos relleno de la humanidad. Que cada uno tiene un valor trascendental para el Padre. Que los países tienen a su propio césar en la moneda y poco importa el dinero en los amaneceres. No ha venido para avalar nuestros fallos, sino para perdonarlos.
Poco le importaría quién desea visitar la luna o aspira recorrer todo el universo por caprichos de poder. Nos enseñaría que el talento es un don bajado del cielo a diario para inspirarnos y no debe usarse para nuestras petulancias o para creernos mejor que los demás.
También quiero que le guste el pop de los ochenta o siga al Real Madrid por el albo de su vestimenta. Que se enternezca por alguna película o lea alguna novela polvorienta de mis preferidas. En todo caso, que me enseñe a bajar la cabeza, a iluminar mis sombras y a lograr atar mis cabos sueltos.
Seguramente propinaría latigazos en muchos templos, por fabricar incontables religiones en su nombre. Unas criticando a otras. No se ha entendido que cada oveja en el rebaño tiene manchas distintas. La meta es unir fuerzas verdaderas para alcanzar el cielo. El auténtico festín del alma.
Aparecería en las reseñas televisivas. Lo harían noticia para vender el día. No como el Dios de carne y huesos. O como el hombre que estaría cambiando al mundo. Sino como un personaje más, revelado ante las incongruencias y la maldad desatada. No lo reconocerían. No es tarea fácil identificar al salvador. A un hombre con arrestos para decir la verdad a un planeta infestado de dudas.
Fuera implacable en su discurso. El pecado no puede ser ley para complacer a unos pocos. Lo diría sin reparos. Pero no estaría en congresos ofuscados ni en debates vacíos. Él sabría cómo no caer en la trampa.
Pero muchos lo descalificarían. Sería pasto cruel en las redes sociales. Hasta un orfebre le estaría edificando una corona de espinas. No queremos oír que el infierno existe y el Paraíso no es posible, sino aceptamos las pruebas o entregamos el sufrimiento como ofrenda de amor a Dios.
No ha venido a recibir honores, a complacer presidentes o a decir lo que queremos escuchar. Su buena noticia es que siempre nos amará, pese a las trastadas que le hacemos todos los días. De ser esta su primera visita, nos entregaría el mismo mandamiento inminente: amar a nuestro Padre sin descanso y amarnos entre nosotros, comenzando por nuestros enemigos. Ver en el necesitado los ojos de Dios y que es un privilegio inmenso el ser sus hijos.
Lo maravilloso de todo es que ya estuvo entre nosotros. Sus huellas están en la biblia. Su palabra es tan perfecta como Él. No hace falta volverlo a crucificar en este tiempo. No sé si retornará de nuevo o si el apocalipsis lo refiere al dedillo. Solo sé que nunca se ha ido y anhelo que su natividad se recree en el corazón de todos.
José Luis Zambrano Padauy
@Joseluis5571