Asociados al triunfo social existe una larga lista de nombres que ocupan los espacios más notorios del escenario público, personas que sirven de modelos humanos para el resto de individuos que conformamos, a distintos niveles, el concierto de las comunidades organizadas. Políticos, militares, artistas, líderes espirituales, profesionales, científicos y así un selecto grupo de personalidades quienes con su esfuerzo, inteligencia, poder o simplemente carisma, parecieran expresar de manera emblemática el sentimiento y la valoración del alma colectiva.
La muerte de cualquiera de estos individuos produce un vacío dentro del entorno que les sirvió de marco existencial y en lo profundo de nuestras cavilaciones sobre la vida y la muerte brotan preguntas sobre el destino que cada quien responde según sus propias posibilidades intelectivas
Y es que los seres humanos para cobijarnos frente al miedo de las soledades cósmicas buscamos en nuestros semejantes los héroes que expliquen y justifiquen nuestro transito vital , a manera de construirnos un andamiaje suprestructural que nos libere del silencio inevitable de la muerte y nos redima como actores de un mundo dentro del cual todos nos sabemos transitorios.
Pero inmersos en los ámbitos mediáticos muchas veces perdemos la visión de aquellos héroes que en la privacidad de los entornos familiares y en los círculos de afectos inmediatos representan los más auténticos baluartes del conjunto de virtudes humanas que por influencia de la notoriedad pública siempre vemos lejanas de nuestra cotidianidad.
Importantes son los héroes que como insignias sociales ofrecen testimonio colectivo de la grandeza humana, pero más que importantes son indispensables los héroes humildes quienes con sus épicas y calladas luchas cotidianas tejen con hilos de bondad y sabiduría el manto de amor que nos cobija frente a las amenazas de un mundo donde los depredadores pasean su poder y su fuerza en función de satisfacer sus ansias incontroladas de dominio y control sobre los débiles.
Apreciar la presencia de estos héroes anónimos e indispensables debiera ser una tarea de todos quienes tenemos fe en las potencias positivas del ser humano como instrumentos de salvación y purificación espiritual. Dar testimonio de estas vidas humildes y al mismo tiempo grandioso debiera estar dentro de los paradigmas informativos de nosotros los actores comunicacionales.
En esta Venezuela actual desgarrada por dolores cotidianos y sumidos en laberintos de miedos circulares, es indispensable tomar el ejemplo y las lecciones morales de nuestros antepasados y reconstruir nuestro espíritu con la fortaleza de sus legados vitales. Estos héroes íntimos en su mayoría no están físicamente con nosotros, pero su luz nos sigue cobijando y defendiendo contra el mal. Hagamos pues según nos indica San Pablo: «Revestíos de la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del diablo, ya que nuestra lucha no es contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los malos espíritus. Tomad, pues, la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo y vencido todo, os mantengáis firmes. Tomad el yelmo de la salvación y la espada del espíritu, que es la Palabra de Dios, con toda suerte de oraciones y plegarias, orando en todo tiempo»(Ef. 6,10-18).
Jorge Euclides Ramírez